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El sentido de la vida

Por: Pedro Gómez Nieto

A medida que pasa nuestra vida vamos entendiendo el concepto “biodegradable” aplicado al traje que nos regalan al nacer para poder vivir en esta nave espacial llamada Tierra.

Somos testigos de cómo el tiempo acelera su deterioro. No hay dos iguales,  Dios repartió los talentos según su voluntad pero en Lucas 12:48 Jesús nos dice: “Al que mucho se le ha dado mucho se le exigirá”. Lamentarse por lo que deseamos sin la voluntad de sacrificarse para obtenerlo, carcome el espíritu. Cada vida es irrepetible, como la huella dactilar, y somos responsables de vivirla proactivamente.

Los jóvenes, cuya personalidad se encuentra en formación, se sienten inseguros y  buscan imitar la imagen y comportamiento de sus ídolos. Admiran a deportistas, cantantes y actores de la pantalla, nunca a intelectuales, científicos o exitosos empresarios. Convertimos nuestras vidas en malas imitaciones en lugar de buscar ser auténticos y genuinos. Al toral asunto de la educación contribuyen negativamente las cadenas de televisión que en horarios de mayor audiencia colocan series de narcotraficantes, violencia, y muerte. Los programas de televisión que más violencia muestran son los informativos. Sin encauzar la educación para una formación en valores será complicado darle a la vida otro sentido que no sea el material. En Mateo 25:27 Jesús recuerda que debemos trabajar honestamente con lo que Dios nos regala, poco o mucho, para que nuestra vida tenga un propósito, porque solo somos gestores de los bienes recibidos.

El maldito y bendito tiempo termina haciendo justicia a ricos y pobres, a los que buscan la luz y la misericordia de Dios, y a los que voluntariamente que se apartan de ella prefiriendo la vida material y la oscuridad espiritual. Entre los que no creen en Dios  apostando porque tras la muerte no hay nada, frente a los que creen que el Padre nos espera al final de esta vida en los brazos de su Hijo, abiertos por una cruz, estos últimos siempre salen ganando. El motivo es que si no hay nada después de la vida, no estaremos allí para certificarlo, porque nada seremos, y los que ganen no lo sabrán porque ya no existirán. Pero si la verdadera vida nos espera después de este apasionante e irrepetible viaje espacial, el premio es seguro. El que se apartó de Dios comprobará que perdió la apuesta y tendrá toda la eternidad para lamentarlo, alejado de la luz y del amor del Padre por voluntad propia, en permanente soledad y oscuridad. Ese es el auténtico infierno espiritual y su fuego, la desdicha eterna de no poder estar con Jesús en la presencia del Padre.

¿Qué es la eternidad? No es la suma de tiempo hasta el infinito, sino todo lo contrario, es la ausencia del mismo. El tiempo transforma la materia, existe porque ella existe. Fuera de la materia el tiempo no tiene sentido, porque donde solo hay espíritu todo es presente. Fuera de esta vida material la eternidad es el presente permanente. Igual pasa con el espacio, existe porque la materia lo llena. No se concibe un universo vacío sin algo que establezca distancias y referencias. Si no existe nada, nada puede ser continente y contenido. Así podemos tratar de entender la presencia de Dios sobre un universo que hizo para “el Hijo muy amado en quien se complace”, Mateo 3:17. Una creación hecha por amor de la que formamos parte.

En Dios no hay tiempo por eso siempre está “en presente”; no hay distancias porque su amor mantiene la existencia y cohesiona todas las cosas. Solo podemos acercarnos al Padre a través del Hijo que nos rescata y justifica desde su humanidad. Un amor entregado para nuestra salvación que zarandea y convulsiona el entendimiento cuando le contemplamos clavado en la cruz. Si al Padre se llega por el Hijo, al Hijo se llega por la cruz. A la luz solo se llega por la cruz. En el sufrimiento de Cristo tiene sentido el sufrimiento propio cuando aceptamos nuestra cruz.

No hay lugares buenos ni malos para vivir y andar el camino, son las personas las que hacen a los lugares hermosos o insoportables. Con el paso de los años comprendemos que para el viaje hacia la luz cada vez se necesita menos equipaje, solo el que conlleva una vida digna ganado con el trabajo honesto. No olvidemos el perdón a los deudores, única manera de que al final del viaje seamos los beneficiarios de esa deuda. Le sumamos también el recuerdo de los seres queridos que nos precedieron y llevamos en el corazón. Las capacidades restantes debemos utilizarlas en aliviar el peso de las cruces del prójimo con quienes compartimos el camino. Un viaje que termina en el punto de partida donde todo comenzó, el amor de Dios que nos regaló la vida, la luz.

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