
La pregunta parece un juego de palabras, pero encierra el dilema que marcará nuestro futuro como país.
Un estudiante se define por pertenecer a una institución, sigue un calendario, cumple tareas y espera calificaciones diseñadas por otros. Un aprendedor, en cambio, se guía por la curiosidad, aprende porque descubrir le da sentido. Sabe que, en un mundo donde la información se duplica en poco tiempo, su desarrollo depende, ante todo, de sí mismo.
La diferencia no es menor. El estudiante mide el éxito en notas; el aprendedor valora el proceso, hace preguntas, conecta saberes y celebra cada nueva competencia porque entiende que cada habilidad adquirida amplía su autonomía. Honduras, donde más del 60 por ciento de la población tiene menos de 30 años, necesita una juventud con esa mentalidad. De lo contrario, nuestro mayor activo demográfico se convertirá en una oportunidad perdida, atrapada entre la desmotivación y la apatía hacia un sistema educativo que muchos perciben como lejano o irrelevante.
Las instituciones debemos asumir nuestra parte. Hay que pasar de planes rígidos a experiencias flexibles, proyectos reales, desafíos interesantes y espacios de autoevaluación. Cuando el aula se convierte en laboratorio, los roles cambian y la motivación aumenta. El docente se vuelve mentor, ofrece retroalimentación formativa y modela la reflexión. El estudiante-aprendedor toma decisiones y enriquece el proceso.
Pero el reto va más allá del sistema educativo. Urgen aprendedores en la agricultura que integren riego inteligente, en la salud que combinen datos y tecnología, en la ciberseguridad que protejan la infraestructura crítica del país. Necesitamos políticas públicas que incentiven el aprendizaje permanente, empresas que asignen tiempo y recursos a la formación de su gente y medios de comunicación que privilegien la profundidad y el contexto antes que el impacto instantáneo de un click. Solo así la curiosidad dejará de ser un pasatiempo y se convertirá en motor de competitividad.
Hace unas semanas recibimos en UNITEC a egresados de la década de los noventa. Muchos se asombraban, con orgullo, de cuánto ha evolucionado el campus y la institución. Y es que así debe ser: una universidad, una empresa o un país solo prosperan si asumen cada día que siempre hay algo nuevo por aprender y mejorar. Por eso en UNITEC estamos rediseñando nuestro modelo académico hacia 2030. Pondrá al centro la formación del carácter y la cultura del aprendizaje continuo, para que cada profesional salga listo no solo para resolver lo que existe, sino para inventar lo que falta. La pregunta inicial, entonces, no es trivial. En un mundo que avanza a velocidad exponencial, ¿queremos que nuestros jóvenes sean únicamente estudiantes o verdaderos aprendedores? De la respuesta dependen nuestras posibilidades de cerrar brechas, impulsar la innovación y construir un país cuyo futuro se escriba desde el talento y la curiosidad, no desde la resignación. Que cada hondureño elija aprender siempre: allí comienza la transformación que todos anhelamos.