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Dengue

Por: Luis Cosenza Jiménez

Todo indica que estamos enfrentando una epidemia de dengue. El número de personas fallecidas por el dengue ya llegó a 50, y hay otras 90 muertes en las cuales se sospecha que la causa también fue el dengue.

El número de personas afectadas por esa enfermedad ya superó los 20,000 y los hospitales ya no pueden atender a todos los enfermos. De hecho, se ha llegado al extremo de colocar hasta dos personas en una cama o camilla.

¿Qué nos pasó? ¿Cómo llegamos a este punto? ¿Qué podemos aprender para el futuro? Analicemos la situación para ver a qué conclusiones llegamos.

En primer lugar, recordemos que esta no es la primera vez que enfrentamos este problema. Es un fenómeno recurrente. Incluso sabemos a ciencia cierta en que época del año se presentará.

Esto debería permitirnos prepararnos oportuna y correctamente para enfrentar el embate del mosquito transmisor.

Para eliminar o controlar el transmisor, o vector, como le llaman los expertos, es necesario evitar que se propague, lo cual implica eliminar los depósitos de agua, donde el zancudo deposita sus huevos.

Estos depósitos pueden encontrarse al interior, o en el exterior, de las viviendas, comercios, fábricas y otras edificaciones.

Siendo esto así, resulta evidente que la lucha en contra del dengue necesariamente demanda la participación de los ocupantes de las viviendas y otras edificaciones.

Lo lógico sería suponer que los ocupantes se encargarán de eliminar los criaderos que podría haber en el interior de las viviendas y otras construcciones, mientras que el gobierno central y el municipal se encargan de eliminar los criaderos que pudiera haber en el exterior de las viviendas y otras construcciones. Esa parece ser una división lógica de las responsabilidades.

No obstante, para que esta distribución de responsabilidades funcione bien es indispensable que todas las partes entiendan su participación.

Si eso no se entiende así, entonces es casi seguro que anualmente estaremos inmersos en una crisis. Los gobiernos tienen una responsabilidad adicional, cual es educar a la población sobre el papel que cada actor jugará. Esto a la vez supone una campaña anual para educar y recordar a la población de su papel en la batalla en contra del dengue.

Anualmente debería celebrarse, con mucha publicidad, el inicio de la batalla contra el mosquito, y luego mensualmente proceder a reunir a todos los actores para analizar el avance en la lucha. ¿Se habrá procedido así este año? Me parece que no, pero puedo estar equivocado. Si no se hizo así, entonces debemos censurar al gobierno. Después de todo, al gobierno le compete tomar la iniciativa.
En segundo lugar, es prudente y conveniente aprender de la experiencia de los vecinos. ¿Qué sucede en El Salvador, Guatemala y Nicaragua? ¿Padecen ellos también de una crisis? Me parece que no es así, lo cual obliga a preguntar que hicieron ellos para reducir y controlar la incidencia del dengue.

¿Estarán los países vecinos mejor preparados y organizados para combatir la enfermedad? ¿Será posible que el enfrentamiento entre médicos y el gobierno impidiera prestarle la debida atención al problema? Antes de pronunciarnos al respecto, recordemos que los médicos son la segunda línea de defensa.

Lo primero debe ser evitar que las personas se enfermen, y para esto no necesitamos a los médicos. De lo único que podríamos culpar a los médicos es de haber acaparado la atención del gobierno, impidiendo así que este dedicara su atención al problema del dengue.

No obstante, si el gobierno se distrajo por la confrontación con los médicos, merece ser censurado por no haber atendido simultáneamente el problema del dengue.

Más allá de la censura, debemos exigir a nuestras autoridades que, una vez superada la crisis, investiguen por qué nuestros vecinos no pasaron por una situación similar, para poner en vigencia un plan más efectivo el próximo año. Para actuar transparentemente, se debería integrar un equipo de profesionales de reconocido prestigio para que visiten los países vecinos y luego presenten un informe a la nación.

Es también necesario que la campaña educativa explique cómo proceder una vez que se sospeche que una persona está enferma de dengue.

Lo importante en estos casos es mantener a la persona hidratada, que no se proceda a la automedicación y que se le lleve pronto al hospital.

Por su lado, el sistema hospitalario debe estar debidamente abastecido de las medicinas para atender a quienes acudan a ellos. Es más, los hospitales deberían prepararse anual y anticipadamente para recibir a quienes necesitan de sus servicios para recuperarse del dengue. Nada de lo que nos ha ocurrido debió haber sido una sorpresa.

No es aceptable que nuestros hospitales actúen como si esta fuera la primera vez que sufrimos el embate de dengue.

La prioridad debe ser prevenir y evitar que las personas se enfermen. Eso es mucho más fácil y barato que curar a los enfermos. La prevención es fundamentalmente una tarea compartida entre el gobierno, nacional y local, y la ciudadanía.

No es responsabilidad únicamente del gobierno. Muchos de nuestros comunicadores parecen pensar que la responsabilidad recae exclusivamente en el gobierno, y que nosotros somos espectadores pasivos.

Esa forma de pensar vuelve a la ciudadanía dependiente del gobierno y le hace creer que no puede, ni debe, participar en la solución de sus problemas. En este, como en muchos otros casos, el accionar del gobierno es subsidiario y la primera responsabilidad recae en cada uno de nosotros.

Por razones obvias, es evidente que nadie puede estar más interesado en nuestra salud y bienestar que nosotros mismos. Ese es el mensaje que debemos propagar constantemente, y no uno que promueva nuestra dependencia, pasividad e irresponsabilidad. Solo así podremos enfrentar exitosamente los recurrentes ataques del dengue.

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