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Elecciones USA, con más ricos, más pobres y menos clase media

Por: Ricardo Puerta

Tegucigalpa.- En un reciente estudio del Pew Hispanic Research Center de Estados Unidos hay algunas respuestas a porqué Donald Trump y Hillary Clinton han llegado a ser «candidatos presidenciales” en sus respectivos partidos; y de colita, también hallamos porque Bernie Sanders, auto-proclamado socialista democrático, sigue en las contiendas primarias del Partido Demócrata.

El estudio del Pew Center da a entender lo sucedido y explica algunas de sus causas y efectos.

Desde el 2007, Estados Unidos se viene achicando en el número de miembros y en el rol decisivo de la clase media en la vida de esa nación. La clase media, como estrato mayoritario ha expresado el estilo de vida e idiosincrasia norteamericanas. En su mayoría abarca a salariados, pequeños empresarios y jubilados pensionistas. Su descenso coincide con una disminución en la tasa de movilidad social de sus miembros. A nivel de gran sociedad, ahora los norteamericanos son más desiguales entre sí, según factores económicos, demográficos y culturales. En la actual situación, la nación norteamericana, irónicamente, necesita más de inmigrantes que hasta hace dos décadas, si quiere mantener su actual sistema público de jubilación y de salud, y seguir siendo una nación hegemónica en el mapa mundial, con pujanza tecnológica, económica, militar. 

Lo sucedido en la clase media ha estado existiendo junto a una expansión de los estratos sociales extremos de la sociedad norteamericana: en el superior –hay hoy más ricos que antes—y en el inferior –hoy hay también más pobres en la nación norteamericana.  Si comparamos el presente con lo existente antes del 2007, los estadounidenses tienen hoy menos miembros en la clase media, más pobres en la base de la pirámide social y más multi-millonarios en la cúpula. La construcción de esos 3 niveles socio-económicos    –bajo/pobre –medio– y alto/rico— se basa en indicadores mundialmente aceptables, entre ellos educación, ocupación, ingreso, poder, prestigio, tipo de vivienda y estilos de vida.

Cada uno de los 3 estratos mencionados, al compararlo con la población total existente hace 10 años, no es el mismo de ahora en volumen y porciento en relación al total. Hasta el 2007 el 66% (2/3) de toda la población era clase media; el 15% comprendía a los de abajo y el 15% a los ricos. Como lo informa el Pew Center, en el 2017, el 50% de la población total de Estados Unidos/EE.UU. ahora es clase media, el 30% es pobre y el 20% es rica. En la década transcurrida, 8 de esos 10 años pertenecen a la administración del Presidente Obama. En resumen, durante el corto lapso de una década se duplicaron los pobres y los ricos crecieron en un tercio. Como efecto, se distanciaron más los extremos de la estructura social y se redujo el centro en términos absolutos y relativos, con más brecha social e inequidad entre los grupos de la población total Y preguntamos… ¿a qué se debe ese cambio? 

 

Causas 

 

Se debió a la crisis financiera del 2008 que empezó en Estados Unidos en el 2006 con las hipotecas suprime, extendiéndose inicialmente por los mercados financieros de EE.UU, se extiende a Europa en el verano del 2006, produjo una profunda iliquidez, causando a su vez otras crisis internas y externas en el 2008. En conjunto, demostró ser una gran crisis económica de alcance internacional.

La misma produjo reacciones aparecieron de inmediato. Primeramente, los estadounidenses empezaron a mirarse más hacia adentro, aumentaron el gasto público en programas sociales y de asistencia “a los más necesitados”, y de paso, revisaron el rol de EE.UU. como potencia hegemónica mundial. Le tomó a Estados Unidos 8 años, hasta el 2015, recuperarse.

Lo sucedido no “se quedó solo en casa”. Provocó en cadena varias crisis en el resto del mundo: alimentaria, energética, hipotecaria, bursátil y de confianza en los mercados mundiales. Sus efectos se propagaron como pólvora en Australia, Nueva Zelandia, en los países BRICS o de los principales mercados emergentes – Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica. También llegó a la Unión Europea –España, Grecia, Italia y Portugal, por mencionar algunos—exceptuando a Alemania. Produciendo como secuelas mayor conflictividad social e ingobernabilidad en las naciones afectadas, las cuales en su mayoría, aún no se han recobrado. 

 

Impacto en el imaginario del migrante hondureño 

 

Con respecto a la agenda migratoria hondureña, el nuevo balance interno-externo logrado en EE.UU pone en duda a nivel de Honduras algunos de los  elementos esenciales del llamado “sueño americano”, tal como ha venido expresándose en versión hondureña. Todavía EE.UU sigue siendo hoy el destino preferido en cada 8 de 10 nacionales “que se van de Honduras” al extranjero. Eso reitera el estancamiento que persiste en Honduras y al mismo tiempo, del crecimiento que ha logrado la diáspora hondureña en Estados Unidos, como Departamento 19 del “territorio nacional”, desde que empezó a formarse masivamente después del Huracán Mitch.

Al respecto, la migración hondureña que llega legal y “mojada” a EE.UU se ha mantenido más o menos en los mismos volúmenes anuales desde el 2007 hasta hoy. Como producto de ello, hoy podemos afirmar sin duda que el producto interno bruto/PIB de los 1.2 millones de hondureños que viven en EE.UU. es mayor que el PIB que generan anualmente los 8.2 millones de hondureños en los 18 Departamentos del país.

Sin embargo, para el hondureño que emigra a EE.UU, y no tiene allá a nadie “que lo reciba, aloje y lo refiera a un empleador” – 280 mil hogares hondureños reciben remesas anualmente remesas con regularidad — se les dificulta más que antes realizar con satisfacción su “sueño americano”. En el imaginario del migrante hondureño el mismo supone: tener un empleo permanente, recibir un salario que le permita cubrirse sus gastos de mantenimiento diario, pagar las deudas del viaje –servicio del coyote y gastos del migrante por tierra tránsito– en los primeros 3 años después de “la llegada”; y al mismo tiempo, ahorrar, mejorar la calidad de su propia vida  –carro y otros equipamientos generalizados en el l tipo de vida norteamericano– y además poder enviar remesas a la  familia que dejó en Honduras, para mejoren alimentación, educación y salud, y más a mediano o largo plazo, progresar en vivienda, y empleo, y en lo posible,  emprender un negocio. 

Empleos para los migrantes hondureños sobran en Estados Unidos. Los tipos de trabajo que hacen “los que se van” mantienen una permanente demanda insatisfecha. Porque son posiciones de entrada en el mercado laboral, ubicadas en sectores –servicio doméstico, construcción, comercio, agroindustria y manufactura liviana– que los nacionales estadounidenses no se sienten atraídos por esos trabajos. Razón: pagan poco y gozan de una baja estima social. En muchos casos los nacionales estadounidenses prefieren seguir parados, cobrando el seguro de desempleo del gobierno federal, hasta que aparezca el tipo de trabajo que sí les interesa.

A la par con ello, hay en EE.UU un buen número de empleadores estadounidenses que prefieren tener migrantes “sin papeles” como asalariados –al presente hay 11 millones de indocumentados de origen latino en EE.UU. Esos empleadores se aprovechan de la “ilegalidad” de esos inmigrantes, pagándoles por debajo del salario mínimo federal y negándoles otros beneficios – como de enfermedad y vacaciones—que por ley federal y estatal vigentes cualquier asalariado de ese país tiene derecho. 

 

Efectos en la clase política estadounidense 

Que Estados Unidos tenga ahora menos miembros de clase media, más pobres y más ricos, está influyendo en la actual reproducción de la clase política del país, mostrando una marcada polarización en el electorado norteamericano, Una buena proporción de los votantes de las primaras, hasta ahora han preferido a grupos, corrientes y líderes políticos que para llegar al poder, si son electos, prometen gobernar alejados de la clase política tradicional estadounidense. Trump y Sanders mantienen ese discurso con el aumento en número de simpatizantes, seguidores, activistas y votantes.

Hillary no está en esa onda por razones obvias. Más bien destaca lo contrario, es decir, los años de experiencia política que ganó en Washington Reitera con orgullo que estuvo de Primera Dama de la nación, y anfitriona de la Casa Blanca, como esposa durante los dos periodos de Bill Clinton –1993-1997 y 1997-2001. Que además fue 8 años Senadora en el Congreso Nacional por el Estado de Nueva York, la única primera dama estadounidense que se ha postulado para un cargo público. También fue Secretaria de Estado por 4 años, como parte de la primera administración del Presidente Obama. Y pretende llegar a ser la primera mujer estadounidense que ocupará a la Presidencia de Estados Unidos. Meta que sin duda atrae a gran parte del voto femenino que en número es ligeramente mayor al masculino en EE.UU.

Paralelo con eso, sucede algo más claro. En ambos partidos la prédica conservadora atrae menos a los votantes con educación universitaria y con edades que fluctúan de 28 a 38 años. A su vez, ambos partidos han sido muy heterogéneos en orígenes y evolución. Y por ello dentro de cada uno conviven personas y grupos con diferencias doctrinarias muy distintas en relación a temas importantes del país. Ello se debe, en parte, a la gran libertad de conciencia y débil disciplina partidaria que los estadounidenses acostumbran tener en su quehacer político.

A pesar de ello, hay además variaciones que resaltan en el seno de cada partido. En el Demócrata hay más variedad de grupos ideológicos que en el Republicano. En su interior aún conviven conservadores, liberales, progresistas, social-demócratas, centristas e incluso hasta socialistas. Tal diversidad hará más difícil que la Convención del Partido Demócrata llegue a una candidatura consensuada que refleje la unidad interna partidaria.

Por su parte, en el Partido Republicano hay una larga tradición conservadora, aun cuando eso ha sido de gran ayuda al apoyo de Trump en las primarias que ha ganado Pero que pudiera cambiar en la Convención del Partido, controlada por el establishment del Partido, en estos días dominado por figuras que ostentan cargos públicos de alto nivel, como ciertos gobernadores,  junto a  tres bases sociales: grupos de presión conservadores, donantes con mucho dinero y formadores de opinión en publicaciones como Weekly Standard, National Review y páginas de opinión de The Wall Street Journal.

Esos rasgos de los convencionales son bastante distintos a los perfiles de la población que hasta ahora ha venido votando por Trump en las primarias: miembros de la raza blanca, en su mayoría hombres, solteros, con bajo nivel educativo y conservadores. Los votantes de Trump , en igual proporción dicen ser evangélicos o asistentes a la iglesia una vez por semana. Divididos en dos mitades, casi parejas, cuentan moderados y conservadores. Y sí hay más acuerdo en asuntos como los siguientes: los migrantes son una carga para Estados Unidos; el ciudadano común debe poseer armas; los afroamericanos, así como otros ciudadanos, son los responsables de “no salir adelante; niegan la contribución humana al cambio climático; creen que todos los ciudadanos tienen las mismas oportunidades en la situación económica actual del país y consideran que el gobierno debería de promover valores tradicionales en la sociedad.

Por último, la situación internacional no favorece a Trump. En el mundo actual la mayoría de los conflictos existentes no tienen soluciones a corto plazo. Para muchos estadounidenses esto plantea la necesidad de que si EE.UU quiere seguir siendo “el líder del mundo democrático” la presidencia del país necesita un líder experimentado en asuntos de política exterior, que tanga un juicio y temperamento probado para ser comandante en jefe de todas las fuerzas armadas del país. Ello exige un liderazgo mucho más equilibrado y sensato que el hasta ahora demostrado por Donald Trump. Quizás en la campaña nacional que concluye en el próximo noviembre, Trump baje el tono sectario y comience a dirigirse no solo a toda la nación, sino también al mundo en general, respetando sus singularidades y diferencias. 

 

Conclusión

Aún está por comprobarse que la preferencia expresada por el electorado estadounidense en las primarias de cada partido coincide con la opción que van a preferir los electores de cada Estado en la Convención de su Partido. Y además, que tales preferencias son consistentes con los resultados de la votación que demuestre el electorado norteamericano el martes 8 de noviembre del 2016, día de las elecciones del próximo Presidente cuatrienal de Estados Unidos de América. El nivel de traslape que tengan esos tres resultados—primarias, convención y elecciones generales– confirmará cómo funciona la democracia norteamericana –que es el referente mayor de muchas otras democracias en el mundo. En caso de que no tenga validez interna, tendrá que cambiar su modo de operar, adoptando medidas que pertinentes al electorado que dice servir. Cambios que una vez adoptados — más temprano que tarde– tendrán efectos concretos en los sistemas democráticos electorales como el de Honduras.

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