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El Síndrome

Julio Raudales

No queda más remedio: vivir en el mundo implica adaptarse, actuar en consonancia con las leyes naturales; esas que obligan a la pervivencia mediante el ejercicio conjunto y a veces contradictorio de la cooperación y la competencia. Lo mismo aplica para la búsqueda de alimento, cobijo y vestuario, que para organizarse en sociedad y por ende hacer política.

Vladimir Nabokov sostenía que la palabra “realidad” debe escribirse siempre entre comillas y el consejo es correcto. Ni siquiera los datos son tan apodícticos cuando se trata de calificar lo que ocurre. Ese es el resultado natural de esa contumaz adicción a sujetar la razón a la fe, especialmente en nuestros países donde las abuelas persistieron en hacernos rezar un credo, sea cual fuere y a definir nuestros principios en base al mismo.

Es así como uno observa atribulado cómo los gobiernos repiten con más fe que inteligencia sus eslóganes: “El gobierno de la gente” o del “Poder Ciudadano”; y más acá la “Vida mejor” o el “Socialismo democrático”.

No debe de extrañar que cada uno imprima a su propuesta un sello distintivo, aunque ni sus propietarios comprendan en lo mínimo el significado o el valor de este. Las palabras, decía Agatha Christie, son el vestido de los pensamientos y, por ende, de las verdaderas intenciones de quien las pronuncia.

En materia económica, por ejemplo, quienes administran nuestros impuestos, definen las reglas a seguir y ahora también juzgan nuestro comportamiento, persisten en actuar en base a la “realidad” que ahora les conviene abanderar. Cuando los miembros del gabinete anterior alardeaban la firma de un acuerdo con el FMI o vendían un bono soberano, salían estos a decir que el Organismo Internacional es el causante de nuestra ruina y que la deuda es solo la causa de la pobreza. ¿Tenían razón? Tal vez, pero el caso es que ahora son ellos los que saludan a quienes antes culpaban.

Y si de gobernanza y respeto al estado de derecho hablamos, hace apenas dos años, aplaudían las denuncias de la congresista de origen guatemalteco que acusaba al régimen anterior de ser una amenaza a la seguridad interna norteamericana. En aquel entonces, eran los miembros de la actual oposición los que señalaban a la legisladora americana de injerencista. ¡Cosas de la vida y la suerte! Ahora que María Elvira hace lo mismo desde el otro lado, los Nacionalistas aplauden y los de Libre se quejan.

Si ayer el manejo de la situación energética era desastroso, las cosas parecen no haber cambiado mucho pese a los esfuerzos realizados. Parece que la buena intención, los deseos loables y aun la honestidad no bastan. No se ve por donde las cosas pueden mejorar en el futuro cercano.

Tal vez, al final, la sociedad pueda comprender que el éxito social parece siempre estar mas ligado al pragmatismo que emerge del raciocinio individual más que de la consigna. Quizás entender que esa “realidad” que va más allá de la consigna y hasta de los datos debe estar sujeta precisamente a la búsqueda infatigable de la prosperidad (felicidad) de cada uno y de la comprensión de que la misma no debe intentar conseguirse a costa de la de los demás. ¡Simple sí, pero efectiva!

Todavía es tiempo de cambiar de actitud. Al fin y al cabo, ya tienen lo que buscaban y tal vez cambiando la táctica y estrategia puedan lograr que, en poco más de dos años, la gente reflexione y decida que hizo bien en acudir y votar por un cambio. Quizás y hasta lleguen a pensar que vale la pena elegir una mayor cantidad de diputados, de forma que les ayuden a gobernar con mayor eficacia y, de esta forma, podrán incluso matar dos pájaros de un tiro.

¿Sera mucho pedir? Ojalá que no. Hay en la historia un par de buenos ejemplos internacionales de gobiernos y políticos que emprendieron el viaje a los senderos del pragmatismo y la inteligencia para entender que hay momentos para triunfar, pero hay otros momentos para alcanzar la gloria que es superior al poder. Al fin y al cabo, los seres humanos vivimos imbuidos en la fe en una superioridad. Cabe entonces, evocar la resignada reflexión kantiana: “Se puede dudar de la existencia de Dios, pero no de que el hombre lo necesita”

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