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Cuando gobernar es cuestión de juegos

Por: Julio Raudales

Tegucigalpa.- La historia transcurre en 1950, en un bar cercano a la Universidad de Princeton, Estados Unidos. Un joven de 21 años que cursaba su doctorado en matemática, tomaba cerveza con unos amigos cuando hace su ingreso al lugar una de las chicas más bellas y populares de la facultad, rodeada por un grupo de compañeras.

Parafraseando a Adam Smith, uno de los amigos propone que cada uno intente por sus propios medios conquistar a la rubia más deseada, puesto que, según sostiene el fundador de la ciencia económica, “en la persecución del interés individual, se garantiza el mayor bienestar posible para el grupo”.

El doctorando se queda pensando y luego, con total soberbia anuncia: “Adam Smith estaba equivocado: verán, si todos nos abalanzamos a pretender conquistar a la chica, ella seguramente se jactará de su belleza y nos rechazará. Cuando queramos sacar a bailar a sus amigas, tampoco nos prestarán atención, pues a nadie le gusta ser la segunda opción. En cambio, el bienestar del grupo se maximiza cuando cada uno hace lo mejor por sí mismo, teniendo en cuenta las acciones de los otros”.

Es probable que la anterior escena, que pertenece a la película Una mente brillante, sea inventada y nunca haya sucedido en la realidad. Sin embargo, lo cierto es que la Academia Sueca le entregó el Premio Nobel de Economía a John Nash, protagonista de la anécdota, por sus extraordinarias contribuciones a la Teoría de Juegos, que es la rama de la matemática económica que se ocupa del estudio de las interacciones estratégicas entre las personas.

El principio del cual partió Nash ha sido utilizado por expertos en diversos campos de la ciencia, para explicar cómo los juegos competitivos o cooperativos pueden lograr que los individuos obtengan el máximo provecho personal, si anticipan la respuesta de sus socios u oponentes ante cualquier acción que se propongan para el alcance de sus metas.

Uno de los campos donde lo anterior ha demostrado mayor efectividad, es el de las políticas públicas.

En efecto, si el objetivo de los gobiernos es maximizar el bienestar social, nada mejor que un conocimiento profundo de la teoría de juegos para una adecuada “economía política” de las reformas o iniciativas que plantean en su plataforma programática.

Para ello es necesario considerar siempre que una reforma tendrá oponentes y aliados naturales. De ahí debería partirse para elaborar una estrategia que permita que a través de la anticipación de las acciones de la sociedad, podamos definir el curso que después se traducirá en leyes y medidas orientadas a mejorar la vida de los individuos.

Lamentablemente en nuestra Latinoamérica, las políticas públicas han sido el resultado de un juego de intereses que buscan favorecer a un individuo o élite en detrimento del conglomerado. El caso de Honduras resulta aun más deplorable, ya que es posible documentar que, a lo largo de la historia, las acciones de los gobiernos son determinadas ya sea por organismos internacionales o por simples argucias inventadas para mantener al partido en el poder por un ciclo más.

Eso explica de forma sencilla el por qué de nuestro fracaso como sociedad. Un país cuyos esfuerzos son guiados por una clase política que a falta de un norte claro, es decir, de un programa de gobierno estructurado en base al conocimiento de las aspiraciones y necesidades de los votantes, opta por sumarse al vaivén de lo que organismos internacionales de distintas tendencias ideológicas dictan como fórmula para el desarrollo, jamás podrá salir adelante.

Asimismo, cuando los fondos del presupuesto nacional son utilizados con el fin primordial de ganar las próximas elecciones, sin tomar en cuenta que el desarrollo económico y social requiere de una visión de largo plazo, el resultado serán acciones populistas enfrascadas en programas que morirán en la siguiente administración.

De ahí la importancia de que la ciudadanía entienda las intenciones de quienes pretenden gobernarle y opte por dar lecciones adecuadas a la clase política. Por muy atractivo que parezca el nombre de un programa o política, hay que escudriñar la motivación de quien la impulsa para no dejarse engañar.

Solamente con una ciudadanía activa podrán surgir los cambios que permitan al país avanzar en la senda del desarrollo y como ya fue explicado por Nash, esta es una cuestión de jugar y hacerlo bien.

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