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Walker contrataca

Julio Raudales

A lo largo de su bicentenaria historia, Honduras, al igual que el resto de países centroamericanos, en mayor o menor grado, ha hecho depender su bienestar de otros países, especialmente de los Estados Unidos. Esto, por supuesto, ha cercenado su soberanía sin que a cambio se hayan obtenido, ni de cerca, resultados medianamente satisfactorios.

Sucedió siempre y sería aventurado negar que esta dependencia casi enfermiza era mayor antes que hoy día. Las circunstancias han cambiado, por supuesto. Digamos que ya no son la Chiquita Brand o la Rosario Minning las que quitan y ponen diputados, ministros o hasta presidentes en Honduras. El problema no son los Estados Unidos o España. Ese complejo de inferioridad que nos hace mendigar hasta las migajas de cultura es enteramente nuestro.

¿Por qué es tan arraigada esa actitud? ¿Qué impide que tengamos una identidad más fuerte, como los jarochos o tapatíos, como los cariocas o los matagalpinos? Es cierto, en el siglo 21 es cargoso hablar de identidad nacional, son arcaicas las actitudes chauvinistas o de excesivo apego a la tribu, pero es evidente la necesidad de ciertas características que impidan una actitud tan desapegada que empuje a la gente a desear parecerse al extraño.

Por supuesto hay excepciones. Cuando un país centroamericano triunfa en un evento internacional, el resto nos enorgullecemos, como sucedió cuando Asturias y Arias ganaron el Nobel, cuando La selección de Costa Rica brilló en la copa del mundo de 2014 o cuando la Banda Blanca de Honduras triunfó en el concierto internacional.

La historia recuerda también una ocasión en la que los países centroamericanos se unieron para expulsar un invasor y hacer que se respetara la soberanía de llos ciudadanos. A mediados del siglo XIX, un foragido de Nashiville Tenesee, se hizo de manera tramposa con la presidencia de Nicaragua con el fin manifiesto de conquistar el istmo. Al ver la amenaza, los ejercitos centroamericanos se unieron para expulsar al invasor. Florencio Xatruch, un distinguido general hondureño se destacó en aquella gesta y es por su apellido que a los hondureños nos dicen “catrachos”.

William Walker, que así se llamaba el filibustero, tuvo que huir del país vecino, refujiandose en Trujillo, Honduras, donde fue capturado y fusilado en esa ciudad caribeña. Por una vez Centroamérica mostró unidad en torno a un interés común y el resultado fue, por una vez, también positivo.

Hoy, más de siglo y medio después, el fantasma de otro filibustero asecha, ya no los territorios, pero sí la soberanía y el interés económico de nuestros países. Se trata del atrabiliario presidente norteamericano, quien con aranceles y carcel amenaza la dignidad del mundo entero, incluídos los centroamericanos.

Será necesario entonces, unirnos en torno al interés común que como sociedades tenemos. Esta vez, afortunadamente, no requerimos de un ejercito común para pelear. La batalla es comercial, es por que se puedan a provechar de una vez las ventajas que tenemos al intercambiar en condiciones favorables.

Estados Unidos negoció con Centroamérica (y no al revés), un tratado comercial hace dos décadas. En vez de verlo como una oportunidad para crecer por nuestros medios mediante el intercambio, nos dedicamos a malgastar nuestros exiguos recursos en consumir bienes norteamericános sin fomentar la producción interna para aprovechar la ventaja que aquel enorme mercado nos dio para venderle de manera expedita nuestra ventaja comparativa y así dar una mayor oportunidad a nuestros productores y trabajadores. ¿Por qué no defender el derecho que nos otorga este Tradado?

La guerra fue anunciada, las cartas están echadas. ¿Qué hacer? pues, parece que no haremos nada. Esta vez no habrá unidad ni compromiso. Los foros internacionales a los que nuestros políticos asisten u organizan en casa, solo sirven para repetir consignas sin una intención estratégica clara. Si no cambiamos de actitud no habrá futuro, seguiremos nuestro sempiterno viacrucis.  

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