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Guerra contra la frágil naturaleza

Roldán Duarte Maradiaga

Tegucigalpa.- El gobierno hondureño al fin logró un acuerdo con los pobladores y ganaderos que habían ocupado varias reservas forestales del nororiente del país, mostrando una flexibilidad y tolerancia realmente admirable, que solo puede ser producto de la movilización ciudadana de múltiples compatriotas y de un ambiente electoral y proselitista, en el cual las autoridades nacionales buscan a toda costa ganar el favor de los electores, ya que en esta nación Centroamericana en marzo y noviembre del 2025 se celebrarán las elecciones internas y generales respectivamente.

La constante expansión de la frontera agrícola y ganadera, que suele ir acompañada por una intensa deforestación de las zonas de abundante biodiversidad que han sido declaradas reservas naturales y patrimonio nacional, exige que los gobiernos adopten medidas urgentes y radicales para corregir todo el inmenso daño infligido a la naturaleza.

De acuerdo con un análisis realizado por el Instituto de Conservación Forestal (ICF), en la biosfera del Rio Plátano “cada año se pierden entre 2,600 y 2,700 hectáreas de Bosque” (es.mongabay.com, 2021). Adicionalmente: “Los datos disponibles en la plataforma Global Forest Watch muestran que entre 2001 y 2020, la Reserva de la Biósfera Río Plátano perdió 59.9 mil hectáreas de bosque primario húmedo. El año con mayor afectación fue 2020, cuando se perdieron 6.56 mil hectáreas” (Ídem).

La publicación aludida que fue suscrita hace tres años por Leonardo Guevara y Karen Paredes, también afirma que: “La ganadería extensiva y las operaciones del crimen organizado son las principales causas del avance de la deforestación en la región que rodea a la Laguna Ebans, la cual forma parte de la zona cultural de reserva” (Ídem). Para enseguida agregar que: “En 2020 se perdieron más de seis mil hectáreas de bosque primario húmedo en la Reserva de la Biósfera. En la región, los habitantes de las comunidades indígenas temen denunciar lo que sucede en el área” (Ídem).

Para afrontar toda esa delicada problemática, el actual gobierno el 23 de mayo del presente año dio a conocer su estrategia de “cero deforestación al 2029”, mediante la cual se le otorgan roles centrales a las Fuerzas Armadas y especialmente a la Policía Militar del Orden Público (PMOP), tales como los siguientes: 

  • El “decomiso inmediato y la posterior destrucción, de acuerdo con la ley, de la maquinaria que depreda bosques, ríos, montañas y áreas protegidas” (cespad.org.hn/, 27/05/2024).
  • El “desalojo de actividades de agricultura, ganadería, minería y dragado de ríos, y construcción de proyectos de urbanización, dentro de las zonas núcleo de las áreas protegidas” (Ídem).
  • El incremento de hasta 8,000 efectivos “asignados a los Batallones de Protección Ambiental para garantizar el ejercicio de la soberanía nacional y defensa de las áreas protegidas” (Ídem).

De acuerdo con la Redacción del Centro para el Estudio de la Democracia (CESPAD): “A pesar de los aciertos de la estrategia, sobresalen dos preocupaciones relevantes:

  • la primera, es el reforzamiento de la militarización del Estado y la sociedad
  • la segunda, la ausencia de la participación y representación de las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes en la estrategia delineada” (Ídem).

Las últimas noticias difundidas por los medios de comunicación nacional indican que el gobierno llegó a un acuerdo con los ganaderos, mediante el cual se enfatizan los lineamientos del Programa Cero Deforestación (El heraldo, 25/09/2024).

Con todo, no se puede ignorar que mientras en Honduras nos entretenemos con los incendios de los bosques y la deforestación, en otros países cercanos algunos estudiosos se están ocupando incluso de resguardar los ecos y sonidos de la naturaleza, que poco a poco se van alterando ante la cruel arremetida humana contra el medio ambiente.

En tal sentido, un artista multidisciplinario mexicano expresa que: ““Mis hermanos cuentan que, antes de que yo naciera, aún se podían meter a nadar en el lago. Yo de chico pescaba acociles [camarón de río] y nos los comíamos. En las noches escuchaba lechuzas y de día veía parvadas enormes de aves. Ahora hay muy poco o nada de eso”. Mauricio Orduña tiene 42 años y ha vivido prácticamente toda su vida en Xochimilco, un entorno natural megadiverso al sur de la ciudad de México que va cediendo al aplastante ritmo de la urbanización, según destaca en uno de sus artículos el destacado medio español El País.

Según Pineda, desafortunadamente, lo que sucede en Xochimilco no es reciente ni exclusivo. La expansión de la mancha urbana está impactando en los ecosistemas de América Latina, donde más del 80 por ciento de su población vive en ciudades, algo que vuelve complicado cuantificar los efectos de poner un centro comercial o un parque industrial ahí, justo en donde antes había un cerro, un lago o un árbol gigantesco, asegura.

Viviendo en ciudades con grandes edificios y centros comerciales, calles de concreto y pocas áreas boscosas y recreativas, es difícil enterarse cuando muere un árbol y mucho menos revivir algunos sonidos tradicionales que van desapareciendo.

Nuestra prisa por llegar al trabajo, al supermercado, al colegio de los niños y realizar otros afanes, apenas nos dan tiempo para gritarle a quien en forma abusiva se cuela en las interminables filas de automóviles en las cuales solemos quedar aprisionados.

Únicamente en la noche y bajo el calor del hogar, tenemos la oportunidad de reflexionar acerca de todo lo que estamos perdiendo en el entorno natural y en la vida familiar, siempre que no estemos agobiados por lo cortos ingresos y los exagerados costos de las facturas alimenticias y por el pago de los servicios públicos. ¡Ojalá encontremos la paz interior que tanto nos hace falta!

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