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Juan Ramón Molina en el país de la politiquería

Oscar Flores

El hondureño, de todas las edades y condiciones sociales, mastica política día y noche. Política en el desayuno; política en el almuerzo; política en la cena. ¿Y de postre? Sí, adivinaron… ¡Política!

Desde que uno enciende por la mañana la televisión, en todos los canales, sin excepción, la política es el tema. Se ha llegado al extremo de la idiotez, que un “experto”, llámese sabelotodo, aparece en un foro el lunes, en otro foro el martes y, si lo invitan, en otro foro miércoles o jueves.

Esto, porque de política y de fútbol habla cualquiera, sin importar que tenga conocimiento o argumentos. Recordemos que en Honduras no hay espacio para el debate (los propios candidatos, cobardemente, le rehúyen, bajo el pobre pretexto de “yo estoy en permanente debate con el pueblo”), y se recurre al insulto, la descalificación, el chismorreo y el ataque… incluso a la vida privada.

Esta campaña electoral no es la excepción y la idiotez se impone sobre la razón, el griterío sobre la exposición con argumentos. Así estaremos hasta noviembre…

Pobre de nuestra gente. Además de pasarla mal, asfixiada por la economía y los problemas que se derivan de ella, no le queda de otra que disfrutar de este circo moderno en el que los payasos sueltan en ráfagas chistes de mal gusto.

No recuerdo, al día de hoy, una propuesta interesante de la campaña electoral actual. ¿No les parece que es para preocuparse?

En lugar de calmar las aguas, las elecciones internas del 9 de marzo provocaron una avalancha de acusaciones y contracusaciones que nos tiene hasta el cuello.

¿Acaso no se dan cuenta de que nos tienen hartos? Sí, claro que lo saben, pero les vale un pepino.

El panorama es sombrío. Por mucho que los políticos se pongan una brocha en la lengua para pintarnos una realidad que solo existe en sus fantasías, el país se va hundiendo en la mediocridad, el odio y la falta de visión.

Particularmente, la borrachera política me provoca serios problemas para honrar mi compromiso con Proceso Digital de publicar una columna al mes.

Pongo mis manos sobre el teclado y lo primero que se me viene a la cabeza es escribir de política: cuestionar la “revolución” de la candidata oficialista (porque no le veo una pizca de revolucionaria por ningún lado); criticar a la oposición por su incapacidad para proponer proyectos que nos sugieran que, si vuelven al poder, harán mejor las cosas; reírme de Marlon Ochoa, que jura que nacionalistas y liberales inflaron las urnas, pero Libre —¡Oh, bellos angelitos!—, no.

Hay material de sobra para escribir: el Congreso Nacional, el Ministerio Público, las Fuerzas Armadas… Pero comienzo a escribir y me detengo. Borro. Vuelvo a comenzar. Me detengo. Borro. Comienzo… Y así me la he llevado en las últimas semanas.

¿De qué quiero escribir? Del legado de Aurelio Martínez, de mis pláticas recientes con el maestro Rafael Murillo Selva o el poeta Livio Ramírez, de los mensajes que me envía otro poeta, el favorito de mi esposa, José González, de los últimos libros publicados por Colección Erandique, de mis encuentros con Guillermo Anderson, de los cuentos completos de Arturo Martínez Galindo, de la vida de José Antonio Domínguez y sus versos trágicos…

O, ¿por qué no?, de Juan Ramón Molina, que el 17 de abril celebrará (para mí sigue vivo) 150 años.

Allí, en las artes, en la literatura, hay tantas bellezas; escribir sobre eso, sin embargo, es remar contra la corriente. No da likes. No enciende pasiones viscerales. No llena foros televisivos. No alimenta el morbo de un pueblo que lleva años acostumbrado a la pelea y al insulto.

Es, es… ¡Es aburrido! ¿A quién le interesa? No, eso no “pega”. Lo que el público pide es bajeza, mentadas de madres, gritos de “¡Fuera el familión!” o “¡No volverán!”.

Bien lo dijo Alfonso Guillén Zelaya: “En nuestro país no hay interés por el trabajo. En cambio, interesan de un modo exclusivo y anacrónico los políticos. La verdadera política consiste en una lucha de ideas. Aquí entre nosotros la lucha de ideas no existe; lo que existe es un culto al caudillismo, a ese caciquismo que empuja a la matanza y hace a los hombres esclavos de una pasión enfermiza y dislocada. El verdadero político representa un alto valor dentro de las jerarquías espirituales e intelectuales. Es un creador, como lo es el hombre de ciencia o el artista”.

Salud, querido Maestro.

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