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Aprendiendo de tres migraciones masivas llegadas de Estados Unidos

Por: Ricardo Puerta
Tegucigalpa.- Lo sucedido con los menores en la frontera de México-Estados Unidos no es nuevo como migración masiva en ese país. Ha sucedido antes. Empezaré describiendo la reciente llegada de miles de menores centroamericanos a territorio estadounidense, sin y con la compañía de un adulto. Después comentaré otras dos experiencias migratorias mayores en número y complejidad que también ocurrieron en corto lapso en Estados Unidos. Concluiré comentando qué comparten en común y difieren entre sí las tres experiencias.
 

Crisis humanitaria de menores del 2014
En un periodo de ocho meses, empezando en octubre del 2013,  llegaron a  Estados Unidos,  sin la debida documentación,   37,000 menores solos,   procedentes de Guatemala, El Salvador y Honduras.  13 mil de ellos de origen hondureño. En el mismo período,  de octubre 2013 a mayo 2014,   también entraron en EE.UU. sin la debida documentación 57,000 unidades familiares,  procedentes de los tres países antes mencionados,  en su mayoría compuestas por una madre adulta, con su hijo o hija menor de edad.
 
De inmediato, fueron albergados en bases militares de Texas y Arizona. Provocando que grupos de profesionales de la sociedad civil norteamericana,  mayormente abogados que se dedican a auditar estas experiencias cuando el gobierno las maneja directamente,  en pocos días produjeran un informe con 129  denuncias,  señalando las violaciones que sucedían in situ al atender tan  extrañas poblaciones cuando usan facilidades y servicios destinados a militares estadounidenses.
 
El énfasis de las denuncias se centraba en la demanda de lo básico en áreas tan claves como salud, en especial sanidad y atención médica a menores; alimentación, pues consumen comidas distintas que los soldados; educación, en torno al  idioma, valores y costumbres; y de recreación, en particular para entretener a infantes, menores y adolescentes. Denunciaron también hacinamiento y falta de privacidad en el uso de las instalaciones que les servían de refugio.
 
Como alivio a la situación,  Estados de la Unión Americana –tan lejos de Texas y Arizona como el Estado de Florida–  pusieron a disposición de los migrantes albergues y centros de atención. Como alternativa ventajosa, muchos recién llegados fueron trasladados a iglesias, escuelas, organizaciones humanitarias  y centros de servicios comunitarios, que ofrecían servicios  más eficaces  y una atención más personalizada. Al mudarlos, se priorizaron las ciudades de Estados Unidos donde ya se encontraban residiendo parientes y amigos de los centroamericanos recién llegados.   
      
Los vietnamitas en 1975
 
Después de casi 15 años de guerra abierta entre la República Democrática de  Vietnam  y  Estados Unidos,   el gobierno vietnamita del Norte, de régimen comunista,  triunfó tras  la rendición de   Saigón,  finalizando con ello la  guerra de Vietnam,  el 30 de abril de 1975.
En los días que precedieron el fin de la llamada Guerra de Indochina, 175,000 refugiados vietnamitas abandonaron Vietnam del Sur,  de los cuales unos 140,000  fueron evacuados en helicópteros y  buques norteamericanos, y reasentados en Estados Unidos.
 
Al llegar a tierras norteamericanas, los vietnamitas fueron albergados en campamentos provisionales improvisados en bases militares. Los refugiados habían sido en su mayoría colaboradores del depuesto régimen de Vietnam del Sur, el aliado de Estados Unidos en la guerra contra  Vietnam del Norte. 
 
La reacción favorable de la sociedad civil estadounidense no se hizo esperar. Una docena de organizaciones privadas, en su mayoría de índole religiosa,  y grupos asistencialistas comunitarios,  ofrecieron su apoyo y abrieron albergues en diferentes poblados de la nación norteamericana. Al poco tiempo surgieron comunidades y negocios vietnamitas en tres Estados: Washington D.C., California y Texas.
 
La apertura permitió que a corto plazo, los necesitados tuvieran asegurados alojamiento y comida  en hogares y centros comunitarios privados. Sus patrocinadores siguieron una estrategia en base a la edad  del grupo a ser intervenidos.  Los adultos empezaron a tomar  cursos intensivos de inglés,  durante horas nocturnas en las escuelas de las localidades. A los infantes y adolescentes se les  incorporó de inmediato al sistema escolar, en cursos especiales de transición en su lengua natal y de aprendizaje intensivo de inglés, para una vez dominaran básicamente el idioma, pasarlos al sistema escolar regular del distrito escolar.
 
Mientras tanto, entidades comunitarias especializadas en capacitación ocupacional preparaban a los adultos hasta conseguirles, un trabajo  permanente en empresas de la localidad. Esto último fue tan exitoso,  que la tasa de ocupación de los vietnamitas superó la media de la población en general, según evaluaciones hechas sobre esta experiencia.  Pudiera afirmarse que a esta primera oleada de refugiados vietnamitas les fue extraordinariamente bien en los Estados Unidos. En los  tres años siguientes,   2 millones más de inmigrantes  vietnamitas engrosaron las comunidades establecidas.
 
Los cubanos marielitos  en 1980
 
La otra experiencia masiva fue con  cubanos refugiados. Fueron unos 125,000 que salieron del Mariel, un puerto en la costa Norte de Cuba, situado a  40 kilómetros al occidente de la Ciudad de La Habana.
Todo empezó después del 1ro.  de abril de 1980. Ese día,  un grupo de cubanos secuestró un autobús público  y lo estrelló contra la verja de la Embajada de Perú en La Habana,  con el propósito de irse de la Isla en categoría de exilado político. Las autoridades cubanas, en represalia, retiraron la custodia militar de la misión diplomática,  y en los siguientes cuatro días casi en avalancha,  10,800 personas se refugiaron en los jardines de la sede diplomática, demandando irse de la Isla.
 
Fidel Castro, entonces Presidente de Cuba, autorizó que quien quisiera irse voluntariamente del país podía hacerlo. Para ello pidió por televisión a los interesados, aun los que estaban fuera de la Embajada del Perú,  que se trasladaran al Puerto del Mariel, que allí los esperarían y trasladarían a Estados Unidos embarcaciones privadas,  con la autorización de las autoridades cubanas. Las embarcaciones procedían mayormente  del área de Miami. Y la invitación detonó otra gran estampida mayormente desde la ciudad de La Habana, capital de Cuba.
 
De Miami llegaron 1,600 embarcaciones al Mariel para llevarse a sus parientes y amigos. Pero una vez en puerto cubano, cambiaron las reglas. Para salir de las aguas territoriales cubanas ahora las embarcaciones tenían que aceptar a los “pasajeros” que les asignara el Gobierno cubano. Dejando para la llegada a Estados Unidos, encontrarse con sus familiares y amigos.
 
El gobierno cubano aprovechó la coyuntura y le agregó a  “la flotilla del Mariel”  unos  5,000 presos  comunes. Los privados de libertad aceptaron con alegría la alternativa. Las cárceles cubanas, aún hoy,  están muy lejos de cumplir con los requisitos mínimos de atención y mantenimiento que exigen normas internacionales. 
Después de llegar a EE.UU. a los marielitos en menos de tres meses les pasó algo mejor que los vietnamitas,  por la efectiva inserción que lograron en las comunidades ya existentes de la diáspora cubana.  Encontraron en Miami  alojamiento, comida y  trabajo, y también en un buen número en vecindarios de Nueva York, Chicago, porque en esos lugares contaban con parientes y amigos que los reclamaron y hasta le ofrecieron apoyo económico para que se les unieran.
 
El uso del idioma inglés no fue un obstáculo. Encontraran empleo en  las mismas empresas  donde amigos y parientes trabajaban.  Los infantes y adolescentes  “según iban llegando”, entraban en las escuelas públicas del vecindario, caracterizado por una numerosa población hispana. En esto ayudaron mucho los programas de educación bilingüe. Donde al mismo tiempo el recién llegado  recibe clases en español, mientras mejora su inglés en cursos intensivos. Una vez logrado el dominio básico del idioma, al máximo un año, son transferidos al programa regular de la escuela.
 
Conclusión
 
Según los tres casos analizados,   es evidente la incapacidad del gobierno de los Estados Unidos para responder por si solo a la  llegada  de miles de emigrados, infantes y adultos,  a su territorio. Ya que  la situación parece volver a la  “normalidad”,   estamos viendo soluciones alternas operativas a las gubernamentales, que prometen  resultados más humanos  y sostenibles a mediano y largo plazos. Se ven servicios y recursos de apoyo,  más personalizados ofrecidos a los migrantes por instancias de la sociedad civil norteamericana, entre ellas, instituciones,  asociaciones y organizaciones privadas, tales como iglesias, escuelas privadas, centros de servicios comunitarios, agrupaciones de vecinos, equipos organizados de voluntarios profesionales, empresas privadas con proyectos de responsabilidad social, universidades y centros de investigaciones.
 
En los tres casos aquí analizados también hay diferencias. No es  válido compararlos si juntamos los dos últimos –el vietnamita y el cubano. Ambos ocurrieron en la era de la Guerra Fría, donde al menos dos estados,  con sus respectivas maquinarias, sobre todo militares, eran los protagonistas principales en los conflictos surgidos o fabricados con propósitos de aumentar el dominio político.
 
Sobre  la crisis humanitaria que “crearon”  los migrantes infantiles hay “otras variables” entre sus causas. Entre las estructurales están: pobreza, inseguridad, narcoactividad, corrupción e impunidad. Y entre las coyunturales, como motores inmediatos resaltan el deseo de reunificación familiar, la desinformación reinante en Honduras sobre  el proyecto de  reforma migratoria integral,  aún estancado en el Legislativo de Estados Unidos; el apoyo financiero –estimado en unos 60 millones de dólares— que  los integrantes de la diáspora hondureña de Estados Unidos pagó a los coyotes  para que les  “trajeran a sus hijos y esposas”.
 
Y por último,  el nivel de efectividad que han logrado los coyotes en el negocio ilegal de trata de personas.  Un buen número de los coyotes –que realmente actúan como empresas transnacionales– ellos llevan más de 10 años traficando “clientes”. Entre ellos hay un buen número de satisfechos en Honduras y Estados Unidos, porque en el pasado recibieron “el servicio prometido” y ahora hablan bien de ellos y además les consiguen  “usuarios” potenciales con capacidad  de pago.
Después de 1998 tras el huracán Mitch, año en que se disparó la migración masiva de nacionales, resalta la falta de visión del Estado hondureño sobre la migración. Nunca ha promovido en alianza con organizaciones de la sociedad civil hondureña – un programa operado por entes privados despolitizados, con varios proyectos–  que le garantice al nacional el derecho que tiene a emigrar,  de manera ordenada, segura, legal y a un menor costo humano y monetario, muy distinto al caos, riesgos y los corruptelas  que existen ahora. No sería muy complicado hacerlo. El 90% de  los emigrados hondureños prefiere emigrar a dos países: Estados Unidos y Canadá.

 

Sin que esto implique negar costos que son obvios, en balance la migración tiene un efecto positivo.

Mejora la calidad de vida de los migrantes, familiares y los vecindarios donde éstos viven.

 

 

En agregado, hace crecer la economía tanto en el país de origen, como el de destino.

Las economías desarrolladas sufren una escasez estructural de mano de obra y de talento calificado

a todos los niveles, más en los puestos de entrada del mercado laboral.

 

Que solo pueden llenarlos con inmigrantes recién llegados, legales o ilegales.

 

Por razones diversas, los países de origen y de destino necesitan de la migración. Impacta positivamente en ambos aumentando tres tipos de capital: el físico financiero, por los servicios, productos y empresas que genera; el humano –con conocimientos, información, valores y habilidades– y el social — con acceso a redes sociales que potencian más sus posibilidades de éxito.

En conclusión la migración continuará mientras la exagerada asimetría en calidad de vida e ingreso per cápita persista entre los pueblos más empobrecidos y los más ricos del planeta. Como afirma Oscar Arias, premio Nobel y ex–presidente de Costa Rica “la migración se ha convertido en el gran tema del Siglo XXI… No se frena con muros… la pobreza no necesita pasaporte para viajar”.     
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