Desde mis lejanos tiempos de primaria en un colegio católico, siempre me ha intrigado –en mayor o menor grado- el asunto del pecado original.
Al principio las primeras dudas eran sobre cuál había sido la “fruta prohibida”, llegando a la conclusión con algunos compañeros -tan despistados como yo- de que se trataba de la manzana.
Entre toda la abundancia del paraíso terrenal, Eva y Adán no habían podido resistir a la tentación de probar la única que les había sido prohibida.
Ya por quinto o sexto grado, la mente curiosa empezó a dudar si en realidad todo aquello se refería literalmente a una fruta o si “lo prohibido” era otra cosa. De nuevo, acompañado de una buena dosis de ignorancia en el tema sexual, llegamos a la conclusión de que la pareja había tendido relaciones sexuales y que por eso habían sido arrojados del paraíso.
Poco a poco nuestra mente curiosa fue conociendo cosas como la teoría de la evolución y el interés se tornó en el famoso y elusivo “eslabón perdido”, aquél ser que servía de enlace entre el mono y el hombre.
Y entonces, casi en forma inmediata, surgió la gran pregunta que nunca pudo obtener una respuesta sensata de mis profesores (ni de nadie). Si la vida se originó en el mar y el hombre es producto de la evolución de organismos sencillos, entonces nunca hubo un paraíso terrenal, Eva y Adán no existieron tal y como se nos había dicho y, por lo tanto, jamás hubo un pecado original.
Ya en la temprana adolescencia, llegué a la conclusión de que todo aquello no era más que una fábula, la que no resistía el menor escrutinio del razonamiento o la ciencia.
En la actualidad y ya sin tener el tema religioso mucha importancia para mí, lo que me intriga es cómo algunas mentes brillantes y estudiadas, pueden saber que el ser humano empezó a vagar por las planicies africanas hace cuatro o cinco millones de años y, al mismo tiempo, creer toda la fantasía del relato bíblico.
Sabiendo sin lugar a dudas que somos producto de la evolución y con la prueba científica de fósiles como el de “Lucy” y otros más antiguos, hay algunos que siguen aceptando como cierto lo del castigo divino y todos esos cuentos.
Cómo pueden aceptar la realidad de lo que dice la ciencia y, a la vez, tener como una especie de “compartimiento” en el cerebro que acepta como verdad lo de Eva y Adán, el pecado original y resto de leyendas.
Es una especie de “cuando pienso en la ciencia no pienso en lo otro y viceversa”.
Cómo se puede creer en ambas cosas a la vez si son absolutamente excluyentes. Y ese pecado original, con un castigo tan desproporcionado! Castigar a toda la humanidad por lo siglos de los siglos, simplemente porque Eva y Adán hicieron el amor o “desobedecieron” una orden divina!
Toda la humanidad! Por siempre! Y qué hay de los chinos, musulmanes e hinduistas, gente que –aunque usted no lo crea- o no ha escuchado hablar de la Biblia o sabe de ella tan poco como usted del Corán o los escritos “sagrados” de otras religiones.
Fueron ellos castigados y se irán al infierno, aunque jamás hayan oído nada sobre el tema?
Cómo puede alguien en completo o parcial uso de razón creer en nada de eso?
En lo personal no creo en ningún dios. Ni en Quetzalcoatl – de los Aztecas- ni en Amón-Ra – de los Egipcios-.
No creo en Odín, Alá o Zeus ni en ninguno de los dioses que han sido aceptados como ciertos por las diferentes culturas y religiones a lo largo de la historia.
Tampoco creo en respuestas mágicas a preguntas científicas.