La atalaya, defensa eficaz contra el covid-19

Por: Pedro Gómez Nieto
Asesor y Profesor CISI

Atalaya significa “lo elevado”. Califica una pequeña fortificación en forma de torre alta, enclavada en zona dominante, desde donde el vigía oteaba el horizonte buscando amenazas. En España, durante la reconquista, las atalayas conformaban la primera línea defensiva. Cuando un centinela detectaba al enemigo prendía fuego a la leña acumulada en la almena, siendo visible desde la siguiente torre que “retuiteaba” la maniobra hasta llegar la alerta al castillo, donde el señor feudal aprestaba sus tropas para la defensa, mientras, desde las iglesias, tañían las campanas para que el pueblo abandonara deprisa los campos de cultivo, labores, casas, y se protegiera en la fortaleza.

En esta guerra sin enemigo visible, no entendemos que el asilamiento es la mejor defensa. Permanecer en la atalaya, con la familia, para romper la línea de contagio, oteando el horizonte por los medios de comunicación y redes sociales. España, con más de 800 muertos por día, o Guayaquil, en Ecuador, con los cadáveres tirados por las calles, son ejemplo de sociedades que desoyeron las advertencias, y lo están aprendiendo en carne propia. Como reza el refrán: “la letra con sangre entra”, citado por Cervantes en El Quijote.

Un prestigioso doctor y profesor hondureño, admirado por su intelecto y valores, me remitió un informe del 2014, “Guerras de 4ta generación: tecnología versus combatientes”, que contiene argumentos y comportamientos presentes en esta guerra biológica. El estudio aborda conceptos como la “moral de combate”. Explica: “Un soldado que afronta un combate no como un fin en sí mismo, sino como un medio para su mejoramiento social cuando termine, estará más preocupado en salvarse que en derrotar al enemigo”. Siendo los sectores salud y seguridad, las líneas de contención, nuestras autoridades deben mantener fluida la línea de abastecimiento para esos “soldados heroicos”, proporcionándoles con premura y diligencia cualquier recurso necesario. Y siendo un hecho que potentes estructuras hospitalarias del primer mundo colapsaron, debemos entender que solo la colaboración entre todos, autoridades y sociedad, nunca la confrontación, posibilitará la supervivencia. Honduras necesita esperanza, por tanto, de profesionales que con su ejemplo nos ilusionen y motiven. Estamos hastiados de politiqueros frustrados y amargados quienes, tras dos años apestando a derrota, siguen diciendo tonteras, esparciendo basura y sembrando desanimo.

“Fetichismo tecnológico” es otro concepto del informe. Sociedades que pusieron su confianza en la tecnología como soporte de seguridad y desarrollo, primando sobre el capital humano. Recientemente contemplamos la soberbia y prepotencia de Donald Trump minimizando la gravedad de la pandemia para USA. Barbilla levantada y gesto de autosuficiencia, locutoreaba: “tenemos la situación bajo control”; “nosotros sí lo estamos haciendo bien”; equivocándose gravemente de mensaje. Recordaba la actitud y palabras del fariseo del evangelio: “Gracias Señor porque no soy como los demás”, en Lucas 18,11.  

Nadie está preparado para este tipo de guerra. Aprendemos sobre la marcha analizando las decisiones tomadas por terceros países, observando cómo les va a ellos. Pero hay sociedades que se están defendiendo mejor que otras, como la coreana, israelí, o las asiáticas, sencillamente porque fueron educadas en disciplina y valores. La respuesta al Covid-19 no depende tanto de los recursos de un país, nunca suficientes, como de la actitud de su gente, conciencia social, compromiso, y respeto a la autoridad.  

Al enemigo de esta guerra no lo vemos, lo sentimos cuando ya es demasiado tarde, cuando se encuentra dentro de nosotros. Pero antes de manifestarse nos utiliza para contagiar nuestro entorno familiar y social, convirtiéndonos en mensajeros de muerte y desolación. Mientras no tengamos una vacuna para contraatacar, la mejor defensa es la atalaya. Salgamos solo por necesidad, cumpliendo las medidas de bioseguridad. Al regresar, partamos de la premisa de que al enemigo lo llevamos encima, oculto cual caballo de Troya. Adherido al pelo, ropa, dinero, tarjetas, celular, cartera, bolígrafo, reloj, anillos, gafas, collares, suela del calzado, carrocería y neumáticos del vehículo, bolsas y alimentos que antes tocaron terceras personas. Hay que desinfectar y lavarlo todo, también la persona que salió, o estaremos jugando a la ruleta rusa. Esta guerra cambiará la forma de entender y valorar la vida, las relaciones sociales, reconfigurando el mercado industrial, el laboral. En la historia de la evolución no sobreviven los más fuertes, los que tienen mayores recursos, sino los que saben adaptarse mejor, transformándose.

“Para los hombres de coraje se hicieron las empresas”.  -José de San Martín-

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