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La orquesta del Titanic

Julio Raudales

La política es un arte y debe estar siempre en manos de artistas, es decir, gente que entienda el delicado balance de las acciones que se deben realizar para lograr el bienestar público, sobre todo en un ámbito tan delicado cómo la -nunca mejor dicha la palabra- “multicrisis” por la que nos toca transitar hoy día.

Pero de nada sirve que haya gente avezada a cargo del diseño y puesta en marcha de las políticas que enrumben al país, si no se les presta atención. Para seguir la alegoría, vale decir, la cosa no camina si, teniendo buenos músicos en la orquesta, la dirección está en manos de un lego de oído desafinado y arrítmico.

¡Por supuesto que han sido años duros para el mundo los tres últimos! Y muy especialmente para los hondureños, que veníamos de lidiar toda la década anterior con un gobierno criminal, ineficiente y marrullero y con una nueva administración que, tras un año complicados por una guerra lejana y el estertor de la pandemia, no termina de asentarse, como si aún no comprendiera el yermo en el que se vino a meter.

Dura cosa es entonces identificar, con un entorno tan complejo, la punta del hilo que
desenreda esta madeja de problemas. El subsector eléctrico amenazando la estabilidad social y económica, la FAO y el PMA lanzando continuos llamados de atención sobre la problemática alimentaria, las escuelas que desfallecen ante la incapacidad de dar a docentes y estudiantes condiciones mínimas para el aprendizaje y; el dengue, Chagas, y las enfermedades respiratorias que se suman al complot de la pandemia bienal.

Y la cosa suma y sigue: violencia en las calles, acusaciones de corrupción, los migrantes
y su sempiterna salida y retorno, la precariedad en el trabajo, la misoginia y homofobia, la persistente vulnerabilidad ambiental, la infraestructura productiva destruida, la parálisis administrativa… ¡En fin! mil expectativas que suplir y el tiempo corre. ¡Son quince meses ya! Tantos y de tal magnitud son los problemas, que la mayoría de los actuales detentores
del poder, olvidaron de tajo el asunto macroeconómico. Obnubilados en el corto plazo, funcionarios y demás delegados de la administración le dan escasa prioridad y prestan poca atención al necesario equilibrio de indicadores de mediano plazo, tales como la cuenta corriente de la balanza de pagos, el déficit fiscal, la masa monetaria y su manejo debidamente regulado por acciones prudentes.

Todos los sectores, energía, educación, salud, ambiente, etc. requieren atención y pericia, pero, como en una orquesta sinfónica, son indispensables la secuencia y los ritmos adecuados. ¿Quién los marca en la política? Pues con una singular dirección binaria, lo deben hacer la autoridad fiscal en conjunto con la monetaria.

Por ello es importante que la hacienda pública y el Banco Central funcionen como un reloj, respetando la sincronía, tan necesaria para que la orquesta ejecute el programa de desarrollo con calidad y eficacia.

Sin embargo, las decisiones que se tomaron desde el inicio de la presente administración nos han llevado a lo que los economistas llaman “Dominancia Fiscal”, un proceso en el que el Banco Central supedita sus decisiones de política monetaria al fisco, esto solo augura problemas en el futuro. La solución elegida no fue para nada ortodoxa, tampoco innovadora o modernizante. Por el contrario, lejos de iniciar un esfuerzo de depuración presupuestaria, que racionalice la función pública mediante el recorte de gastos innecesarios, la propuesta
gubernamental se centró en un incremento del 25% al presupuesto nacional, financiado nada menos que con emisión monetaria del Banco Central. Una historia triste, tantas veces contada.

El Banco Central, el supuestamente autónomo líder de la política monetaria, tuvo que dejar de lado la vía que había tomado desde hace algunos años: las metas de inflación, estrategia que permite al país apuntalar la economía mediante una emisión consecuente con la búsqueda de un crecimiento económico sólido, un tipo de cambio que busque la competitividad y, por supuesto, la mínima pérdida del poder adquisitivo del lempira.

No es, ni ha sido buena nunca la dominancia fiscal, además de fastidiar la armonía en las políticas, conlleva riesgos enormes, mirarse en el espejo de Siri-Lanka, comenzó con deuda alta y gastos exacerbados, financiados por el Banco Central, también iniciaron así los vecinos argentinos y venezolanos, acallando la armonía y convirtiendo la orquesta en la del Titanic.

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