La crisis de la UNAH y el contexto electoral

Por: Leticia Salomón

Tegucigalpa.- En tiempo de elecciones todo el acontecer nacional se impregna de emociones e intereses político partidarios.

Nada parece escaparse a esta vorágine en la que los candidatos apelan a la imaginación y a los recursos más increíbles para granjearse la simpatía del electorado, en particular cuando se trata de sectores poblacionales que pueden inclinar la balanza para salir favorecidos con un puesto de elección popular. Como quien dice, andan a la caza de oportunidades para lucirse y aparecer ante los electores como los grandes salvadores de la patria, mucho más cuando son mínimas las oportunidades de salir favorecidos con el resultado electoral, cuando pesan sobre ellos señalamientos de corrupción o de incompetencia en el desempeño de sus funciones, en el caso de aquellos que buscan la reelección.

Precisamente por ello se estableció la necesidad de que la universidad pública se aislara de las veleidades político partidarias de los que están en el poder y de los que están en la oposición, porque la universidad debe dedicarse al desarrollo de la ciencia y la tecnología, a aportar al conocimiento y solución de los grandes problemas nacionales y a la construcción de una ciudadanía informada, crítica y propositiva, al margen del partido y las personas que detenten el poder.

Y esto es así porque la UNAH no está para evidenciarse a favor o en contra de uno u otro partido político y menos de los que ostenten el poder en los ámbitos ejecutivo, legislativo o judicial; porque la UNAH es plural y diversa, y como tal, debe respetar las preferencias políticas e ideológicas de todos sus integrantes. Algo parecido a la necesaria laicidad del Estado y de quienes lo conducen, al margen de las preferencias religiosas particulares de los que ejercen el poder; ellos deben garantizar la existencia y trato igualitario a todas las opciones religiosas e inclusive, respetar a los que no se inclinan por ninguna de ellas, teniendo muy clara la diferencia entre el ámbito privado y el ámbito público.

La intromisión de fuerzas externas en los asuntos internos de la universidad es profundamente nociva para la convivencia universitaria y para garantizar su autonomía en la solución de sus problemas internos; mucho más si se trata de partidos, personas, grupos u organizaciones que añoran el viejo control de la universidad con las prácticas vergonzosas de quitar y poner rectores, decanos, o directores de centros, de comprar voluntades para conseguir los votos necesarios al momento de una elección o de usar a discreción el presupuesto universitario para financiar candidatos internos o externos, o neutralizar la oposición de los dirigentes gremiales.

La reforma universitaria que se inició hace doce o trece años, se produjo en medio de una crisis tan profunda y extendida que alentaba a los partidarios del cierre temporal o definitivo de una institución impregnada de corrupción, deterioro ético, escasa actividad académica, incertidumbre e inestabilidad. El cambio ha sido sustancial: nuestra universidad ha recuperado prestigio ante la educación superior nacional e internacional y se han producido importantes saltos cualitativos en las tres funciones básicas de la universidad. Seguramente falta mucho camino por recorrer para avanzar en lo académico y en lo administrativo, y seguramente se deben hacer cambios para un mayor y mejor manejo de la gobernabilidad universitaria, sentando las bases de la participación responsable y propositiva de profesores y estudiantes en este proceso.

Pero eso no se va a lograr con las viejas prácticas sindicales de tomarse la institución por cualquier razón o pretexto, y porque las medidas de fuerza – no de violencia- se pueden justificar únicamente cuando se agotan las instancias de diálogo y concertación, mucho más en una universidad que se supone cuna del pensamiento crítico y de los valores esenciales de la democracia como el pluralismo, la tolerancia y el respeto a las diferencias. Tampoco se va a lograr con profesores universitarios que se acostumbraron a ser espectadores de los cambios reformistas dedicándose únicamente a cuestionar los mismos sin capacidad de propuesta académica y con una visión maniquea de buenos y malos que contradice el espíritu universitario.

Da tristeza ver el nivel de desconocimiento externo del avance universitario en estos años de reforma y da tristeza ver la forma irresponsable en que cualquiera propone intervenir la universidad, nombrar una Junta cuyos integrantes serían nombrados por dos o tres partidos políticos, haciendo con la UNAH lo mismo que han hecho con instituciones clave del Estado en que una repartición similar es la responsable de la escasa transparencia y de la vergonzosa manipulación e ineficiencia de las mismas. Pero da más tristeza ver a estudiantes universitarios que cuestionan como violación de la autonomía la intervención de fuerzas policiales en la universidad, acudiendo a algunos diputados para que presenten en el congreso iniciativas que violentarían la autonomía universitaria.

Acuden a una instancia del Estado que es política por definición para que solucionen una crisis interna de la universidad que por definición no debe ser politizada desde el punto de vista partidario. Y para colmo, acuden a un poder del Estado controlado mayoritariamente por el partido de gobierno al que tanto cuestionan. Creer que la solución de la crisis universitaria desde el Congreso se va a producir sin violación de su autonomía es tan ingenuo como pensar que el partido de gobierno permitirá que, en tiempo electoral, la solución de la crisis universitaria se produzca al margen de su poder de decisión.

Ingenuos, oportunistas o irresponsables, no se dan cuenta (¿o sí?) de lo que están desatando al provocar la intervención político partidaria de la UNAH cuando esto es algo que debe resolverse internamente (y esto vale para todos) sin reducir su solución a pensar qué bando tiene la razón porque esto niega la posibilidad de encontrar la solución adecuada. De repente todos la tienen y todos han cometido errores pero partir únicamente de la crítica y el señalamiento al otro, sin reconocer la cuota de responsabilidad por acción u omisión es señal de inmadurez y escasa capacidad para encontrar una solución. La crisis universitaria debe resolverse sin intervención externa pues la contaminaría política e ideológicamente.

Más allá de la forma y tiempo en que la misma se resuelva, nuevos aires deben soplar en nuestra universidad en su tránsito hacia una etapa superior de la reforma, más debatida, más inclusiva, más profunda en unos casos y más novedosa y creativa en otros casos. Pero todos esos caminos deben recordar que todo cambio debe ser para mejorar y no para retroceder y mucho menos para reproducir los mismos vicios del pasado que convirtieron a nuestra universidad en una institución decadente, manipulada y desprestigiada. Para lograrlo, todos tenemos la palabra, siempre que sea adentro de la UNAH.

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