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El millón de hectáreas

Julio Raudales

Mas o menos una décima parte del territorio hondureño tiene condiciones aptas para cultivar la tierra. Eso es más de un millón de hectáreas. No es poco; es más de la mitad del tamaño de nuestro vecino El Salvador y, considerando nuestra densidad poblacional, suficiente para que estemos bien alimentados, desarrollemos la agroindustria y exportemos de forma competitiva.

Digamos que hemos sido bendecidos por la naturaleza, ya que, en Centroamérica, solo Nicaragua posee más tierra fértil.

Aparte, tenemos casi cinco millones de hectáreas ideales para que crezcan bosques de diversas especies. Allí nacen ríos caudalosos que desembocan en las dos vertientes. Pocas naciones en el mundo tienen esa dicha, somos privilegiados.

Sin embargo, la producción agropecuaria hondureña es, a todas luces, insuficiente para generar riqueza. Su productividad, es decir, el rendimiento de los cultivos es sumamente bajo, sobre todo por falta de condiciones adecuadas para trabajar.

Del millón de hectáreas citado, apenas ciento cuarenta mil poseen sistemas de riego y están tecnificadas; el resto son trabajadas en condiciones muy arcaicas, ajenas a los enormes avances que, como en todas las actividades humanas, nos ha traído la cuarta revolución del conocimiento.

A los políticos poco les ha importado lo que sucede en el sector. Nunca se ha hecho un esfuerzo serio por lograr un manejo adecuado del agua, tan abundante en todo el país. Hace medio siglo, se interrumpió el tímido esfuerzo que el gobierno militar de entonces hacía para reformar el agro; a comienzos de los 90’s se promulgó una ley que buscaba modernizar la agricultura con una visión globalizante, pero dejaron por fuera a los campesinos y la pobreza y hambre persistieron.

La situación es tal, que desde hace treinta años que no tenemos un censo agrícola, los mecanismos de financiamiento han sido dejados de lado tanto por el sector público como privado y las instancias gubernamentales que deberían estar pendientes del sector han carecido de un presupuesto consecuente.

Cada cuatro años en campaña, candidatos y candidatas farfullan la necesidad de “volver al campo” reactivar la agricultura, pero el discurso se divorcia de la acción programática y la gente en el campo, con actitud cansina, desboca sus esperanzas echándolas a rodar mientras huye hacia la ciudad o el norte.

Hace unos días, en una comparecencia televisiva, manifesté con aplomo que la mejor forma de asegurarse de ser pobre en Honduras es dedicarse a la agricultura. Esto es cierto. Un estudio muy serio publicado por el Banco Mundial hace unos años, establece que la probabilidad de estar en pobreza extrema por dedicarse a labores agrícolas es del 78%, mientras que solo un 15% de los pobres extremos trabajan en el sector servicios.

El problema es que la gente en las zonas rurales, falta de escolaridad y con habilidades precarias para el trabajo, opta por sembrar la tierra sin asistencia ni financiamiento con lo cual se condena de por vida a la miseria. La agricultura es, después del comercio, la mayor ocupación de la gente a nivel nacional y esas es, en parte, la razón de que la mayor parte de ellos sean pobres.

Es urgente dirigirnos como país hacia el despertar del sector agrícola. Tratar de rescatar BANADESA es un primer y difícil paso, pero servirá de nada si el esfuerzo no es integral y abarca la capacitación empresarial de los campesinos, la seguridad jurídica del factor tierra, el riego y tecnificación como elementos focales del trabajo a realizar.

También es menester censar las tierras para entender de mejor forma la situación del agro. Ningún esfuerzo es efectivo sin buena información. Es indispensable entender que, si no existe claridad rigurosa acerca de nuestro potencial productivo, será difícil utilizar bien los recursos financieros. Es cierto, se han hecho esfuerzos previamente, pero es indispensable hacer acopio de ellos y traducirlos a políticas inteligentes.

Ojalá y comprendamos de una vez cual debe ser el objeto de nuestros esfuerzos. Ojalá y retomemos el camino del desarrollo regional y así evitar que nuestra gente desfallezca, huya y muera sin la esperanza, esa que es y debe ser nuestro motor de vida.

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