Lecciones de un proceso

Por: Luis Cosenza Jiménez
Habiendo concluido la selección de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, me parece prudente analizar las lecciones que nos dejó el proceso. No me refiero a cómo mejorar el proceso.

Sigo convencido que, en teoría al menos, contamos con el mejor, o uno de los mejores, sistemas en América Latina. La única mejora que me atrevo a proponer, como antes lo he hecho, es que renovemos la Corte de forma escalonada, cinco magistrados cada tres años. Esto implicaría alargar el período de servicio de los magistrados a nueve años, pero me parece que vale la pena si con ello preservamos la memoria histórica de la Corte, y más importante aún, si eliminamos la posibilidad de un vacío o la cuestionada extensión del período de servicio de los magistrados salientes. En realidad, me refiero a otras lecciones, como a continuación señalo.

A mi juicio la primera lección que podemos extraer de lo acontecido es que las prácticas de las cúpulas de los partidos tradicionales no han cambiado (pese al cambio radical que se ha dado en el entorno político), y que los dueños de Libre y PAC carecen de la habilidad requerida para enfrentar a sus rivales.

Las cúpulas de los partidos tradicionales apostaron a hacerse un nudo y a “cautivar” a unos pocos diputados de los otros partidos, incluidos Libre y PAC. Los partidos tradicionales una vez más ponen de manifiesto que lo que tienen en común es mucho más fuerte que lo que los separa.

De hecho, ideológicamente no hay diferencia alguna entre ellos, y a lo largo de la historia reciente solo puede observarse un contraste. En general, el partido Nacional ha sido responsable en el manejo de la macroeconomía, mientras que el partido Liberal ha sido tradicionalmente irresponsable. De hecho, nunca ha podido cumplir un programa pactado con el FMI. Pues bien, la ausencia de ideología hace que esos partidos vean el gobierno como fuente de canonjías y empleo, y al final redujeron todo el proceso de la elección de magistrados a una simple repartición de cargos. Los partidos tradicionales parecen haber optado por la ruta del suicidio, y en ese propósito el partido Liberal claramente ha tomado la delantera.

Me atrevo a vaticinar que saldrá más debilitado en las próximas elecciones. En cuanto al partido Nacional, las mieles del poder y su “sagacidad” para manipular la oposición, incluyendo el control del partido Liberal, les nubla la mente y les hace pensar no sufrirán los males de los Liberales. El tiempo se encargará de demostrar lo contrario. Si lo duda, nada más vea lo que ha ocurrido a los partidos tradicionales en el continente.

Por otro lado, tanto Mel, como Salvador, han sido claros perdedores en el proceso. Han demostrado que pertenecen a la liga de aficionados y que fácilmente les ganan la batalla. En lugar de emerger como defensores de los derechos de las minorías, se les ha retratado como obstruccionistas. Se les pinta como incompetentes y resentidos sociales que solo critican y son incapaces de articular una oposición razonable y honesta. Es difícil ver como estos partidos puedan mantener los resultados obtenidos en las

últimas elecciones. Es más, es posible que uno, o ambos partidos, no logren sobrevivir. En resumen, nuestro sistema político vive una verdadera crisis. Pienso que las condiciones están dadas para que surja una nueva fuerza política que desplace a las otras. Ojalá que sea para bien de nuestro país.

La segunda lección que nos brinda lo acontecido es que es muy difícil contar con una Corte independiente. Después de todo, los magistrados son jóvenes y sólo servirán por siete años. Su vida profesional, y más aún, su vida personal, continuará después de que finalicen su período en la Corte.

Eso los hace, necesariamente, pensar en el impacto que sus decisiones tendrán en su futuro. Su independencia podría resultarles muy cara. Si lo duda, le sugiero que lea la historia de Tomás Becket, arzobispo de Canterbury y amigo del rey Enrique II. Nombrado vitaliciamente obispo por Enrique decidió tomar en serio su cargo y actuar según su conciencia y terminó asesinado por orden de su amigo, el rey. Como la lectora podrá imaginarse, no ha habido muchos Beckets a lo largo de la historia, ni se trata de esperar tal sacrificio de nuestros magistrados. Se trata de entender el impacto que los nombramientos vitalicios tienen sobre la conducta de las personas y de comprender el alto precio que la independencia puede tener.

En Estados Unidos han buscado facilitar la independencia de sus magistrados mediante nombramientos vitalicios. De esa manera, los magistrados no tienen que preocuparse del impacto de sus decisiones sobre su futuro bienestar. Algunos amigos arguyen que, como ese modelo no es viable en nuestro país, la única opción es tercerizar la Corte. Es decir, que la Junta Nominadora identifique cuarenta y cinco prestigiados juristas internacionales dispuestos a servir en nuestra Corte por siete años, y que el Congreso seleccione a quince. Dejando de lado momentáneamente el patriotismo, me parece que habría que aceptar que una Corte integrada de esa manera podría ser independiente, aunque claramente esta no es una opción políticamente viable, por mucho que se parezca a la MACCIH.

Personalmente no sé de otras opciones que aseguren la independencia de la Corte, que no sea el pensar que los magistrados sean santos. No obstante, es posible que haya otras mejores, y viables, opciones.

Por mi parte, estimado lector, sigo cifrando mis esperanzas en la MACCIH. Si opera correctamente y se da su lugar, si no cae en los acomodos políticos con el gobierno, contribuirá a adecentar la impartición de justicia en el país y hará más difícil que la Corte sea controlada por las cúpulas políticas de los dos partidos tradicionales.

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