
Aunque a muchos les cause escozor y pese a los grávidos prejuicios que a lo largo de los últimos dos siglos persiguen al mundo, los Estados Unidos de América son, sin duda alguna, el referente mundial para quienes intentamos definir y entender el concepto de “sociedad abierta”. No es casual que casi la cuarta parte de los migrantes en todo el globo, busquen como su destino final ese país.
La filósofa rusa Ayn Rand, lo explicaba con singular asertividad en una conferencia pronunciada en Ginebra en 1973: «Puedo decir, con conocimiento completo, que Estados Unidos es el más grande, noble y, en sus principios fundadores originales, el único país moral en la historia del mundo».
En efecto, la vieja Europa tuvo que aprender, a punta de sangre y sudor y bombas, las virtudes de la libertad y, aunque les cuesta reconocerlo, deben aceptar que su gran referente es este novel país, situado a un océano de distancia, que inauguró, aun a costa de muchos avatares, la democracia liberal y la fórmula más certera de conseguir la mayor prosperidad que ha visto la historia del planeta tierra.
Lo dicho, por supuesto, no les absuelve de los numerosos pecados cometidos, en su mayoría, por el afán de proteger sus intereses. No se pueden desconocer, por ejemplo, los desmanes de la “fiebre del oro”, la esclavitud del siglo 19, los abusos contra Vietnam, Irak y Palestina, contra Latinoamérica durante la guerra fría y tantos otros. Es evidente que el poder desplegado contra sus múltiples enemigos, le ha granjeado innumerables antipatías.
Hoy, la nación de Adams, Jefferson y Lincoln enfrenta una de sus más intensas encrucijadas. A partir de 2024 y como resultado de un largo proceso de desgaste, ese modelo de organización social tan ilustre parece derrumbarse para dar la pasada a algo que ningún estudioso de la política parece comprender.
Donald Trump, quién a partir de este enero asume su segundo mandato, lo hará con sangre en el ojo. El establishment de su partido, la arrogancia de los demócratas, que en su afán de trascender a los elevados estadios de la “cultura wok”, se olvidaron de los principios que les mantenían en el corazón de sus tradicionales votantes y, también, el fulgor de la cuarta revolución industrial, con sus despampanantes lujos, generaron en el sentimiento de los ásperos pobladores del “centro profundo” un gélido rencor, sumado al deseo de hacer por fin a América grande otra vez.
Y llega con todas las ínfulas imperiales de las que es capaz: Pide a Panamá el canal de vuelta, quiere Groenlandia y Canadá; parece infatuado con la idea de ser la versión occidental de Putin, quien en su afán decimonónico ha invadido a Ucrania y pretende quedarse con cuanta tierra se le ponga enfrente, al estilo de Iván el Terrible, o de los Romanov; como si no nos hubiese costado tanta sangre a los seres humanos, entender que la gloria imperial no nos dará la felicidad que tanto anhelamos.
Llega al poder justo cuando una ola de nacionalismos reaccionarios invade al planeta, de la mano de Meloni, Le Pen, Alternativa para Alemania y otros que reivindican la “llamada de la tribu”, que quieren vencer punta de odio, esos antiguos miedos animales que nos empujan a despreciar al que piensa diferente, al de otro credo y otras costumbres, al de color de piel diferente. Trump es ahora el líder indiscutible del mundo, el emperador que sin querer queriendo, rompió con ese constructor de prosperidad que es el liberalismo.
Y mientras tanto acá, en este yermo intelectual que es Latinoamérica, más específicamente en Honduras, las cosas discurren como si nada estuviera pasando en el supra mundo. Una sociedad catatónica, con un liderazgo incapaz de leer el signo de los tiempos, amenaza con unirse a esa deriva autocrática y fatua que llega al poder en estos días.
Y la historia nos muestra que el exceso de poder nos aleja de los demás, y por lo tanto de nuestra construcción ciudadana, y luego, de nuestra construcción mental. En algunos casos nos convierte en seres fuera de la ley, en otros, en personas que imaginan ser y estar más allá, o por encima, de las leyes (límites).
¿Habrá algo o alguien que pueda revertir este camino? Parece que no. Todo indica que llegamos al fin de una era y que, por elección propia la humanidad decide autoflagelarse, como en el 33. Habrá que estar preparados.