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Agenda Global

Roberto Flores Bermúdez, Ex canciller

Las graves amenazas a la supervivencia de la humanidad han encontrado respuestas mediante la organización colectiva. A raíz de las dos guerras mundiales, la creación de las Naciones Unidas procuraba administrar la paz y la seguridad global. Hoy en día, las más grandes amenazas se vinculan principalmente con los efectos del cambio climático, las pandemias, la eterna pobreza, la intervención (sea cibernética o militar), y la proliferación de armas nucleares.

La pregunta obligada es si el esquema de hace tres cuartos de siglo puede ser herramienta eficaz para confrontar estos retos en dinámica evolución.

Las Naciones Unidas es una criatura de varias cabezas. El órgano de mayor calado es el Consejo de Seguridad, con facultades que pueden conducir hasta al uso de la fuerza. Integrado hace 75 años con los victoriosos de las conflagraciones mundiales, varios de los miembros permanentes del Consejo están hoy en día asociados con los nuevos retos. Ser juez y parte es antítesis de eficacia, no digamos en el desempeño de responsabilidades tan vitales a nivel global.

Los retos globales de mayor impacto son los que amenazan la sobrevivencia de las naciones y la dignidad del ser humano. Uno de ellos es el cambio climático con relación al cual no hay una voz más elocuente que la de joven sueca Greta Thunberg cuando, célebremente, les dijo a los líderes mundiales hace un año: “ustedes nos han fallado…nuestra generación jamás los perdonará”. Adicionalmente, la perseverante pobreza sigue marcando su angustiante curso; la intervención en los asuntos internos de otros Estados, principalmente por medios cibernéticos, está fuera de control; y en el caso de la proliferación nuclear, el Comité Preparatorio de la Conferencia de Examen para este quinquenio, no pudo convenir las cuestiones sustantivas examinadas. Y luego, está el grave reto de la pandemia del Coronavirus, la que continúa incrementándose pasado un año. La multiplicación de su fatal contagio sigue poniendo a prueba a la ONU, a los gobiernos y los mismos ciudadanos. A lo cual se añade la gran consternación del acceso a la vacuna contra el COVID 19 por parte de países menos desarrollados, por el acaparamiento de la misma de parte de algunos países desarrollados, restando eficacia al sistema COVAX. No cabe duda que, en la hoja de calificaciones sobre eficacia, la comunidad internacional queda reprobada.

Estamos iniciando la tercera década del nuevo milenio en un mundo multipolar, divido y, en gran parte, privilegiando el unilateralismo por sobre los intereses globales. Las palabras de Dag Hammarskjöld, el segundo Secretario General de las Naciones Unidas (1953-1961), resuenan con un eco vigente: “la salud y fortaleza de una comunidad depende del sentimiento de solidaridad de cada ciudadano para con los demás, en su voluntad, en el nombre de solidaridad, de asumir su parte de las cargas y responsabilidades de la comunidad. Lo mismo aplica, desde luego, a la humanidad en su conjunto”.

Este anhelo es una constante en nuestra historia. Ya lo advirtió Ban Ki-Moon, Secretario General de Naciones Unidas en 2015: “Cada día ilustra la verdad del siglo XXI: compartimos un planeta, un hogar. Como pueblos, como naciones, como especie, flotamos o nos hundimos juntos.”

El éxito o fracaso de las Naciones Unidas es atribuible tanto a la institución, como también al comportamiento de los Estados miembros.

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