Por. Thelma Mejía
Tegucigalpa.- Desde el 2010, la primavera árabe ha sido un parte de aguas en la lucha por cambios políticos, económicos, sociales y libertades democráticas en esos países, aunque cuatro años después los resultados no sean tan alentadores.
Pero la ruptura iniciada en esos países abrió abanicos de esperanza en otras regiones que han corrido con menos suerte. Un hilo en común que produjo las revueltas árabes fue sin duda la corrupción, la impunidad y el hartazgo con las elites políticas, en síntesis, las ansias por aires de reformas.
En Honduras, la reciente captura de Mario Zelaya, ex director del Seguro Social, tiene atolondrado a todo el mundo, finalmente cayó uno de los personajes más buscados a quienes—si tiene suerte—le sumarán los 21 delitos que contienen las recientes reformas aprobadas al código penal, aparte de los existentes. Hay que pulverizarlo, parece ser la consigna.
La operación “Libélula” o insecto fue el nombre que le dio la Fusina al “hallazgo” de Mario Zelaya. En materia de operativos, las autoridades cada vez adquieren cierta especialidad en la antología de lo absurdo con sus rimbombantes nombres, sin que nadie les desafíe su ingenio tropical.
¿Dónde y cómo fue capturado Zelaya? Es la duda del momento, las conjeturas están a flor de piel, pero las murallas de la inteligencia de nuestras honduras, cierran filas para que nadie ose en pensar que pudo haber sido en otro país, justo a escasos días que la Corte de Justicia pidiera de emergencia una especie de asistencia legal para capturar al susodicho en un país que en ese momento no quiso identificar por seguridad.
El quién, el cómo y el por qué—tres preguntas infaltables en el periodismo—no tienen cabida en este momento en el debate de las ideas y las dudas que debe tener un país y su sociedad. Lo hecho, hecho está.
Honduras saluda su “hito moral”, aseveró el titular de Seguridad, Arturo Corrales, en una reciente comparecencia pública, en consonancia con las fiestas patrias por celebrar.
La captura de Mario Zelaya es un buen logro de la administración del presidente Hernández. Eso no está sujeto a discusión. Cómo le abone políticamente a futuro, es harina de otro costal y no sé porque intuyo que el tiempo en breve nos lo dirá.
Qué si Mario Zelaya es el ladrón de la historia moderna de Honduras, sigue siendo en términos legales, el supuesto, y en las investigaciones la hipótesis principal. Mientras, le asiste la presunción de inocencia con signos de interrogación cada vez mayúsculos. Fiscales y jueces serán quienes tengan la última palabra. Los primeros sustentando buenos casos y los segundos aplicando la ley.
Pero este caso debe verse más allá de un presunto y gran hecho de corrupción. Este caso es un ejemplo de captura del Estado.
Se entiende por “captura del Estado” la capacidad de grupos para influir a través de prácticas corruptas en los procesos de alta decisión del Estado, que a su turno se convierte en una forma predominante de corrupción asociada con el favoritismo de intereses privados en las altas esferas del poder. (Kaufmann, D., 2003:35).
Es decir, la captura del Estado se puede entender como la acción de “satisfacer intereses políticos o económicos particulares afectando el cumplimiento de responsabilidades públicas de interés colectivo y de la moral social”.
La captura del Estado, de acuerdo a los expertos, puede darse por grupos que sean económicamente poderosos o por grupos que estén fuertemente organizados y que actúan a su favor en detrimento de los demás.
El caso del Seguro Social tiene todos estos elementos y mas allá de los montos, lo más relevante y ojalá lo pueda probar la Fiscalía es cómo operan estas redes en el poder, desde el poder y fuera del poder. Cómo se entrelazan las fuerzas y cómo ellas conectan con las elites políticas, privadas, económicas y hasta gremiales que aquí se configuran.
Aquí estará a prueba la independencia de poderes, la madera de la cual está hecha nuestra institucionalidad o la porosidad del sistema. Mario Zelaya es solo una pieza clave, pero no representa el ajedrez completo.
Ese ajedrez seguramente no lo conforman las casi 400 personas que podrían ser objeto de investigación, unas con más preeminencia que otras. El ajedrez lo representan los grupos que juegan en grandes ligas y donde Mario Zelaya es solo un operador y no tanto el predador que se nos vende. Y esos grupos, no son 400.
De momento nadie apunta hacia allí, hacia esa estructurada red que hace que la corrupción en Honduras sea transversal, estructural, conductual, sistémica y globalizante.
La atención se centra en si los implantes chilenos serán puestos en un frigorífico cuando los asegure o los incaute la autoridad, en si los narcos “capturaron” también el Seguro Social y otros elementos que si bien son interesantes, no son la raíz estructural de un sistema sanitario colapsado.
Interesante será conocer—quizá un día—lo que encierran las actas de las directivas, porqué antes era “bueno” trasladar los fondos de Invalidez, Vejez y Muerte y por qué de repente ya no. Quién autorizó lo primero y quién condenó lo segundo.
Si el Ministerio Público apunta al bosque y no solo al árbol, podré creer que nuestra primavera está llegando. Por ahora, valoremos los primeros pasos, sigamos con atención su rumbo.