Para concluir, nos restarían tres principios y prácticas del decálogo propuesto. Estos son:
8. Educación comunitaria. Debe considerar los centros educativos como motores de cambio y mejora de su entorno, y, a su vez, permeables a la interacción y el trabajo conjunto con el medio y los actores sociales que lo rodean. Debe exigir un fuerte proceso de cooperación entre la escuela y otros agentes sociales externos, singularmente en el medio rural. Potenciar la colaboración de familias y profesorado y considerar la educación como una responsabilidad social que nos atañe a todos. Eso exigirá transparencia, puertas abiertas a la sociedad, mecanismos de participación efectiva de la sociedad y cogestión comunitaria.
9. Educación para la felicidad. La educación debe tener como objetivo que las jóvenes generaciones aprendan a ser felices, a vivir con cuidado y respeto hacia los demás, a compartir, a construir una ciudadanía responsable que se comprometa en construir un mundo más justo y solidario. Una educación que, desde la primera infancia hasta la universidad y a lo largo de toda la vida, luchará contra la lógica del mercado basado en el beneficio de unos pocos. Una educación que reafirmará la prioridad absoluta de los seres humanos sobre la rentabilidad económica. Una educación que tendrá como objetivo el desarrollo del pensamiento crítico, la creatividad, la emancipación individual y la autorrealización.
10. Educación plurinacional. Dadas las características históricas, culturales e identitarias de nuestro país, es vital la elaboración de políticas públicas que interioricen que el reconocimiento de la diversidad no contraviene el principio de igualdad ni pone en peligro la voluntad de seguir unidos. La descentralización educativa favorecerá la participación, distribuyendo responsabilidades y así poder contribuir a crear actitudes colectivas de compromiso social. Por ello la educación debe apostar por ampliar la autonomía de centros, entidades locales y Comunidades Autónomas al tiempo que se refuercen los sistemas de coordinación y así impulsar la cooperación institucional en proyectos comunes.
Pienso que este decálogo de principios y prácticas, debería traducirse en un currículo, una metodología y una evaluación coherente y acorde con ellos: Un currículo apasionante. Un currículo democrático. Un currículo global y no utilitarista.
Un currículo con perspectiva de género, que profundiza en el control de los contenidos, lenguajes y estereotipos para que no generen actitudes sexistas y relaciones de dominación. Un currículo que educa en la paz, la convivencia ecológica y los derechos humanos. Una metodología activa, experiencial y participativa. Una pedagogía cooperativa. Una evaluación formativa pensada como herramienta para conocer la evolución del desarrollo personal, sus logros, sus dificultades. Hablo en futuro, confiando en que lograremos tener una educación gratuita y más humana para nuestros futuros líderes y así poder tener una Honduras digna y de sueños hechos realidad. (3/3)