Se dice que los economistas son personas metidas en un cuarto oscuro buscando un gato negro que no existe. ¡Bien! pues, se dice también que los estadísticos y econometristas generalmente lo encuentran.
A propósito, gran revuelo causó nuevamente el Instituto Nacional de Estadística (INE), cuando en los últimos días ha reiterado que la incidencia de la pobreza en el país se ha reducido en 9 puntos porcentuales entre 2021 y 2024. En su informe, el ente rector del sistema estadístico revela además, que las oportunidades de empleo han mejorado un 9% en los últimos dos años.
Por supuesto, no hay manera de rebatir tales aseveraciones. La Encuesta de Hogares que el INE publica de forma continua, asegura una metodología bastante rigurosa y asertiva. Los datos son meridianos y, aunque la oposición política, la prensa y algunos analistas acostumbrados a extraviarse en especulaciones y sofismas, la evidencia estadística muestra con claridad que hay mejoría en la situación social del país con respecto al 2021.
Lo que sucede en estos casos, es que se podría realizar un análisis igualmente riguroso, aunque mas asertivo para no engañarnos y saber cual es la situación real. Una alternativa podría ser medir la pobreza utilizando un marco analítico más equiparable, por ejemplo, cual es la situación actual en comparación con la situación previa a la pandemia COVID.
Es obvio que el encierro, la caída en la demanda de bienes y servicios provocada por la incertidumbre y las políticas poco efectivas llevadas a cabo a partir de marzo de 2020, dejaron un lastre oprobioso, por tanto, ¿no sería mas honesto medirnos en relación al 2019, cuando ni siquiera estaba en el horizonte la posibilidad de una cuarentena total?
Si procedemos así, quedarán claras dos cosas: lo primero es que la mejora experimentada, es decir, la reducción de nueve puntos en la incidencia de la pobreza, no ha sido suficiente para llevarnos a la situación pre-pandemia. La segunda, es que, en dos décadas, no hemos aprendido nada sobre la forma mas eficaz de combatir este flagelo mediante políticas públicas eficaces.
Sobre lo primero, es obligado insistir en que, luego del encierro, la gente salió decidida a retomar su vida en forma normal y es, debido a este dinamismo, surgido de forma espontánea, que se han incrementado los ingresos y, por ende, una tibio mejora en la situación de los hogares. O sea, si no se ha logrado que lleguemos a los 59% de hogares en pobreza que teníamos en 2019, es porque las condiciones de capital físico e institucional, han tardado mas de lo necesario en ponerse a tono con las necesidades de los trabajadores.
Sobre la evidente incapacidad de las instituciones sociales hondureñas para abrir espacios que permitan el desarrollo individual de las personas, se debe señalar la incidencia de esa viciosa costumbre que tienen nuestros políticos que insisten siempre en destruir lo poco que han hecho sus predecesores. Esa falta de visión de mediano plazo restringe los espacios ciudadanos para construir de manera ordenada, mejores oportunidades para todos. Ese es, quizás, el meollo de la pobreza estructural.
Pero más importante que eso, es emprender un camino inteligente que permita combatir el problema. Priorizar en educación y salud es clave. Sin embargo, no parece ser el elemento central en el que piensan las autoridades. Hace 2 años sembraron una tibia esperanza, ya que mostraron su voluntad incrementando el presupuesto dirigido a estos rubros, pero no cumplieron y ahora anuncian con fanfarrias la compra de aviones y arsenal, olvidándose de lo que ofrecieron en campaña.
Esther Duflo, la francesa galardonada con el Nobel de Economía en el 2018, nos invita con su trabajo, a repensar la pobreza y olvidar, por un rato, esos veleidosos argumentos de gato negro, que no nos sacarán nunca del problema y nos dejarán vacío el país. ¡Es hora de cambiar y hacerlo seriamente!