El señor Keynes, tan admirado por los simpatizantes o funcionarios menos legos de la actual administración, aconsejaba en su célebre “Teoría general del empleo, el interés y el dinero” (que tiene poco de teoría y menos de general), la adopción de políticas macroeconómicas anticíclicas.
Pero ¿Qué es esto de políticas anticíclicas? Veámoslo:
Algunos expertos en políticas públicas piensan que, en determinados momentos, es necesario que, tanto la Secretaría de Finanzas y el Banco Central, trabajen de forma armónica con el fin de “estabilizar” el ciclo económico.
Lo anterior implica reducir el desempleo en momentos en que los empresarios no tengan estímulo para invertir e incrementar su producción o bajar la inflación cuando el exceso de entusiasmo por vender más, provoque presión para que los precios aumenten ya que al escasearse los insumos, los bienes finales tienden a subir de valor.
¿Cómo deben hacerlo? Pues el Banco Central debe manipular la cantidad de dinero, ya que es el único autorizado para imprimir billetes: En los momentos de “exceso de auge” puede dar incentivos para que la tasa de interés suba y así los precios tiendan a bajar y, contrario sensu, cuando haya una “desaceleración” puede ofrecer más dinero y con ello lograr estimular la producción.
La Secretaría de Finanzas, por su parte, aviva la economía aumentando el presupuesto público y con ello hace que el gobierno gaste más en educación, salud, infraestructura y el resto de los servicios públicos. Al mismo tiempo, puede reducir los impuestos y dejar que las personas y empresas dispongan de más dinero para gastar o invertir.
Todo esto bajo el supuesto de que es cierto que el desempleo obedezca al poco entusiasmo de los “espíritus animales” de los empresarios o que la inflación se dé por el excesivo ardor de los consumidores que desean comprar muchos bienes o servicios. El debate sigue abierto. Hay mucha gente ilustrada e inteligente que no le tiene fe a Keynes.
El punto es que por mucho que el fundador de la macroeconomía tenga simpatizantes en esta administración, sus consejos son dejados de lado por las funcionarias que deberían atenderlos y de hecho están yendo en sentido contrario a la lógica del economista de Cambridge.
Por ejemplo, en política monetaria mantuvieron la tasa de interés muy baja, pese a la presión que ejercían los precios internos, que en el caso de la canasta de alimentos llegó a crecer hasta en un 15% anual. Todo el mundo, después de la pandemia, subió su tasa de política para evitar que la inflación golpeara a los mas pobres. Pero el “gobierno de los pobres” actuó de manera inconsecuente, solamente porque le convenía que el dinero fuera barato y con ello poder incrementar el presupuesto público y gastar a manos sueltas.
Mantener esta medida hizo que el país perdiera competitividad durante el último bienio. ¿Por qué? Hay que recordar que no estamos solos. Si nuestros vecinos mantienen tasas de interés más elevadas, los ahorrantes hondureños prefieren poner su dinero en bancos extranjeros que les paguen mejor y esto provocará -como en efecto sucedió- que haya una salida de divisas.
Pero ahora que el BCH decidió, por fin, elevar su tasa de interés, resulta que el presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos manifestó hace pocos días, que en este mes de septiembre iniciar un ciclo de reducción en sus tasas. La medida busca atenuar la caída en la actividad de aquel país, que ya tuvo algunos anuncios de recesión en el mes de agosto.
Esto, por supuesto, puede hacer que en Honduras tengamos que comenzar a lidiar con más desempleo, menos exportaciones, menos inversión extranjera y también menos remesas. Lo único positivo, si es que podemos llamarlo así, es que la tasa de interés mundial comenzará a disminuir y con ello la deuda nos saldrá menos cara.
No parece que estemos tomando medidas muy inteligentes. La autoridad monetaria en el país debería ser un tanto más consecuente y hacer las cosas con más amor, sobre todo por los pobres, a los que tanto reivindican.