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La economía en los tiempos del Covid

Por: Julio Raudales

En las últimas dos décadas del siglo pasado, el azote apocalíptico del VIH surgió como castigo escatológico contra el desenfreno sexual.

Esa pandemia global, la última que habíamos tenido hasta ahora, renovaba la misteriosa relación entre la enfermedad y las metáforas tantas veces enunciada por profetas, novelistas directores de cine y augures a lo largo de los siglos.

Hoy, el Coronavirus (o Covid-19 para los más exquisitos), vuelve a enardecer esa esfera imaginaria de la humanidad, pero su vértigo arrastra un torbellino gigantesco que no es solamente mítico o religioso, esta vez también envuelve materialmente a la globalización económica y el desorden ambiental que nos trasciende desde los albores del siglo XXI y hace inevitable la reflexión sobre el destino de la especie. Es como un desconcertante paréntesis para mirarnos otra vez en repetición de cámara lenta. 

Hoy circulan en todas las plataformas, mapas del planeta que pasean orondos por nuestros celulares y demás dispositivos. En ellos, se  muestra a China, Europa y los Estados Unidos sin las manchas de polución que sombreaban sus zonas industriales, mientras que el descenso de viajes a eventos laborales, turísticos y sociales, concentra a muchos en la meditación sobre el cambio histórico que nos arrasa. Su dimensión de espanto aplana en silencio las perspectivas cotidianas.

El desastre que las epidemias han causado en distintas épocas de la historia, ha reconfigurado a la humanidad no menos que las guerras y los grandes descubrimientos: la peste negra renovó la economía europea porque la reducción de la población fortaleció a los sobrevivientes. La viruela y la sífilis de los conquistadores exterminaron a nuestros indígenas sin la menor redención; la gripe española posterior a la primera guerra mundial, selló a la humanidad con una mortalidad gigantesca y misteriosa que sobreseía temporalmente la de los ingenios humanos y el SIDA de fines del siglo XX, cambió dramáticamente nuestros hábitos venéreos.

Por su parte, el actual Coronavirus parece otro estreno maligno del lado oscuro de la globalización. El tono alarmista que sacude las sociedades del planeta quizás no se debe tanto al desconocido mutante que viaja en todas direcciones, sino al tenebroso convencimiento de un desamparo humano. Hemos visto como los líderes planetarios, desde Xi Jipin hasta Bukele, han pasado de la inermedad a la estupefacción y de ahí a la movilización, tan improvisada como alarmista, lo cual en muchos casos aumenta la histeria de la población que gobiernan.

Si bien la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado al COVID pandemia mundial ya que la enfermedad está ya en 108 países alrededor del planeta, incluyendo Honduras, lo más inquietante es que el director del organismo dijo que “hay una alarmante inacción por parte de poderosos gobiernos del mundo”. Esta declaración pareció sacudir a los líderes más conspicuos del planeta que pronto comenzaron a hacer algo al respecto: La mayoría de los países europeos han cerrado sus fronteras, Trump canceló todos los vuelos desde el viejo continente –salvo Gran Bretaña- y con ello acentuó el estallido de los mercados de valores.

En Latinoamérica, los presidentes aparecen día a día en la pantalla improvisando alrededor del tema y sobre todo colocándose medallas en el pecho con el fin de ser reconocidos como los adalides del combate al mal: Fernandez en Argentina, al igual que Bukele aquí cerquita, confinan en cuarentena a los viajeros que llegan de países donde se han reportado casos del brote.

Acá en Honduras, como en todos los países pobres, cunde la incertidumbre y el desasosiego. A la sensación de desamparo provocada por una red hospitalaria inefectiva y paupérrima se suma la ancestral ignorancia de una población con 6 años de escolaridad promedio. Los empresarios de turismo comienzan a padecer su aflicción y llaman a la tranquilidad, los farmacéuticos y comerciantes de productos de higiene aprovechan su agosto en marzo y poca gente parece entender la importancia de mejorar los hábitos, ante una escasez de agua que se consolida como la verdadera amenaza. 

Aquella recomendación de Pascal: “La mejor manera de evitar el mal es quedarse sentado en casa”, vuelve por sus fueros tres siglos más tarde. Aunque el filósofo se refería al ruido mundanal, su llamado parece mas oportuno que nunca. En la UNAH y otros espacios, grupos de jóvenes reclaman su lugar en la historia y advierten la inevitable reducción de la civilización frente al futuro incierto.

Pero ya una farmaceutica española anunció la obtención de la vacuna. Si esto es cierto, las posibilidades de extensión de la crisis se atenúan y solo quedarán las lecciones para que el futuro sea menos catatónico de lo que ha sido el pasado, tanto el ancestral como el reciente. Ojalá que la lección nos fije más la atención en los retos que  tenemos como humanidad de cara al siglo XXI y permita campear a la ilustración y a la inteligencia por sobre la ignorancia y el prosaico afán de lucro. ¡Así sea!  

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