Es una pena que deba uno alegrarse por el otorgamiento del Nobel de Economía a una Mujer. Recordemos que apenas tres de ellas han sido galardonadas en lo que va de la historia de este reconocimiento. Lo mismo sucede en otras áreas y esto, por supuesto, no puede ni debe llenar de orgullo a la Academia de Ciencias de Suecia.
La ocasión es oportuna para reflexionar sobre el largo camino que aun queda para lograr la igualdad entre mujeres y hombres en cualquier sentido. Una lectura más detenida sobre el tema nos llevará sin duda a la conclusión de que, si bien es cierto, ha habido algunos avances, la situación en países como Honduras es francamente deleznable.
Pero ¡no hay que ponerle cercos a la alegría! El anuncio no solo reconoce el trabajo de una mujer excepcional por su inteligencia, también por su incansable ánimo de lucha. Goldin representa el espíritu de nuestro siglo ya que, junto a muchas otras, no cejó en su labor para demostrar por qué la historia de la humanidad es la de la discriminación laboral por razón de sexo.
Esta economista, modesta en su discurso, pero soberbia y pantagruélica en sus aportes a la ciencia, demostró desde la Universidad de Harvard lo que otras muchas buscaban desde nichos menos formales: que las mujeres siempre han trabajado, aunque su participación ha variado a lo largo del tiempo, siendo más elevada en las sociedades agrarias y, posteriormente, en las de servicios, y menor en el conglomerado industrial.
Nunca ha dejado que la vean de menos por su condición. Siempre ha estado integrada en la corriente principal de la economía, desde hace muchos años avanza en el análisis de género dentro de este campo. Y gracias a su rigor, su calidad investigadora y su capacidad para ocupar espacios de poder en la disciplina, la ha ido moviendo, la ha hecho progresar y, como consecuencia, también a otras mujeres destacadas por su labor en pos de la igualdad y equidad de género en el mundo.
A esa contribución siguieron otras como la teoría de la contaminación, que explica la oposición de los trabajadores y los sindicatos a la incorporación de mujeres en sectores económicos masculinizados; el análisis de las audiencias “ciegas” en las orquestas sinfónicas, que mejoraron la contratación de mujeres; o la importancia de la píldora anticonceptiva para las elecciones sentimentales y profesionales de las mujeres al permitirles retrasar la edad de matrimonio y la procreación, invertir más en educación y contemplar la opción de emprender una carrera profesional.
En sus últimas investigaciones, plasmadas en su reciente libro Carrera y familia, Goldin vuelve su mirada a los cuidados y los tiempos en la familia, a la división de roles entre parejas heterosexuales norteamericanas con formación universitaria y su interacción con la “economía de la codicia”, que remunera desproporcionadamente las largas jornadas, las horas extraordinarias y los fines de semana y que las mujeres evitan para especializarse en los cuidados y en sectores de horarios controlados.
Aunque Goldin llega más lejos hoy que hace 30 o 40 años en el análisis feminista de la economía cuando señala que la organización del trabajo en las empresas debe cambiar y los hombres reivindicar su tiempo de cuidados, sigue partiendo de las premisas clásicas de la corriente principal de la economía, basadas en la elección, y en ningún caso denuncia la necesidad de una transformación más profunda y sistémica, o exige cambios regulatorios, fundamentales para entender los avances en igualdad.
En un mundo cercado aun por prejuicios ancestrales; donde la condición de nacimiento es todavía un óbice para acceder a medios que permitan el desarrollo individual, Claudia Goldin es más que digna merecedora del premio por haber conseguido derribar las barreras de la discriminación y la injusticia en el mercado laboral. Desde su feminismo pensante, ha logrado avanzar el conocimiento en economía, influido en la política económica y en la promoción de investigadoras en economía.
Ojalá y sus aportes a la ciencia sirvan para hacer realidad el sueño de la igualdad, es que ha sido tan esquiva para las mujeres a lo largo de más de tres milenios.