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Cruces de luz y esperanza

Pedro Gómez Nieto

La realidad que nos rodea está subjetivada por nuestros sentidos, que además de imperfectos utilizamos incorrectamente. Olvidamos que somos seres duales, dotados de materia y espíritu. Una realidad espiritual que la tecnología se encargó de sustituirla por una realidad virtual, que permite desprendernos del sentimiento de culpa que conlleva el pecado. Elevada la libertad a la categoría de identidad del ser humano, en esa existencia virtual se convierte en la llave maestra que facilita la búsqueda de la satisfacción material, la calidad de vida, sin reparar en las graves consecuencias que tiene para la sociedad. La primera es sacar a Dios de la ecuación. Las opciones serían: negar su existencia, quedando resuelto el problema del juicio final; o bien, aprovecharnos de su infinita bondad para asegurar que seremos perdonados hagamos lo que hagamos. Pero, siendo libres para renunciar a Dios, somos responsables de una vida que nos conduce al vacío espiritual, a la oscuridad que supone la ausencia de Dios. Situación que observamos en las miradas, ojos sin luz interior.

Hay personas que sienten la vida de otra manera, que muestran esa armonía entre materia y espíritu. Encontrarse con ellas es una experiencia enriquecedora. Citaré brevemente a tres. La primera fue mi abuelo Pedro, que murió antes de que yo naciera, con el que mantengo un vínculo espiritual desde que tengo uso se razón. Militar, padre de mi padre, héroe de la guerra de Cuba, varias veces condecorado con la medalla al valor por las numerosas vidas que salvó… Me sentí impelido a escribir su biografía. Empresa que me llevó un año, y que una vez concluido encuaderné y regalé a mi padre por su cumpleaños; meses después le detectaron un cáncer de pulmón, falleciendo al poco tiempo. Espero abrazarlos cuando Dios disponga.

La segunda persona fue el hermano Fernando, perteneciente a los hermanos de la Salle, comunidad religiosa integrada por profesores laicos consagrados a Dios, que llevan el evangelio al mundo de la educación. Fue mi profesor en primaria y secundaria, formándome intelectual y espiritualmente durante los años que estuve en África. Una persona especial que cuando le escuchaba hablar pareciera que estaba rezando. En su tiempo libre practicaba la taxidermia; capturaba insectos, mariposas, lagartos, incluso serpientes, que disecaba y colocaba en vitrinas para mostrar en sus clases de Ciencias Naturales. Durante un paseo por el bosque que rodeaba el instituto, acompañado por algunos alumnos, le mordió una serpiente venenosa en el dedo índice de la mano izquierda. Sin espavientos, se hizo un torniquete, sacó su navaja y se infringió un par de cortes profundos para succionar y escupir todo el veneno posible, antes de acudir al centro de urgencias. Durante un tiempo tuvo la mano vendada. Cuando pudimos verle el dedo, comprobamos que la falange se le había quedado doblada, contraída. Los cortes que se hizo fueron tan profundos que se dañó el tendón. 

La tercera persona se llamaba José, le conocí hace unos años en Madrid, un mes de diciembre mientras paseaba por la calle Arenal, una concurrida zona peatonal próxima a la Puerta del Sol. José se encontraba sentado sobre una pequeña banqueta junto a la pared de la Parroquia de San Ginés. A su lado, una bolsa de tela, de la que sacaba unas maderas que trabajaba hasta darles la forma de cruces artesanales, que una vez terminadas colocaba delante suya, sobre una toalla en el suelo, a modo de expositor. Me detuve junto a otros transeúntes a contemplar su trabajo, admirando su destreza con la navaja y un rollo de fino cordel. Jose levantó la vista y me miró: – “No tenga pena, si le gusta alguna tómela, se la regalo”, me dijo. – ¿A como las vende?, le pregunté. –“El valor de la cruz de Cristo es diferente para cada persona. Yo las hago para personas como usted. Si se lleva una me sentiré pagado”. Fue su sorprendente respuesta, sin dejar de sonreír mientras me miraba. Tomé una, le dejé en la toalla unos cuantos euros, y le di las gracias alejándome del lugar. Al día siguiente regresé para saber de él, pero no estaba, tampoco en los alrededores. Cada vez que paseo por la zona espero encontrármelo, sentado en la esquina de una calle cualquiera, haciendo cruces de luz y esperanza para las personas que se le acercan.  Esa cruz preside mi casa, mi vida.

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