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La inequidad pandémica

Jp Carías Chaverri

Un reciente informe de Oxfam enciende de nuevo las alarmas de la inequidad. Unas alarmas que suenan hace décadas pero que políticos y empresarios hacen oídos sordos. La pandemia agudizó una situación que ya era insostenible, entre naciones y entre personas. Desde el 2020 el 1% de la población mundial más rica ha captado casi dos tercios de toda la riqueza nueva. La pobreza global ha aumentado por primera vez en 25 años. Las tres cuartas partes de los gobiernos planean recortes del gasto por un total de US$7,8 billones.

No vamos a profundizar más sobre las estadísticas de la inequidad, porque provocan una profunda indignación y además una sensación de impotencia de ver cómo nos seguimos dando varias veces con la misma piedra. No se toman medidas sistemáticas y serias en contra de la problemática, y en nombre de la inequidad se observan medidas para llevar poder y riqueza de un grupo a otro, pero no realmente para distribuir pensando en las mayorías.

Oxfam pide que los super ricos paguen tasas impositivas más altas, algo que parcialmente ya ocurre hace décadas pero que no da señales de funcionar integralmente. ¿Será así porque los millonarios son expertos evadiendo impuestos? ¿Será por las redes de corrupción que siempre benefician a los cercanos al poder? ¿Será porque más dinero permite estar mejor preparado para situaciones extremas como una pandemia, y además encontrar formas de sacar provecho de ella?

¿Será porque en el largo plazo, como nos lo enseña Thomas Piketty, el capital siempre tiene mejores rendimientos que los salarios? Es decir, el que tiene plata, seguirá teniendo, porque las propiedades y las fortunas ahorradas siempre dan más pisto que ser un asalariado.

“La tesis central de este libro es precisamente que un aparentemente pequeño gap entre el retorno del capital y la tasa de crecimiento puede en el largo plazo tener un poderoso y desestabilizador efecto en la estructura y la dinámica de la inequidad social (97)… un país que tenga altos ahorros y crezca lentamente terminará en el largo plazo acumulando una enorme cantidad de capital (en relación a sus ingresos), el cual cuando se transforma tiene un significativo efecto en la estructura social y distribución de riqueza”, (Piketty T., 2014, Capital in the Twenty-First Century, pp. 207).

Desde nuestra perspectiva de reportero superado, tratando de interpretar a Piketty podemos hipotetizar que, a nivel individual, una interrupción de la actividad económica significa para los ricos un tiempo en el que dejan de ganar, pero en realidad no pierden mucho, en comparación con la totalidad de sus haberes. Los asalariados pierden su trabajo y se la pueden jugar unos meses con las indemnizaciones que reciben, pero si no logran reubicarse pueden descender a la pobreza.

Para aquellos que viven del comercio informal o trabajan por hora una interrupción económica importante significa caer en la miseria. Hay ciertamente diferencias sectoriales, y siempre habrá algunas empresas, sobre todo pequeñas y medianas, que se van por el caño, pero esas son aquellas cuyos propietarios no tienen una tradición de décadas amasando riqueza, o bien se lo juegan todo en una partida de póker, o también la compañía como tal deja de funcionar, pero sus dueños tienen salvaguardas (muchas veces otorgadas por Estado), que les permiten mantenerse dándose la gran vida.

Puede que todas las preguntas e hipótesis sobre la inequidad tengan una respuesta positiva, o parcialmente cierta, porque no hay una o dos razones para un fenómeno tan complejo, como tampoco puede existir una o dos medidas efectivas.

Los Objetivos del Desarrollo del Milenio lanzados por la ONU hace 23 años, en el fondo, buscaron luchar contra esta obscena inequidad que nos agobia. Como es evidente fracasaron estrepitosamente y fueron relanzados en el 2015 como los Objetivos de Desarrollo Sostenible, incorporando la lucha para salvar al planeta.

Cualquier estrategia puede ser hermosa y brillante en el papel. Para esta lucha hay que regresar al principio básico de la voluntad de cambio que está obnubilada por la codicia y las tentaciones del consumo. Un breve repaso histórico puede enseñarnos que la inequidad alienta los conflictos sociales, es además una de las principales causas de la violencia y la criminalidad, es al final, una estrategia de autodestrucción.

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