¿Cómo perdimos la paz en residencial Las Hadas?

Óscar Flores López

Ya casi son las dos de la madrugada del lunes. La música a todo volumen y los desafinados gritos de los que participan en la pachanga, me impiden dormir.

¿A quién se le ocurre armar semejante escándalo un domingo por la noche y extenderlo hasta las primeras horas del lunes sabiendo que hay que ir a trabajar? Se me hace imposible dormir. Para un viernes o un sábado, está bien. Pero, ¿domingo-lunes?

En medio del bullicio me pongo a recordar cuando llegué a vivir a Las Hadas, allá por 1988. Éramos pocos vecinos y había respeto y solidaridad. Jugábamos potras en la calle sin temor a ser atropellados.

En treinta y cuatro años, sin embargo, se han perdido muchas cosas; entre ellas, la tranquilidad, la paz. Hoy, en esta colonia de clase media impera el “yo hago lo que quiero… ¡Qué se jodan los demás!”.

Los vehículos circulan a todas horas y, no es mentira, sus estéreos hacen retumbar las casas. Cipotes maleducados y “chavos rucos” pasan a exceso de velocidad, exhibiendo su bestialidad en cuatro ruedas. Lo menos que les deseo es que se queden sordos…

A la selva de sonidos se unen los altoparlantes de las “pailas” que compran baterías, estufas, refrigeradoras, hierro, aluminio… Sí, se andan ganando la vida, es cierto, pero… ¿No podrían bajarle un poco el volumen?

Así está bien. ¡Muchas gracias!

Volvamos al escándalo que me impide dormir. No es la primera vez; tampoco será la última. Hay que aguantarse. Dejar hacer, dejar pasar. Es mejor. Así nos evitamos problemas. Ni modo.

La única área verde de la colonia -o residencial, porque eso le da más caché, aunque nos comportemos como pencos-, es otro buen ejemplo de nuestra indiferencia colectiva. Hay dos árboles bellos e inmensos y si los vecinos hiciéramos una recolecta podríamos cambiarle la cara a este espacio y convertirlo en un pequeño parque.

Misión imposible. A nadie le interesa. Mejor que siga de basurero y de parqueo de carros.
A estos niveles de pasividad hemos llegado. ¿Triste? No… ¡Tristísimo! Como triste es que en las calles principales en la parte alta de Las Hadas solo haya un carril porque por aquello de la “huevonada” es mejor dejar los carros afuera y no en el garaje. Total, aquí hacemos lo que nos da la gana. ¿Y cuál es, pues?

En Las Hadas queda comprobado, una vez más, que la educación no es asunto de dinero o de títulos universitarios.

La delincuencia común ya hace de las suyas en Las Hadas. La actitud es de “Mientras no sea yo el asaltado, todo está bien”. Pero llegará un día en que las cosas se podrían poner calientes, así como sucedió en varios barrios y colonias de la capital.

Y allí nos preguntaremos qué fue lo que pasó, cómo fue posible que sucediera.
Entonces todos pondrán el grito en el cielo. Lastimosamente, no los escucharemos por culpa de las «rockolas» que escupen pachanga desde la casa de los malcriados.

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