
Hace unos días, el mundo fue testigo de un momento cargado de simbolismo y esperanza: la elección de un nuevo Papa para la Iglesia Católica. Me conmovió escuchar que sus primeras palabras al mundo fueron: «La paz esté con todos ustedes». No fue solo un saludo litúrgico; fue, para mí, un recordatorio necesario y oportuno en estos tiempos convulsos. Me quedé pensando en esa frase. Pensé en Honduras. Pensé en nuestras calles, en nuestras conversaciones cotidianas, en nuestras redes sociales, en nuestros centros educativos. Pensé, con preocupación, en cuánto nos cuesta hoy vivir en paz.
Porque pareciera que estamos peleando todo el tiempo. Peleamos en el tráfico, en los hogares, en el Congreso, en las noticias, en las redes sociales. Hemos normalizado el conflicto constante, la descalificación, la confrontación, la desconfianza de todos en todos.
Pero la paz no es la ausencia de conflicto. La paz requiere diálogo, requiere voluntad, requiere empatía. Y, sobre todo, requiere ejemplo. Porque nadie aprende a vivir en paz si no ve modelos de convivencia pacífica a su alrededor. En eso, nosotros —los adultos, los educadores, los líderes— tenemos una enorme responsabilidad.
Y esto nos lleva a una pregunta clave ¿Qué ejemplo estamos dando a las nuevas generaciones?
Educar para la paz es una necesidad urgente. Si queremos un país diferente, debemos enseñar de forma distinta. Y eso no pasa solo por modificar los contenidos de un currículo. Pasa por formar carácter, por fortalecer valores, por desarrollar habilidades socioemocionales. Cualquier espacio educativo tiene que ser el espacio donde los niños y jóvenes aprendan que la diferencia no es amenaza, que la diversidad de opiniones enriquece, que la palabra puede ser un puente.
En un país como el nuestro, donde las heridas históricas, sociales y económicas son tan profundas, educar para la paz es también un acto de justicia. No podemos pedirle al joven que se aleje de la violencia si no le mostramos otras formas de canalizar su frustración, si no le damos voz, si no le abrimos oportunidades reales.
Lo decía Paulo Freire: «La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo». Y hoy más que nunca, necesitamos personas que elijan la paz como camino. Que elijan construir, no destruir.
Que el eco de esas palabras —»La paz esté con todos ustedes»— no se quede solo en el Vaticano. Que resuene en nosotros. Que nos incomode. Que nos mueva.
Que desde la educación, podamos darle a Honduras algo que necesita con urgencia: más personas capaces de vivir en paz y de construir la paz.
Porque, al final, la paz no se decreta. Se enseña. Se aprende.