El ejercicio practicado en Chile hoy, por aprobar o rechazar un texto constitucional para resolver desigualdades, injusticias, discriminaciones, exclusiones y todo aquello que manifiesta obstáculos de acceso al bienestar general de la población, es válido como una fuente de esperanza, pero no debe alimentar ilusiones que tropezarán con otro tipo de realidades cuyo control va más allá de las fronteras físicas de un país.
Los temas que pretende atender una constitución de cualquier país, no dependen únicamente de las aspiraciones y voluntad de sus habitantes. En un mundo global, con instituciones de orden mundial y regional, las materias fundamentales de la existencia, están sujetas, dependiendo del grado de apertura de cada país, a interacciones internacionales y sus efectos pueden ser mitigados a nivel nacional y local, pero no resueltos solamente con modificaciones constitucionales.
En los campos económico, político, paz, salud, educación, clima, etc. existen entidades mundiales y regionales que estudian, recomiendan, tratan e intentan resolver las crisis que surgen en tales ámbitos. Sin embargo, su impacto se encuentra restringido al espacio de fuerzas transnacionales que ejercen una influencia demoledora que derriba los muros legales e institucionales que las naciones levantan para protegerse.
Dos grandes guerras mundiales; la gran depresión y otras no tan grandes, pero igual devastadoras en el siglo pasado; y los efectos de la pandemia de COVID-19 han demostrado que cuando se trata de conflagraciones y desastres de alcance mundial, la solución unilateral ideológica, perturba la rapidez de las soluciones globales, regionales y nacionales. Un ejemplo de coalición ideológica para resolver un asunto de paz más general fue la alianza temporal entre los aliados, incluyendo Rusia, para vencer la amenaza nazi en Europa. Una paz de corta duración.
A partir del abandono del patrón oro y que la globalización comenzó a cobrar fuerza, los tamaños e intereses de las empresas privadas que ya eran importantes a principios del siglo XX han llegado en el siglo XXI a niveles en donde su patrimonio y hasta sus ganancias superan el tamaño del PIB de numerosos países. Un fenómeno no necesariamente novedoso, pues ya se dio en otros momentos de la historia y con mayor ímpetu a partir de la conquista y colonización de numerosos países de América, África, Asia y Oceanía.
Echando un vistazo al campo político y el derecho al voto de las mujeres. Estados unidos lo otorgó en 1920; Ecuador en 1929; Chile y Uruguay en 1931; Honduras 1955. Y así lentamente se fueron reconociendo los derechos políticos de las mujeres. En países del Oriente Medio, tal derecho ha tomado mucho más tiempo (Arabia Saudita, 2015). Luego es preciso considerar el tiempo que transcurre entre acceder a un derecho y el momento cuando, por ejemplo, las mujeres alcanzan la igualdad en el manejo del poder político.
Quizás la mayor fuente de las desigualdades de todo tipo a nivel mundial, es la concentración de la riqueza y el poder. Y el ánimo que mueve el deseo de acumulación no desaparece con propuestas interesantes como la de Bill Gates y Warren Buffett a sus colegas mega millonarios de repartir la mitad de sus fortunas que no funcionó o la excelente iniciativa de diputados hondureños de reducir sus privilegios económicos de manera condicionada a la voluntad de otros o como dicen en España, “hasta que San Juan agache el dedo”.
Resolver las inequidades va mucho más allá de la utopía de una nueva constitución cuyo efecto más inmediato es profundizar la división en las naciones y difiere la posibilidad de resolver problemas comunes de forma pacífica y conjunta. Claro que es preciso resolver las diferencias abismales entre los habitantes de este planeta. Pero, dejar esa tarea a la solución mágica denominada constitución o refundar un país, es desestimar la naturaleza global de las causas de esas diferencias y pretender encontrar soluciones que solamente inclinan el disfrute del poder de uno a otro lado, mientras se alimenta el odio de los realmente afectados y se sustenta la esperanza por un futuro que, en lugar de ser prometedor, agudizará las dificultades existentes.