En el libro “Las luchas de los trabajadores hondureños organizados” del Dr. Mario Posas, se recoge la historia completa del desarrollo de la clase trabajadora hondureña desde finales del siglo XIX. Aparte del gran volumen de información interesante y rigor académico demostrado, el lector puede sacar conclusiones o desarrollar ideas sobre el mismo.
En primer lugar, refuerza mi convicción (que he desarrollado repetidamente) sobre el enorme impacto negativo que tuvo la Gran Depresión y sus efectos colaterales. Para 1929, el país se estaba desarrollando rápidamente y sus movimientos sindicales estaban en pleno crecimiento. El nivel y amplitud de debate público que se recoge de la literatura periódica de ese tiempo era de un nivel bastante alto y libre de muchos prejuicios que vendrían después. Aunque el estado no les daba condiciones legales, el grado de represión era mínimo y estos temas podían ser discutidos con amplitud y tolerancia por la opinión pública.
Cuando comenzaron los efectos negativos para la exportación, las empresas comenzaron a degradar las condiciones laborales. Esto produjo movimientos de protesta más fuertes, acompañado esto de una reducción del margen de tolerancia que daba el estado. El gobierno de Vicente Mejía Colindres estaba agobiado por la reducción de ingresos (teniendo que recurrir a empréstitos con las compañías bananeras) y el resurgimiento del Partido Nacional (con un énfasis político hacia el orden y la verticalidad), y se vio limitado en su capacidad de llevar la línea de progreso esperada.
Fácilmente, con unos cinco años más de prosperidad se hubiera logrado consolidar la democratización de la sociedad y los derechos de los trabajadores. Lastimosamente, para 1932, cuando estas convulsiones llegaron a su apogeo, las condiciones ya no existían para lograr la libertad sindical y pronto se perderían las políticas. La depresión nos dejó veintidós años de retraso, por lo menos.
El siguiente gran hito es la gran huelga de 1954. Esta goza de un merecido espacio en la memoria colectiva, tanto por su magnitud como por sus resultados. De esta nació un sistema de sindicatos activos en el sector privado que continuaron expandiéndose a lo largo de la década. Durante este periodo, es importante recordar que el sindicalismo no era visto como un elemento marginal en la sociedad, sino que representaba una fuerza sustancial. Por tanto, todos los elementos del espectro de las ideologías de la Guerra Fría querían tener ascendencia sobre el movimiento de trabajadores organizados.
La diferencia ideológica se manifestaba más en si los sindicatos debiesen cumplir con la función de representar a sus afiliados frente a la empresa o si tenían una función en un proceso general de lucha de clases. Por tanto, se organizaron una multitud de sindicatos en todo tipo de actividades privadas con poca resistencia al concepto. Al igual que en Estados Unidos y otros países desarrollados, la década de 1950 representa el punto culminante del poder y presencia del sector laboral organizado. La participación del sector labor hasta la década de 1980 fue decisiva, con marcado carácter democrático y social, ayudando a construir una sociedad más moderna e igualitaria.
A partir de esos años, vemos primero un estancamiento y luego un proceso de reducción relativa y marginamiento. La atrofia se dio por diversas razones: falta de crecimiento de afiliados en números y sectores de la economía, resistencia creciente y efectiva a la organización de trabajadores del sector privado, y crecimiento preponderante de la sindicalización en el sector público. Como resultado, el sindicalismo fue perdiendo su función de lograr mejores condiciones de vida para los trabajadores en el sector privado, ya que la dinámica del sector público es diferente. Adicionalmente, se perdió el impulso de continuar organizando o hasta de sostener la vida de muchos de los sindicatos ya existentes. Esto no demerita las enormes contribuciones del sector ni la necesidad de tener representación laboral efectiva en la sociedad. Este tema no está cerrado, ni debe pertenecer exclusivamente a la historia. Cerraría con el Dr. Posas, compartiendo su convicción de que “a través de sus luchas que han emprendido por mejorar sus condiciones de vida, de trabajo, y su condición ciudadana, los trabajadores y trabajadoras hondureñas han hecho una contribución trascendente a la democratización social y política del país”.