Vivir la realidad de nuestras comunidades rurales, adentrarse en su espesa miseria o en la amargura de sus desesperanzas y hacerlo sin prejuicios u objetivos mezquinos sino desde la curiosidad y el deseo de entender mejor el sentido de la vida, es una experiencia abrasadora, pedagógica, casi espiritual.
El Ocotal es una pequeña comunidad pesquera, situada en el fondo de un collar de cerros a la orilla del embalse de “El Cajón”, la icónica represa hidroeléctrica hondureña, que comenzó prometiendo una generación energética de hasta 300 megavatios -aproximadamente el 50% de la demanda que el país tenía en los años 80- y que ahora, debido a la degradación de nuestras cuencas, no cubre ni siquiera el 15% de las necesidades de los hondureños.
El Ocotal no llega a tener dos mil habitantes. A pesar de que sus pobladores viven al lado de la icónica represa, sus hogares, escuelas, centros de salud cercanos y estaciones de policía, no cuentan con energía eléctrica ni agua potable y saneamiento, tampoco tienen conectividad.
El Ocotal posee una abrumadora población femenina donde abundan las niñas y ancianos. Los hombres jóvenes son una especie en extinción, la mayoría emigran a las grandes ciudades cercanas o a Norteamérica, a buscarse una mejor vida; los que quedan se dedican a la pesca artesanal en el embalse. El estado los considera parias, no existen para nadie, ni para la ENEE, ni para la alcaldía de Santa Cruz de Yojoa. Solo unas cuantas pastoras y pastores evangélicos les dedican su caridad cristiana.
Tuve la fortuna de visitar esa comunidad acompañando a Pili Luna, una extraordinaria mujer que ha convertido la transformación de los desperdicios industriales o naturales, en oportunidades de mejora de condiciones de vida, especialmente para aquellas que el estado no considera importantes, las que no cuentan en las urnas.
Pili Luna ha descubierto, a fuerza de dedicación y estudio apasionado, como convertir la producción de subsistencia de los pescadores, en oportunidades para las mujeres en sempiterna pobreza, que probablemente no conocían más forma de vida que la resignación, que piensan que la vida es solo permanecer, transcurrir y esperar la muerte.
Ella les enseña a transformar la piel de la tilapía, el mero, el robalo o la curvina, en material lumínico y colorido, resistente y útil para la fabricación de mil portentos, que Gucci, Paco Rabane, Perre Cardin y las grandes marcas europeas y americanas transforman en artículos para que refinadas estrellas de cine o esposas e hijas de magnates luzcan en sus pies, en sus manos, en forma de zapatos, carteras y tantos otros productos.
Me tocó presenciar de cerca el proceso. Le costó reunir 100 mujeres para justificar que CARE y Aquafinca pagaran por su labor, como parte de sus respectivas agendas de responsabilidad social empresarial. Al comienzo, aquellas mujeres la veían con la desconfianza natural que se le tiene al forastero cuando solo viene para explotar, para aprovecharse de una: “¿Qué busca esta bella y refinada señora de la capital en estos arrabales?” se preguntarían.
Poco a poco las fue conquistando con su natural encanto. La suavidad de su tono, su simpatía y fuertes convicciones convencieron la zaherida fe de estas mujeres corazón de diamante. Con paciencia y aplomo les enseñó la técnica. Tuvo que esforzarse más que en ocasiones anteriores porque 9 de cada diez de ellas no saben leer ni contar; no pueden colocar cien mililitros de colorante en la vasija porque desconocen el sistema métrico.
Pero a Pili Luna le sobra ingenio y se las arregló para que terminaran aprendiendo. Al final aquellos ojos y sonrisas brillaban al mirarla y pronunciar su nombre. Hoy, la esperanza nació en el corazón de esas mujeres y sus crías. Ella le ha demostrado al podrido corazón de nuestros políticos que se pueden cambiar vidas cuando se tiene la decisión de hacerlo.
Ella, la economista sin corbata, me enseñó lo que no hicieron ni Stiglitz ni Freedman. Su sutil corazón de mujer y su asertiva mente de creadora, me enseñaron que la producción puede ser sostenible y amigable con el ambiente. entiende que esas escamas de pescado devueltas al agua contaminan el mar y destruyen el coral del arrecife.
Pero, sobre todo, entiende que la prioridad de la ciencia económica es sacar a la gente pobre de esa condición. Si no es así, en vano estudiamos y trabajamos para mejorar el mundo.