La revolución de Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) ha traído consigo oportunidades sin precedentes para la automatización y la eficiencia. Sin embargo, con la capacidad de los dispositivos de tomar decisiones autónomamente, surgen importantes cuestiones éticas.
Uno de los debates más significativos se centra en la autonomía y la responsabilidad.
¿Qué es la ética del IoT y por qué es importante?
El Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) se refiere a la interconexión de objetos cotidianos a internet, permitiendo que recojan y compartan datos entre sí. Va más allá de los dispositivos tradicionales, como computadoras y smartphones, para incluir cosas como electrodomésticos, relojes, coches e incluso edificios.
Estos dispositivos, equipados con sensores y software, pueden comunicarse entre sí y con sistemas centralizados, permitiendo una automatización y recopilación de datos sin precedentes.
El impacto del IoT en la vida cotidiana ha sido transformador.
En hogares, termostatos inteligentes aprenden de los hábitos de los usuarios para optimizar la calefacción y el aire acondicionado, mientras que refrigeradores conectados pueden sugerir recetas basadas en sus contenidos o incluso hacer pedidos de alimentos que escasean. En ciudades, el IoT ayuda a optimizar el flujo de tráfico, gestionar el consumo energético y mejorar la gestión de residuos.
Sin embargo, también ha traído desafíos. La seguridad y la privacidad son preocupaciones primordiales, ya que un mayor número de dispositivos conectados significa más puntos de entrada potenciales para ciberataques. Además, la dependencia de estas tecnologías puede generar problemas si fallan.
Confiando en las máquinas
La primera pregunta que muchos se plantean es: «¿En qué medida podemos, o deberíamos, confiar en las decisiones tomadas por máquinas?». Shannon Vallor, en su libro «Technology and the Virtues: A Philosophical Guide to a Future Worth Wanting» argumenta que:
«como diseñadores o usuarios de herramientas tecnológicas, debemos ser responsables no solo de las acciones que realizan estas herramientas, sino también de las capacidades y hábitos morales que cultivamos al usarlas» (Vallor, 2016, p. 122).
Esta idea sugiere que el poder que otorgamos a los dispositivos del IoT debe ser proporcional a nuestra comprensión y control sobre ellos.
A medida que les otorgamos más capacidades y control sobre diversos aspectos de nuestras vidas, desde la gestión del hogar hasta decisiones en la cadena de suministro industrial, es esencial que tengamos un entendimiento profundo de su funcionamiento y limitaciones.
Otorgar poder sin tener comprensión es un camino hacia la dependencia ciega. Si permitimos que los dispositivos tomen decisiones sin entender plenamente cómo lo hacen o sin tener la capacidad de intervenir o corregir esas decisiones, corremos el riesgo de quedar a merced de la tecnología. Esta proporcionalidad entre el poder concedido y la comprensión garantiza que, aunque confiemos en la tecnología para mejorar la eficiencia y la calidad de vida, nunca perdemos la capacidad de ser los últimos árbitros. La tecnología debe ser una extensión de nuestra voluntad y no un dominador de ella. Así, el equilibrio entre comprensión y control se vuelve fundamental para un futuro armónico entre humanos y máquinas.
Un asunto de responsabilidades
A medida que los dispositivos IoT ganan más autonomía, la responsabilidad que asumen los humanos se torna más abstracta. Por ejemplo, si un coche autónomo se ve involucrado en un accidente, ¿quién es responsable? ¿El fabricante, el propietario, el programador, o la máquina? Según Schwab (2016) en su obra «The Fourth Industrial Revolution», «estamos entrando en un mundo donde las decisiones tomadas por máquinas, más que por humanos, influirán en una creciente lista de nuestras interacciones. En este contexto, es imperativo establecer un marco ético que pueda guiar y regular estas interacciones.
Uno de los principales desafíos radica en la opacidad de los sistemas de toma de decisiones.
«El IoT presenta un desafío ético porque su naturaleza ubicua y su capacidad para operar en segundo plano pueden limitar nuestra percepción y comprensión de cómo y cuándo se toman decisiones» (Floridi, 2014, p. 15).
En esencia, cuanto menos transparente sea un sistema, más difícil será determinar responsabilidades.
La Transparencia tecnológica
La transparencia en un sistema ya sea tecnológico, organizacional o social, es esencial para comprender cómo funciona y para asignar responsabilidades de manera efectiva. Si consideramos un sistema como una caja, una caja transparente nos permite ver claramente qué hay dentro, cómo se mueven las piezas y qué produce como resultado. En contraposición, una caja opaca nos oculta estos detalles, lo que nos lleva a conjeturas y suposiciones.
Cuando no entendemos cómo se toman decisiones o cómo operan los procesos dentro de un sistema, la tarea de atribuir responsabilidad en caso de fallos o problemas se vuelve complicada. ¿A quién responsabilizamos si no sabemos qué parte del sistema falló? ¿Cómo podemos corregir un error si no podemos identificar su origen?
Además, la falta de transparencia puede generar desconfianza. Si los individuos o las partes interesadas no pueden ver y entender cómo funciona un sistema, pueden comenzar a cuestionar su integridad o fiabilidad. En contextos donde las decisiones tienen consecuencias significativas, como en sistemas judiciales o algoritmos que determinan oportunidades económicas, la opacidad puede llevar a cuestionamientos sobre equidad y justicia. En última instancia, la claridad y la transparencia no solo facilitan la asignación de responsabilidades, sino que también refuerzan la confianza y la credibilidad de un sistema.
El riesgo de la dependencia
Aunque el IoT tiene el potencial de mejorar nuestras vidas, también es cierto que su mal uso o una dependencia excesiva de la tecnología pueden erosionar nuestra autonomía personal.
«La autonomía es valiosa no solo como un medio para otros fines, sino como un fin en sí mismo» (Nissenbaum, 2009, p. 104).
A medida que más dispositivos operan autónomamente, se vuelve esencial que podamos ejercer un cierto grado de control sobre ellos, garantizando que actúen de acuerdo con nuestros valores y principios.
La solución podría estar en el diseño ético de la tecnología:
«Los tecnólogos no solo deben ser competentes en sus disciplinas, sino también estar equipados con una comprensión sólida de las implicaciones éticas de su trabajo» (Vallor, 2016, p. 130).
Esto implica una formación ética para quienes diseñan y programan dispositivos IoT, garantizando que los dispositivos respeten la autonomía y los derechos de los usuarios.
En Conclusión, El Internet de las Cosas (IoT) ha transformado nuestra interacción con el mundo, convirtiendo objetos cotidianos en herramientas interconectadas que facilitan y enriquecen la vida diaria. Esta revolución, caracterizada por la autonomía creciente de los dispositivos, conlleva enormes beneficios en eficiencia y comodidad. Sin embargo, con la creciente automatización emerge una preocupación central: la necesidad de mantener el control y la comprensión sobre estos sistemas.
La transparencia es un componente clave para garantizar la confianza y la asignación adecuada de responsabilidades. En un mundo donde la opacidad de los sistemas podría generar desconfianza o malentendidos, es esencial poder discernir y comprender cómo operan estas herramientas. Paralelamente, la autonomía de los dispositivos, aunque prometedora, requiere de límites y directrices que se alineen con nuestros valores y principios humanos.
La clave radica en hallar un equilibrio entre la adopción de estas tecnologías y la conservación de nuestra capacidad de decisión y supervisión. En última instancia, mientras nos embarcamos en esta era de digitalización y conectividad, debemos recordar que la tecnología está aquí para servirnos, enriquecer nuestras vidas y reflejar nuestros valores, nunca para subvertirlos o reemplazar nuestra esencia humana.
Referencias:
Vallor, S. (2016). Technology and the Virtues: A Philosophical Guide to a Future Worth Wanting. Oxford University Press.
Schwab, K. (2016). The Fourth Industrial Revolution. World Economic Forum.
Floridi, L. (2014). The onlife manifesto: Being human in a hyperconnected era. Springer.
Nissenbaum, H. (2009). Privacy in context: Technology, policy, and the integrity of social life. Stanford University Press.