Por: Julio Raudales
Tegucigalpa.– A propósito de la buena noticia que en estos días circula sobre la película hondureña MORAZÁN, me he permitido usar para el título de éste espacio, el término peyorativo con que los conservadores del siglo XIX llamaban a la gente que pensaba como el Paladín de la unión centroamericana: “Fiebres”, en referencia a que sus ideas libertarias y alejadas de Dios, provocaron la ira Divina, causando la fiebre amarilla.
En efecto, desde los albores del “iluminismo francés” y a medida que pasa el tiempo, los reaccionarios, conservadores, socialistas y populistas, descalifican y denigran a quienes portan los ideales de la libertad y la defensa del potencial humano como elemento fundamental del desarrollo social. Con mejor o peor intención, olvidan examinar que en poco más de dos siglos, son las sociedades que respetan la libertad, quienes han logrado mejores estados de felicidad a su ciudadanía.
Y es que prosperidad , la justicia, la paz y la democracia, suelen ser los valores que los políticos de todos los tiempos y latitudes, usan como la excusa perfecta para convencer a la gente de la importancia que tiene alimentar al Leviathan, es decir a ellos mismos, los inefables sustitutos de los ciudadanos en la búsqueda del bienestar.
Desde los años 80, azuzados por el consejo de las instituciones internacionales de desarrollo, los expertos llaman Política Social a la caja de herramientas que deberían usar quienes toman decisiones sobre los recursos financieros de los contribuyentes para garantizar sus requerimientos humanos básicos. Es así como desde aquellos tiempos para acá, podemos observar el florecimiento de nuevas instituciones llamadas “Ministerio de Desarrollo Social”, “Junta Nacional de Bienestar” y tantos otros.
Son muchos los recursos financieros que las autoridades han destinado desde hace ya bastantes décadas a mejorar las condiciones sociales del país. Un estudio del Banco Mundial revela que desde el año 2001, Honduras ha incrementado su gasto social muy por encima de la media centroamericana, lo cual debería ya de arrojarnos resultados positivos, sin embargo no es así: la pobreza y desigualdad en el país se han sostenido y pese los logros coyunturales en términos macroeconómicos, la situación social sigue siendo crítica.
¿Cuál debería ser entonces la salida hacia el desarrollo?
La respuesta parece simple: Un crecimiento económico inclusivo, que estimule a los sectores productivos de manera que los empresarios y trabajadores puedan desarrollar su potencial, no solamente mediante ingresos suficientes, pero también con buena información y opciones diversas, es lo que en definitiva traerá prosperidad y tranquilidad social.
Pero lo anterior no parece gustar mucho a quienes consideran que una buena política social consiste en obtener más recursos de los contribuyentes y repartirlos para así tener mejores argumentos para sostenerse en el poder. Para ellos es difícil entender que la mejor política social consiste en elevar las capacidades de la población para utilizar de forma más inteligente sus recursos y esto no se logra ni con dádivas, o impuestos excesivos.
En conclusión, el único camino confiable para la reducción de la pobreza, especialmente de la extrema, es la expansión sostenida y amplia de la productividad. Por el contrario, el principal amplificador de la penuria, particularmente en el corto plazo, son los impuestos confiscatorios y las medidas que redicen la capacidad de expansión de las empresas y las decisiones de los consumidores, todo ello afecta de manera más virulenta, sobre todo a los estratos de menores ingresos.
En ambos frentes, el avance no puede depender de la suerte o de las buenas intenciones, sino del ejercicio cabal de las funciones gubernamentales, así como del manejo adecuado de la política económica.