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La piedra y el dron

Pedro Gómez Nieto

La ambición es un deseo que motiva al ser humano para desarrollar su potencial, lo cual es positivo mientras no sea obsesivo ni perdamos el objetivo final, la búsqueda de Dios.  El problema del progreso se presenta cuando desplazamos a Dios del vértice de la pirámide de la creación, para colocarnos en su lugar apoyados en la ciencia, incurriendo en el primigenio pecado de soberbia. La tecnología es el nuevo becerro de oro abrazado por el pueblo de Israel en el desierto, olvidando que fue Dios quien los liberó de la esclavitud del faraón, la prisión de nuestras limitaciones materiales, intelectuales y espirituales.

Los avances tecnológicos que las sociedades introducen en sus modelos de desarrollo no incluyen el manual de instrucciones, desconocemos las contraindicaciones, y los efectos secundarios son preocupantes. Mientras la ciencia escala posiciones de forma acelerada, los principios y valores que sustentan el modelo de convivencia se quedaron estancados, sin capacidad para integrar correctamente la tecnología en la escala de valores. Se necesitan nuevas reglas que no han sido escritas, avanzamos por intuición, por ambición. La ética y la moral quedaron arrinconadas. Dedicamos la vida a la búsqueda del bienestar material, mientras olvidamos que primero necesitamos desarrollar y fortalecer nuestra espiritualidad para interpretar y utilizar correctamente lo que la vida nos ofrece. Este esfuerzo obsesivo por la búsqueda del placer está difuminando los límites del perfil que nos define como seres humanos duales, materiales y espirituales.

Utilizando la libertad como bien supremo, como escudo de impunidad y justificación de aberraciones, esclavizados por el pecado de soberbia, pretendemos sacar a Dios de la creación una vez apartado de nuestras vidas. Las consecuencias del pecado son visibles, el desarrollo tecnológico en lugar de solucionar problemas crea otros más graves. Como ejemplo la “Nomofobia”, la necesidad obsesiva por utilizar el celular. El precio que estamos pagando es cuantificable: inestabilidad emocional, desarraigo familiar, destrucción del medioambiente, aumento del hambre y de la pobreza, en definitiva, la pérdida de valores imprescindibles para entender que somos solo gestores y no propietarios de la creación, incluida la propia vida. “El motivo de esta condenación está en que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas porque hacían el mal”, Juan 3,19.

Este alejamiento de Dios provoca que el prójimo represente un obstáculo para satisfacer esa ambición obsesiva por la riqueza y el poder, convirtiéndose el ser humano en su propio depredador, en Morlocks que utilizan la dominación. La tecnología les proporciona los mecanismos para alcanzar ese sometimiento con absoluta impunidad, escaso riesgo y sin exponerse, dar la cara. Los tiempos donde el ultraje contra la dignidad y el honor se dirimían en duelos de capa y espada son prehistoria. Si David se situó frente a Goliat para derribarlo con una piedra lanzada desde una onda, hoy la tecnología ha convertido a esa piedra en un minidron dotado de carga explosiva y cámara de reconocimiento, que identifica al objetivo, lo impacta y elimina, sin riesgo. El cazador ya no necesita correr junto al búfalo para derribarlo, ahora dispone de las redes fecales para neutralizar la presa con alevosía e impunidad.

La percepción de la realidad se ha modificado, también los valores que sustentan las relaciones sociales. La profesión de vocero coprofílico goza de prestigio. Las redes sociales convertidas en redes fecales son la prueba. No importa la falsedad de lo que se dice, importa el efecto que produce. La emoción ha sustituido a la razón en las relaciones. Si no podemos argumentar en contra del mensaje neutralizamos al mensajero con basura que no necesitamos probar. Difama que algo queda. La esencia del poder radica en la capacidad para influir en el comportamiento del adversario, alumbra Robert Kaplan.

Los medios y las redes son herramientas de sometimiento intelectual, de dominación, convirtiendo a la población promedio en rebaño idiotizado, incapaz de cuestionar la falsedad de la información yendo al origen para verificar los datos. Por comodidad le aplicamos el sesgo de confirmación, aceptando aquello que beneficia nuestros intereses. Una vez que la presa ha sido crucificada, con absoluta impunidad, el Morlocks depredador regresa a la oscuridad espiritual donde consume su miserable vida. Las redes fecales son los nuevos tribunales de justicia de las democracias.

“Si os mantenéis fieles a mi palabra conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”    -Juan 8,31-

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