El precio de la desigualdad

Por: Julio Raudales
Tegucigalpa.- Hace un par de años, un periodista me inquirió para conocer mi opinión sobre un artículo de la revista centroamericana “Mercados y Tendencias”, que revelaba la existencia de una mayor cantidad de multimillonarios en Honduras.

“Debería de ser algo que nos congratule” respondí, “siempre y cuando el aumento de esa riqueza no sea a expensas de un incremento en la cantidad de familias que caen en la pobreza”.
Lastimosamente no era así: a diferencia de lo que sucedía antes de los años 80’s, nuestro país cuenta ya con familias que poseen las más sólidas fortunas del istmo, sin embargo, la cantidad de hogares en pobreza se ha incrementado, lo cual revela que más que un crecimiento en el tamaño del pastel,  lo que sucede es que algunos se han apropiado de un pedazo mas grande, dejando a la mayoría sin posibilidades de comer.
 
A propósito de lo anterior, ha caído en mis manos una buena cantidad de estudios nacionales e internacionales de reciente publicación, en los cuales se trata con rigurosidad y preocupación el problema de la desigualdad económica y sus consecuencias políticas. Me resulta curioso que dicho fenómeno, que fue utilizado como justificador intelectual de la izquierda hasta el fin de la Guerra Fría, haya retomado su relevancia de antaño para complementar y en algunos casos sustituir la discusión sobre la “reducción de la pobreza”, tema que acaparó el debate académico y político durante los últimos 25 años y que pese a su vigencia, parece abocado a una reformulación.
 
Debo decir que pese a que hay una relación entre pobreza y desigualdad, se trata de problemas distintos que deben enfrentarse con políticas diferenciadas aunque consecuentes. Un país puede ser muy igualitario y pobre a la vez: Timor Oriental por ejemplo, posee uno de los coeficientes de Gini más bajos del mundo, pero tiene un nivel de pobreza elevado; Singapur por otro lado, se caracteriza por sus importantes diferencias distributivas y sin embargo allí prácticamente no hay pobres. No obstante, se debe admitir que ambos indicadores, baja pobreza y desigualdad en los ingresos, son la característica más marcada de las naciones desarrolladas.
 
De acuerdo a los análisis hechos por CEPAL y el Banco Mundial, la desigualdad en Honduras se ha profundizado, con lo que se agravan los problemas de pobreza, marginalidad y violencia social existentes. Datos revelados, indican que nuestro país ostenta ya el vergonzoso record de nación más desigual del continente, por encima de Haití y Nicaragua, con un Coeficiente Gini de 0.56 después de impuestos y ¡asómbrese usted!, 0.55 antes de impuestos, lo que demuestra que nuestra política impositiva en vez de ayudar, más bien profundiza las diferencias entre pobres y ricos en el país.
 
Aunque parezca redundante, es necesario insistir en la necesidad de abordar esta problemática de manera seria y responsable para revertir la espiral de inconformidad y decepción que parece arrastrar a la ciudadanía hacia un clima de violencia aun más profundo. Una política fiscal eficiente y justa es el mejor mecanismo de pacificación de nuestro país.
 
Lastimosamente, los encargados de definir la política económica han seguido la ruta equivocada y los resultados son evidentes: de acuerdo a las cifras oficiales, la clase media, es decir unas 150 mil familias de más del millón y medio que en total vive en el país, paga casi el 50% de su ingreso en concepto de impuestos. ¡Lo que es peor!, estas personas no obtienen prácticamente ningún beneficio por el sacrificio que hacen: no van a los hospitales públicos, envían a sus hijos a la escuela privada y la calidad de los servicios de agua y electricidad que reciben es precaria. Por su parte, una delgada franja de familias con ingresos muy elevados goza de una gran cantidad de exoneraciones fiscales y la inmensa mayoría de familias vive en condiciones paupérrimas.
 

Las cifras son elocuentes. Es odioso comparar pero podríamos estar mejor si lográramos un acuerdo social responsable como ha sucedido en otros países. Ahora que la irrupción espontanea de la juventud parece despertar la conciencia ciudadana y plantea la necesidad de un dialogo honesto, vale la pena que se coloque como eje primigenio, la necesidad de reestructurar nuestra política tributaria y también la forma en que se gastan esos impuestos. ¡Hay que insistir!

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