Como era de esperarse el SARS-CoV-2, agente infeccioso causante de la enfermedad COVID-19, ha aparecido mostrando mutaciones importantes en su genoma de ARN, como son los casos de aislamientos del virus realizados en Inglaterra, África del Sur y Brasil, para mencionar algunas de las variantes conocidas hasta la fecha. ¿Porqué nos debería preocupar la aparición de estas variantes?, veamos algunas razones.
El coronavirus SARS-CoV-2 está constituido por 4 proteínas estructurales que le dan su forma espacial: la proteína E (del inglés “Envelope” o envoltura), que le da rigidez; la proteína M que constituye la Membrana; la proteína N (de la nucleocapside) que le da su forma y la proteína S (llamada “Spike” en inglés o espícula), que le permite infectar la célula blanco. Hasta el momento, el virus ha sufrido mutaciones en los genes que codifican estas 4 proteínas, la mayor parte de las mutaciones han resultado ser virus “no viables” y unas pocas mutaciones han generado la aparición de variantes. Este proceso está inducido por la presión selectiva que ejerce sobre el virus la respuesta de anticuerpos que desencadena al estimular el sistema inmune. Las variantes seleccionadas mediante este proceso de mutación tendrán una ventaja sobre la versión original, lo que le permite al virus dar sus primeros pasos en el camino de evasión del sistema inmune, permitiéndole sobrevivir y propagarse más rápidamente en la población hasta llegar a ser la variante dominante.
Las mutaciones más importantes son las que ocurren en los genes que codifican la proteína que constituye la espícula, especialmente si los cambios afectan aquellos aminoácidos que son el punto de contacto con el receptor ACE-2 de la superficie celular. La unión entre la espícula del virus y el receptor celular es necesaria para que pueda penetrarla, usar su maquinaria molecular para reproducirse y propagar la infección. Las mutaciones que mejoran la fuerza de unión entre la espícula del virus y el receptor celular serán variantes que tendrán una ventaja selectiva y competitiva al lograr infectar muchas más células y convertirse, de esta forma, en una variante más contagiosa. En la vida real, aparentemente, esto es lo que ha sucedido con la variante B1.17 de Inglaterra transformándola en la cepa dominante del virus al haber logrado unirse con más fuerza al receptor celular ACE-2. Al ser más infecciosa la variante B1.17, va a logar infectar a más personas lo que redundará en más muertes.
En mi opinión, comparado con otros virus como el VIH y los virus de la gripe, el SARS-CoV-2 no ha mostrado una capacidad de mutación muy alta, de 1 a 10 yo le daría un 6; sin embargo, le estamos compensando su relativa baja capacidad de mutación dándole todo el tiempo que requiere para, aunque de forma lenta, siga acumulando mutaciones. El peligro acá es que los virus mutan constantemente y las mutaciones en la espícula, con el tiempo, se van acumulando, dándole al virus la oportunidad de dar un paso más en el camino de evasión de la respuesta inmune. Nuevamente este fenómeno ya está sucediendo con los nuevos virus aislados que exhiben ambas mutaciones, ya asociadas con las variantes de Inglaterra B1.17 y África del Sur B.1.351. Seguramente este fenómeno natural en la vida de los virus seguirá sucediendo y el problema es que con las mutaciones virales el 2 + 2 no es 4, sino 2 + 2 es 6, u 8 y aún más es 10 pues las mutaciones son sinérgicas, se potencian entre si, y entre más se acumulan en la variante, mayor la probabilidad de evadir al sistema inmune.
Vale la pena entonces preguntarnos si, ¿la aparición de variantes del SARS-CoV-2 significa que el virus ha venido para quedarse entre nosotros? En mi opinión la respuesta es SI, el virus estará entre nosotros por un largo rato. Ya hay más de 105 millones de personas infectadas en el mundo y las variantes, sin duda, se han venido acumulando desde el inicio de la pandemia como lo muestran los genomas analizados de más de 1000 aislamientos de SARS-CoV-2; sin embargo, es hasta ahora que hemos podido “asociar” ciertas mutaciones con una mayor infectividad y/o mortalidad del virus. Seguro que entre más genomas del virus almacenemos en discos duros, más mutaciones serán descubiertas y algunas de ellas le darán al virus todavía más ventajas para evadir al sistema inmune.
Ante este panorama, ¿qué podemos hacer para disminuir al máximo las mutaciones que le ayuden al virus a evadir el sistema inmune.? Me parece que solo lo podemos hacer disminuyendo la incidencia de la infección con medidas preventivas de salud pública (mascarilla, distanciamiento social, higiene personal), aumentando la capacidad de detectar y aislar de forma rápida y eficiente a personas infecciosas y ahora, vacunando lo más pronto posible a las personas mayores de 18 años que radican en las zonas con mayor prevalencia de la infección. De no hacer esto, le daremos al virus más oportunidades de seguir mutando y esta vez no podremos evitar la entrada de variantes cerrando fronteras pues aparentemente el virus esta mutando de forma natural y las variantes han aparecido de forma espontánea en varios países. Entre más dure la pandemia, mayor será la probabilidad que variantes aparezcan en nuestro país, o tal vez, de repente las variantes más infecciosas ya se encuentran entre nosotros y no lo sabemos pues no tenemos la tecnología para realizar estudios de epidemiología genómica, necesaria para detectar variantes según vayan apareciendo espontáneamente.
¿Debemos preguntarnos entonces si las vacunas en el mercado, ¿podrán también inducir anticuerpos que neutralicen la infectividad de las nuevas variantes? Hasta el momento la literatura científica que he podido revisar indica que Si, ya que inducen anticuerpos “neutralizantes” que enmascaran la espícula del virus y evitan que se acople al receptor celular. Hasta ahora la evidencia científica revela que los anticuerpos “neutralizantes” protegen de la infección por el virus “original” en un 90% y también protegen contra las variantes de Inglaterra, África del Sur y Brasil; aunque solo en un 70% cuando los anticuerpos inducidos por las vacunas son evaluados en su capacidad de evitar la infección de células “in vitro” en el laboratorio. Aun así, la buena noticia es que aun con esta disminución en la protección contra las variantes del virus, las vacunas evitaran la infección en un 70% de los vacunados y disminuirán en un 90% las atenciones hospitalarias y muertes debido a la enfermedad.
Finalmente, una nota de aclaración. Vacunarse no es lo mismo que estar inmune a la infección. Vacunarse se refiere al proceso de ser inoculado con antígenos del virus, mientras que estar inmunizado implica que la vacuna ha inducido niveles adecuados de anticuerpos “neutralizantes” producidos por células B que reaccionan con la espícula y evitan la infección y, adicionalmente, la vacuna también debe estimular la respuesta de células T que destruyen células infectadas con el virus. Como no es práctico medir la inmunidad celular mediada por células T, tendremos que evaluar el nivel de protección inducido por la vacuna midiendo la concentración de anticuerpos “neutralizantes”. En otras palabras, hay anticuerpos y hay anticuerpos, no todos so iguales pues no tienen la misma especificidad, unos nos ayudan a diagnosticar la infección y otros nos permiten evaluar el nivel de protección inducido por la vacuna. En pocos meses cuando se inicie la vacunación de la población no podremos distinguir a las personas con anticuerpos inducidos por la infección natural o por la vacuna, de tal manera que para poder determinar si una persona está protegida tendremos que medir principalmente la concentración de sus anticuerpos “neutralizantes”.