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Antipolítica

Julio Raudales

La democracia parece convertirse poco a poco en un antivalor. Son tantos los desengaños y promesas incumplidas que, poco a poco, la gente está dejando de creer o esperar algo bueno de esa forma de organización social. Se pierden las virtudes teologales y no prevalece nada, interpreto lo dicho por San Pablo hace 20 siglos.

Quienes, con más o menos entusiasmo votan en una elección, lo hacen esperando ¿será?, que aquellos que se acercaron a pedir apoyo, respondan, al menos de manera honesta a las aspiraciones de la sociedad. Bastan solo unos meses para visualizar cuanta decepción causan las esperanzas fallidas.  

Pero no es la democracia en sí la que fomenta tal desconsuelo y rabia. Es más bien el rechazo a las formas de gobierno, a las élites políticas. Lo vemos en las grandes protestas o movilizaciones ciudadanas en las que se cuestiona al sistema político en su totalidad (como el “que se vayan todos” argentino, o las más recientes de la Primavera Chilena o los Chalecos Amarillos en Francia) y más cerquita nuestro, en las protestas con antorchas de 2015 y 2016.

Esta desazón se hace aún más evidente en la emergencia de líderes populistas que se presentan como outsiders, oponiéndose al “establishment”, a la “oligarquía” o a la “casta”, desde Beppe Grillo hasta Donald Trump o Javier Milei. Acá en Honduras el hartazgo fue desahogado, no mediante el ascenso de un liderazgo disruptivo, sino por políticos tradicionales convenientemente disfrazados.

Ambos fenómenos –movilizaciones desde abajo, nuevos liderazgos desde arriba- son transversales a las ideologías tradicionales. Ambos se posicionan contra la mediación política clásica, en particular, los partidos políticos y los medios de comunicación establecidos, buscando vías alternativas de organización y comunicación. Pero, ¿qué es la anti-política?

La anti política es un sentimiento latente en nuestras sociedades democráticas. A veces se activa en protestas o estallidos. A veces es activado desde la oferta. Javier Milei, Donald Trump o Bukele por ejemplo, representan, precisamente, la activación de este sentimiento anti político en el mundo de hoy. El crecimiento de sus liderazgos se apoyó sobre todo en su crítica apasionada a la clase política, a la que llama “la casta” y de cuyos miembros sostuvo una y otra vez que son “chorros” y “delincuentes” que se benefician unos a otros.

La cosa no cambia mucho por la izquierda. Sin embargo, el fenómeno allá es más viejo y procede de la frustración causada por la caída del comunismo al final del siglo pasado.

Para comprender la anti-política contemporánea es importante, en primer lugar, reconocer que se trata de un discurso que no apunta contra todo tipo de élite. La anti política es un tipo de anti elitismo, pero no cualquiera, sino aquel que considera que el poder político es el único que ilegítimamente se reproduce a sí mismo e interviene distorsionando el poder de otras esferas.

En segundo lugar, el discurso anti político contemporáneo poco tiene que ver con la apatía o la despolitización. Un estudio del Instituto de la Democracia y de la Comunicación de Brasil mostró que el 80% de los latinoamericanos cree que los políticos sólo defienden sus privilegios y esta creencia es fuerte entre quienes se consideran interesados por la política como entre quienes no. Cabe aquí recordar algo que advirtió Pierre Rosanvallon en su libro “La Contrademocracia”: hoy, la idea de la ciudadanía pasiva o apática es un mito, y la desconfianza en los representantes se manifiesta de formas activas.

La anti política que se observa hoy día, es una suerte de exasperación de la desconfianza. En este sentido, no es solo indiferencia frente a la política sino un rechazo activo a “los políticos”. No implica entonces un rechazo a “lo político” como puesta en forma de lo social, sino a “los políticos”, es decir, a “la política” como esfera de actividades propia de la competencia por el poder.

Dicho de otro modo, puede existir una forma politizada de anti política: personas disponibles a movilizarse, expresar opiniones en el espacio público digital, y sumarse a causas que vayan en contra de los políticos tradicionales si aparecen liderazgos que los motiven en esa dirección.

Pero la anti política es permanente, porque hay algo propiamente democrático en el rechazo a las élites. El de “los muchos” vs. “los pocos” es el eterno clivaje de la democracia. Una clase política aislada de la crítica popular, intocable, degenera en oligarquía. Pero si esa crítica se filtra hacia los mecanismos políticos que producen elites (es decir: hacia la competencia política democrática) entonces la democracia puede degenerar en autoritarismo. El interrogante queda abierto: ¿democracias anti políticas o la anti política contra la democracia?

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