Desde hace muchos años crece un culto que posiciona a los avances tecnológicos como la panacea del progreso. Pero la pregunta es ¿progreso para quién?
La tecnología lejos de contrarrestar la concentración de la riqueza en realidad la ha incrementado. Hay un grupo de gente que vive cada vez mejor, y hay otro, la mayoría, que vive cada vez peor. Pero la tecnología no es el problema. Es como se usa.
Las abundantes licencias que se vivieron en el inicio del Internet se van sutilmente desvaneciendo. El contenido orgánico se reduce y el pagado se incrementa, desplazando además riqueza del entorno físico al ambiente digital, un mundo en el que las reglas del juego no están claramente establecidas.
Durante las cuarentenas pandémicas, cuando las escuelas cerraron y las aulas de clases se transformaron en ambientes virtuales, muchos se preguntaron ¿si la educación es un derecho cívico gratuito, el Internet no debería ser gratis también?
En lugar de eso, las Oligarquías Tecnológicas, explicadas por Piketty (2013) se enriquecieron aún más durante la era del Covid-19, porque el mundo depende mucho más de ellos. Años antes de estos tiempos de pandemia, el canadiense Darin Barney (2007) se preguntaba acerca de esto:
“Si el acceso a Internet es necesario para recibir los servicios gubernamentales a los que tiene derecho un ciudadano, ¿debería contarse el acceso a esta tecnología, o quizás incluso el derecho a comunicarse, entre los derechos fundamentales de los ciudadanos en la Era de la Información?” (12).
En la historia encontramos ejemplos de empresas privadas tomando ventaja de espacios que, conforme al concepto de derechos civiles de la ciudadanía, deben ser considerados de beneficio público. Krugman, en relación a los ataques al servicio Postal por parte de la administración Trump antes de las últimas elecciones en Estados Unidos, explicaba como fue el proceso de surgimiento de este servicio:
“La entrega directa de correo a los hogares urbanos no comenzó hasta 1863, y la entrega gratuita rural permanente hasta 1902. The Parcel Post no se creó hasta 1913; anteriormente, los clientes rurales tenían que depender de un cartel de empresas privadas que conspiraban para mantener altas las tarifas de envío. Sin embargo, todos estos cambios tenían un tema común: lograr que los estadounidenses estuvieran en mejor contacto entre sí y con el mundo en general. Una parte clave del espíritu de la oficina de correos ha sido durante mucho tiempo que tiene una «obligación de servicio universal», «unir a la nación» y «facilitar la inclusión ciudadana», (New York Times, 21 de agosto de 2020).
¿Y qué pasa en nuestras naciones donde desde hace mucho no hay un servicio de correo confiable y poderoso?¿Tendremos en la actualidad un “cartel” de empresas tecnológicas tomando provecho de varios espacios que debiesen ser públicos? Barney sostiene que “la tecnología plantea un desafío importante para la ciudadanía” en un contexto donde las élites quieren vender los avances tecnológicos como un progreso para todos, cuando esto no siempre es cierto.
Pero la solución no es el aislamiento, como muchos han elegido dejando sus cuentas de redes sociales atrás y atendiendo mucho más el mundo físico. No podemos dejar en el campo de batalla a nuestros hijos que han crecido en esta realidad virtual.
La propuesta, como ya lo ha señalado Schroeder (2018), es luchar por compartir contenidos de calidad, que no tengan líneas escondidas y que en forma genuina intenten comunicar algo de valor o beneficiar a sus usuarios.
Así ya lo hacen gran cantidad de organismos y empresas, que, sin trampas ni números ocultos, ofrecen propuestas que han hecho de la vida de muchos sensiblemente mejor, aunque pueda ser en algo sencillo como un café de ensueño, un libro inspirador o una silla ergonómica de escritorio, o bien cosas trascendentes como un curso de capacitación que cambié su carrera.
La lucha es recuperar la quimera de un Internet libre, pluralista, democrático, fuente de educación y cultura, arma importante para beneficiar al consumidor, motor económico para todas las empresas, no solo para unos pocos que cuentan con acceso preferente al Big Data. Es una linda quimera porque hoy por hoy, distinguir las propuestas genuinas es como jugar a la ruleta rusa. Pero la lucha no se abandona, así que no tenga miedo y aprete el gatillo… quise decir el clic.