Desde las tinieblas

Julio Raudales

Lo peor de todo, lo dramático, es que nunca podremos decir que tocamos fondo. Llega un momento en que las personas no pueden estar peor, se mueren y se acabó. Los países, las sociedades siempre pueden hundirse y el infierno consiste justamente en la imposibilidad de un final para el dolor. Lo dijo Dante.

No hay palabras para describir lo que nos toca ver y oír. Lo que escoció el alma ciudadana la semana anterior. No me refiero a la tragedia en Támara o a los femicidios fraguados por sicarios sin alma, los apagones o los anuncios de empresas internacionales que cierran, no.

Lo brutal es la incertidumbre, lo terrible es esa sensación de ausencia en la dirección, la ignorancia sobre el rumbo que lleva esta pequeña embarcación en que vamos, la fobia que provoca la oscuridad y el miedo a perecer, el terror a que los nuestros se mueran, se pierdan, el horror a que llegue el fin que sabemos, no llegará.

¿Y quiénes somos? ¿Qué podemos esperar de esta desesperanza? Sartre lo dijo con clarividencia el siglo pasado: “somos seres que fuimos arrojados al mundo sin saber por qué ni para qué.” Pero ya que estamos aquí, tenemos que ser en lo más inmediato, o sea, no debemos negarnos a la responsabilidad de vivir. Y como nos hicieron pensantes, tenemos que pensar, es decir, hacernos preguntas que intentamos responder desde dentro de la caverna, tan lejos de la luz platónica. Y como no se puede pensar sin hacer preguntas, debemos ser preguntones. Y como a las preguntas hay que responderlas, seremos también, seres respondones.

A la obligada y quizás redundante ¿Qué hacer? Se debe responder con razonamiento, sin caer en la levedad de los impulsos que provoca la frustración de la esperanza fallida. Los que ahora gobiernan nos empujaban desde su enconada rabia cuando eran oposición, a salir a la calle, a tomarnos los edificios públicos en protesta para pedir una garantía mínima para vivir, competir y colaborar aquí, sin tener que irnos.

Ahora ya sabemos que no se gana nada, que la protesta es vacua e improductiva cuando se tiene enfrente la insensatez y las mieles del presupuesto público empalagan y obstruyen la mente. Nadie escuchará ni tomará en serio tus marchas. No lo hizo el anterior ni lo harán quienes lo hacían, ahora sabemos, con el prurito de arrebatar lo que ahora tienen.

Tal vez, entonces, valga la pena argumentar, seguir intentando hacer entrar en razón a las autoridades sobre la imperativa necesidad de concentrarse. De no querer hacerlo todo y cambiar su dejadez por un poco de pragmatismo. Ya demostraron que pueden cuando quieren ¿O fue solo un golpe de suerte?, anotarse alguna victoria. Ganaron las elecciones pasadas, lo hicieron bien, limpiamente ¿será que pueden hacer algo que de verdad nos beneficie a todos?

Es más sencillo de lo que parece. Solo hay que despojarse de prejuicios. Funcionaría bien si suponemos que el grupo que gobierna persistiera en ser honesto más allá de su discurso: mercado libre, justicia efectiva y gobierno pequeño. Mas allá de eso es pontificar, persistir en pretensiones que no harán mejorar a Honduras, solo hundirla aún más en la tiniebla.

¡Vamos! No esperemos más. El tiempo apremia y hay gente muriendo a diario, ultrajada por la violencia y la miseria. Démosles a ellos una señal de aliento ¡Pero hagámoslo seriamente, despojados del prejuicio y armados de cordura! Energía para todos a costo bajo, sin negociaciones debajo de la mesa, agua potable y saneamiento descentralizado, educación y salud, ¡en fin! todo ello con participación ciudadana, de trabajadores, empresarios y también, por qué no, políticos, los buenos, los que trabajan para que el mundo cambie, como dijo Togliati.

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