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De la rabia al abismo

Julio Raudales

Está de moda denostar las organizaciones públicas; pedir que se cierren, que desaparezcan. Esto no es privativo de Honduras. Pasa en toda América Latina y la punta de lanza es Argentina. Su novísimo presidente llegó al solio bajo el lema de “cierre al Banco Central.

La razón principal salta a la vista: No están cumpliendo con su mandato. En el país de La Plata, es precisamente el banco central el responsable de una inflación realmente galopante y desmedida. En Honduras lo es la Secretaría de Finanzas

¿Para qué una SEFIN si el gasto público aumenta solo para generar mas miseria? En 1998 el gobierno central erogó unos 16 mil millones de lempiras. Éramos muy pobres entonces. En el año que finaliza bordeará los 200 mil millones y seguimos en iguales o peores condiciones.

Es decir, el gasto, por tanto, los impuestos y la deuda (que son la otra cara de la moneda) se ha multiplicado, no por 2 ni por 6 sino por 13 ¡Vaya número! ¿Quién siente que en 25 años haya habido algún cambio en su vida? A la inmensa mayoría le agobia la misma pobreza, el desasosiego e incluso la misma rabia que en 1998.

¿Valdría la pena entonces pedir que prescindamos de la SEFIN como Milei cerrará –no me cabe duda- el Banco central en Argentina? No vayamos tan de prisa.

En las sociedades modernas, es indispensable una coordinación inteligente entre el Banco Central y quien hace la política fiscal, llámese ministerio o secretaría de hacienda o finanzas. ¿Por qué?

 Pues porque si el gobierno se excede en sus expensas regalando dinero a montones, creando puestos de trabajo y aun, generando proyectos de inversión sin medir el impacto que esto tendrá en la vida de la gente, provocará una circulación de liquidez inapropiada (recordar que el gobierno no produce, solo gasta) y con ello obligará al banco a emitir dinero provocando señales inadecuadas que derivarán en inflación, distorsión en los precios relativos.

Esto último es precisamente lo que ha sucedido en las últimas tres décadas. El dinero proveniente de impuestos, donaciones internacionales o préstamos se ha malgastado y la gente ya percibe al sector público como el problema y no la solución.

Más aún, quienes ostentan cargos públicos y sus comechados han sido los únicos beneficiarios del erario y eso no se puede esconder. Resulta bochornoso ver como personajes que en unos pocos meses cambian sus hábitos de consumo y hasta se mueven por los centros comerciales rodeados de guaruras, cuando antes condenaban esa misma actitud de sus adversarios políticos.

Pareciera entonces que la salida lógica será desbaratar ese remedo de estructura que, usando como excusa el bienestar público, solo sirve para que unos cuantos gocen por ciclos cuatrienales de las canonjías que les ofrece el sentarse en el buró, aunque solo sea por un tiempo.

La diferencia entre el porteño Milei y los cacasenos del patio, es que aquel llegó prometiendo un ajuste; les dijo a sus votantes que no les daría nada, solo la enjundia para luchar y vencer por ellos mismos la miseria en que se encuentran. Estos, en cambio, prometen escuelas y hospitales, policías, maestros y enfermeras, calles de oro, incienso y mirra sin saber ser Midas, Melchor o Gaspar.

Por eso están perdidos. No tienen redención. Llevarán al país por la misma senda por la que la han traído sus antecesores en 200 años. No entienden la democracia, ni el valor del dialogo fructífero y la participación ciudadana. Son simplistas, vesánicos y aprovechados como el Tartufo y con ello, solo provocarán la rabia de los votantes.

El problema es que, mal aprovechada, la rabia conduce al abismo. ¡Dios nos agarre confesados!   

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