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El 160 y la transformación de Honduras

Por: Julio Raudales

A lo largo de toda la historia, la ciencia y la ilustración han sido sistemáticamente perseguidas por el oscurantismo.

Desde Sócrates en la antigüedad y pasando por Giordano, Galileo y más acá por las jóvenes víctimas de Tlatelolco, Praga o la Plaza de Tiananmen, pareciera que a los que tienen poder no les ha gustado nunca que la gente piense, que discrepe o que proponga cosas nuevas. 

Por eso es tan importante la consolidación de una academia independiente, libertaria y despojada de cualquier injerencia crematística o subordinación política. 

De ahí que fueron sabios los constituyentes del 82 al otorgar a nuestra Universidad Nacional Autónoma de Honduras la exclusividad del gobierno en materia de educación superior. Es una prerrogativa necesaria –indispensable si me apuran- sobre todo en países con las debilidades orgánicas y las derivas cuasi medioevales que ha tenido el nuestro.

La decisión, en su momento, tuvo motivaciones precautorias y la posteridad les da la razón: el mundo en general, pero específicamente Latinoamérica, asistía entonces, al epílogo del sainete sombrío en la nefasta guerra fría. Docentes, estudiantes e incluso autoridades universitarias eran víctimas de la represión o cooptación por parte de los órganos del estado. 

Los gobiernos de entonces, militares en su mayoría, o marionetas civiles de las dos potencias mundiales, influían o trataban de avasallar a la ciudadanía utilizando cualquier recurso viable y, quizás de forma tácita pero eficiente, apelaban a la máxima gramsciana del dominio hegemónico, pero esta vez, a través de la des-cultura.

Después de todo, las ideas sí tienen consecuencias.

Pero la pesadilla no culminó ahí. Ayer como hoy, los latinoamericanos tenemos que aguantar el embate de gobiernos autoritarios, atrabiliarios y corruptos, enemigos del conocimiento y reactivos a los cambios tan necesarios. 

De ahí deviene la importancia de conservar el carácter autonómico, la capacidad crítica y la objetividad de la Universidad, en coherencia con los logros del “Grito de Córdoba” de 1918; Para que desarrolle sin cortapisas el mandato que le otorga la Constitución de –y cito el artículo 160- “…contribuir a la investigación científica, humanística y tecnológica, a la difusión general de la cultura y al estudio de los problemas nacionales” y sobre todo para “…programar su participación en la transformación de la sociedad hondureña”.

No es poca cosa esta tarea y han sido muchos los desafíos que implica tal mandato. La UNAH ha tenido que pasar por múltiples avatares en su tarea de involucrarse de frente y sin ambages al desarrollo del país. Durante muchos años estuvo secuestrada y a duras penas logró liberarse de las cadenas de una pandilla de delincuentes que la asolaron por décadas. Hoy camina hacia su emancipación de la mano de un proceso de reforma consciente e inteligente, impulsada por sus estudiantes que la jalan con rebeldía hacia un mejor destino.

Porque no solo se trata de formar profesionales, es la necesidad de crear consciencia, de fomentar el pensamiento científico y la ilustración, pero, sobre todo, de contribuir al desarrollo y felicidad humana a través de la cultura. Por ello hay que defender su autonomía y no renunciar nunca a la tarea concreta que el estado le ha delegado de lanzarse cual saeta a la búsqueda de la transformación de nuestra sociedad. 

Pero nunca faltan los palurdos y cenutrios lebreles que, habiéndose criado en sus rodillas, después de enriquecerse en su aerarium, ganando para sí el lustre y el privilegio de haberla dirigido, ahora, al no poder seguir su paso, la traicionan, la apuñalan y pretenden arrebatarle su potencial destructor de la ignorancia. 

Es a ellos, a esos innombrables a quienes debemos señalar y condenar públicamente al destierro y al ostracismo. Pero hay que hacerlo desde las ideas, desde la inteligencia que seguramente les ha birlado la suma de sus años. Lo hará la juventud estudiosa y libertaria que por suerte no tuvo que escuchar nunca su voz miomórfica ni su abyecto discurso retardatario y rastrero, pero también por nosotros, los que fuimos víctimas de sus erradas acciones en la conducción de una sociedad de estudios digna de buen gusto y mejor suerte.

La Universidad caminará pese al ladrido de sus malos hijos… el Alma Mater será el estilete que vencerá por fin la ignorancia supina y sabrá llevar a nuestra Honduras por mejores senderos. Estudiantes, mentes trabajadoras, pueblo en general, todas y todos seremos uno en la defensa de la autonomía y la lucha por una academia beligerante y promotora del bien común.    

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