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COVID-19. Lo bueno, lo malo y lo feo

Humberto Cosenza Jiménez

Hemos llegado al segundo cumpleaños del nacimiento del COVID-19 y la pandemia nos ha hecho reflexionar  sobre la naturaleza humana, tan impredecible y al mismo tiempo, tan predecible. Miremos algunos aspectos  de la naturaleza humana que han sido puestos en evidencia por la pandemia, en lo que considero son sus  facetas buenas, malas y feas. 

Referente a lo bueno, considero que la respuesta técnico-científica a la infección y a la enfermedad causada por el virus SARS-CoV-2 ha sido verdaderamente impresionante, tanto en su rapidez de respuesta como a  nivel de la cooperación científica internacional. En tiempo record se elaboraron varias vacunas fabricadas  con tecnologías tradicionales y por primera vez, con tecnologías moleculares que han resultado  extremadamente efectivas para reducir la infección y la gran mayoría de las hospitalizaciones graves y las  muertes. También, en poco tiempo hemos logrado identificar e implementar medidas de salud pública que  han sido muy efectivas para mantener bajo control el impacto negativo de la pandemia, como ser: el uso de  mascarillas, el distanciamiento social, la implementación de pruebas rápidas de diagnóstico, la vigilancia  genómica de variantes y la higiene de manos que, si por lo menos el uso de mascarillas se convierte en un  hábito en la población, seguro reducirán las infecciones causadas por otros virus respiratorios, como el  resfriado común.  

Las experiencias acumuladas por las lecciones aprendidas de la pandemia, ahora se están evidenciando en  la rapidez con que se han detectado las nuevas variantes del virus, pudiendo tomar medidas preventivas  para reducir el impacto de la variante Delta, que es la más prevalente en todo el mundo, y ahora la variante  Omicron. Los esquemas de vacunación los hemos venido ajustando para inducir, en tiempo real, la más  robusta inmunidad y para hacerle frente a un virus que esta mutando, también en tiempo real. Antes el  esquema de vacunación se consideraba completo con 2 dosis, ahora sabemos que los niveles de anticuerpos  neutralizantes decaen significativamente, dependiendo del tipo de vacuna, de los 3 a 6 meses después de la  segunda dosis. De tal manera que en la actualidad el consenso científico mundial coincide en que se requiere  de una tercera dosis de refuerzo para elevar el nivel de anticuerpos a concentraciones que puedan no solo  evitar las hospitalizaciones y las muertes, sino también reducir las reinfecciones en personas vacunadas.  

Algo también muy positivo ha sido que la comunidad científica y política mundial se han dado cuenta que  debemos prepararnos para las próximas pandemias elevando el nivel del personal científico-técnico en los  países en vías de desarrollo con transferencia de tecnologías, creando centros de investigación y de  producción de biológicos. Pues si algo hemos aprendido, es que una pandemia afecta a todo el mundo y que  nadie estará a salvo del virus hasta que logremos fortalecer su control en todos los países. 

Lo malo es que, de acuerdo con los datos de la Universidad de Johns Hopkins, a la fecha la pandemia nos  ha dejado más de 270 millones de infectados y más de 5 millones de muertos a nivel mundial; a pesar de  tener a nuestra disposición vacunas que pudieron haber evitado muchas de esas infecciones y muertes. Es  cierto que evitar todas las infecciones y las muertes es imposible, pues el virus ha mutado creando variantes  mucho más infecciosas que han aprendido a evadir a la respuesta inmune y, además, la inmunidad disminuye 

con el tiempo. Sin embargo, soy de la opinión que lo que más ha contribuido a que la pandemia esté celebrando su segundo aniversario y todavía no tengamos claro cuando se convertirá en un virus endémico, ha sido la gran cantidad de personas que rechazan vacunarse, aduciendo razones basadas en informaciones  falsas y científicamente desacreditadas, propagadas muy efectivamente y sin ningún control en las redes  sociales.

El tener tantas personas que aún no se han vacunado es una vergüenza, se le ha dado al virus la oportunidad  de ir poco a poco evadiendo al sistema inmune dando como resultado la variante Delta que, aunque es más infecciosa que variantes anteriores, todavía no logra burlar significativamente la protección inducida por las  vacunas actuales. Con tantas personas susceptibles, el pasado 24 de noviembre se ha reportado la detección  de una nueva variante, Omicron, aislada en África del Sur, país con solo el 10% de su población vacunada.  Desafortunadamente, lo que hace triste su aparición es su total previsibilidad, ya que sabemos que entre más  personas se infecten, ¡más variantes aparecerán! La esperanza es que pareciera que Omicron, aún siendo  más infecciosa que Delta, no está causando un aumento drástico en enfermedades graves y muertes,  sugiriendo una disminución en la efectividad de las vacunas en la prevención de la infección. La adquisición  de mayor transmisibilidad, pero causando menos daño es el camino natural en la evolución de un agente  infeccioso. 

Desafortunadamente la pandemia también ha desnudado el lado feo de la naturaleza humana, su falta de  solidaridad con el vecino, especialmente por personas que no se vacunan argumentando que es un asunto  de libertad personal, haciendo caso omiso que la negativa a vacunarse pone en riesgo la salud del vecino;  traducido vulgarmente, ¡sálvese quien pueda! Sin mencionar todos los actos de corrupción que se han dado  en muchos países ligados a la adquisición de hospitales, insumos y reactivos de diagnostico para frenar la  pandemia. Cuando estas actitudes se generalizan al contexto global, han dado como resultado la extensión  de la pandemia, la aparición de variantes más infecciosas que se traduce a más muertes y al acaparamiento  de vacunas por parte de los países ricos. Traducido en porcentajes, en promedio, el 64% de los habitantes  de los países ricos han recibido 2 dosis de la vacuna mientras que en los países pobres solamente el 8% han sido vacunados. 

Lo que este lado feo de la naturaleza humana nos debe hacer comprender es que la estrategia para vencer  la pandemia debe de enmarcarse dentro un enfoque global, en lo referente al acceso a las vacunas, al acceso  a los tratamientos de la enfermedad y a la información en general. Es obvio que sin una estrategia global el  mundo seguirá consumido por la pandemia del COVID durante el 2022 y, probablemente, más allá. Creo que  todos sabíamos de antemano que adoptando un enfoque nacionalista acaparando vacunas en cantidades  mayores a la que se requieren para vacunar a toda la población de los países ricos, tendría como resultado 

el vencimiento de vacunas o en el envío a países pobres de vacunas de corta expiración y sin preocuparse  que los países pobres no cuentan con la infraestructura y el personal humano entrenado para hacer buen  uso de ellas. No es suficiente hacer alardes de cuántas vacunas se están donado a países pobres, el  suministro debe realizarse de una forma programada y efectiva. 

Desafortunadamente, aún en los tiempos actuales de globalización, carecemos de líderes globales que  enfaticen la necesidad de cultivar una responsabilidad global para enfrentar la pandemia, como, por ejemplo,  la firma de un acuerdo vinculante que vaya más allá de un COVAX, donde los países se comprometan a la  implementación de un plan coordinado por la Organización de las Naciones Unidas, tan necesario para  enfrentar a futuras pandemias. Quizás sea algo utópico pues como me recuerda un amigo, “eres un miembro  del club de las causas perdidas”, ¿Cómo crees que eso sea posible de implementar en el abordaje de una  pandemia, que pronto quedará olvidada como una cosa del pasado, si ni siquiera lo hemos podido lograr con  el manejo de algo permanente y que afecta a todo el mundo, como ser el cambio climático? ¡Triste realidad! 

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