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Capacidad de Respuesta

Roberto Flores Bermúdez
Ex canciller

La organización de Naciones Unidas ha recibido su dosis de críticas respecto al manejo de la pandemia del COVID-19, así como dudas sobre su capacidad de respuesta. De igual manera, ha habido indignación ante el acaparamiento de vacunas de parte de algunos gobiernos.

Con relación a la ONU, parte del problema es de percepción. Muchas veces se desconoce cómo llegamos a este momento de nuestra historia. A mediados del siglo pasado, cuando se estableció la organización universal, se presentaban dos situaciones a tomar en cuenta: la tecnológica y los retos globales. El mundo transitaba por la segunda revolución industrial. El “lenguaje tecnológico” principal de la época era el Código Morse, sin perjuicio de existencia de la telefonía de línea y de la radiodifusión. La ciencia por su parte, se aplicaba a la producción masiva y manufacturera. Pero también se daba un enorme desafío para la comunidad internacional. Entre 35 y 60 millones de personas habían fallecido por causas directas o indirectas de la conflagración. Los refugiados sumaban 21,000,000. El costo financiero para los países involucrados fue de alrededor de US$ 1,000,000,000,000. La guerra redujo al 50% la capacidad industrial de Europa, Japón, la Unión Soviética y China. La crisis humanitaria resultante no ha tenido paralelo en la historia de la humanidad.

Hoy en día, en el umbral de la cuarta revolución industrial, hemos transitado de los puntos y rayas del Código Morse a los ceros y unos del códex digital. El lenguaje tecnológico permaneció binario, pero con un mundo de diferencia entre ambos. Esta nueva era digital expande la tecnología y la innovación hacia una creciente inteligencia artificial, la edición del genoma humano, la realidad “aumentada”, la robótica y la impresión tridimensional. Contrario los años cincuenta, con la velocidad de las comunicaciones hoy todo es “ya”. A nivel individual, un libro digital se baja en segundos; la transacción bancaria se hace en un momento ( si te acuerdas de la contraseña ); y la traducción de un idioma a otro es instantánea. En el sector industrial, esta cuarta revolución impacta en las tecnologías emergentes, consolida la automatización en transporte y manufactura, y las tecnologías (como el blockchain) desdibujan la frontera entre el mundo digital y el físico.

Bajo esa actitud de “ya”, se juzga la capacidad de respuesta de las Naciones Unidas frente a la pandemia COVID-19. Por supuesto que ciertos procesos de toma de decisión dentro de esa organización pueden mejorarse, pero el resultado final depende, por un lado, de procesos de laboratorio, pruebas de eficacia y de ajustes; y por otro, tanto de la coordinación de la ONU como de la actitud de los Estados que la integran. La monopolización de vacunas por parte de varios Gobiernos no es inducida por la Organización Mundial de la Salud, sino todo lo contrario. En un nuevo “juego diplomático”, varios Estados conceden lotes de vacunas a terceros países necesitados, con fines que escapan a la pandemia. En algunos casos, los intereses “estratégicos” han prevalecido sobre la nobleza de la asistencia humanitaria. Sin perjuicio de lo anterior, no cabe duda del agradecimiento que se tiene principalmente hacia aquellos gobiernos que han demostrado su vocación humanitaria, proporcionando acceso a las vacunas para un bien común.

En la ONU perseveran los esfuerzos por consolidar la paz, el desarme, el desarrollo, la estabilidad económica, la reducción de la huella de carbono, la protección y promoción de los Derechos Humanos, la asistencia a refugiados, y otros tantos puntos que se han ido agregando a la pesada agenda internacional de la organización. La ONU ha demostrado tener capacidad de identificar los problemas, hacer los diagnósticos y diseñar el plan para resolverlos. En eso radica su capacidad de respuesta: previsión, prevención, planificación y coordinación. No obstante, los resultados concretos también dependen en gran parte del compromiso y responsabilidad de los propios Estados miembros, así como su sentido de pertenencia a un mundo compartido, para bien o para mal.

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