París.- Es una de las colecciones más valiosas de arte moderno y sus antiguos propietarios, los industriales Mijaíl e Ivan Morozov, dos de las figuras claves del siglo XX. La Fundación Louis Vuitton expone desde este viernes unas 200 obras de este valioso conjunto, hoy en manos del Estado ruso.
Los apellidos de esta exposición son de por sí un reclamo: Picasso, Matisse, Cézanne, Gauguin, Renoir, Monet o Manet fueron algunos de los pintores en quienes los hermanos Morozov pusieron el ojo durante sus visitas a Francia, una osadía en su época, cuando los salones de pintura los rechazaban y la burguesía los repudiaba.
Nacidos en el seno de una familia acomodada que había hecho fortuna en la industria textil en el siglo XIX, Mijaíl (1870-1903) e Ivan (1871-1921) se acercaron a los pintores de su generación con una curiosidad más íntima que económica, con la profunda convicción de que aquellos talentos iban a cambiar el curso del arte.
«Esta exposición muestra que la colección tenía un sentido, una línea de conducta clara. Se interesaban en el artista desde el principio, como vemos en Matisse, al que compraron desde sus inicios más clásicos hasta el momento en el que estalla en su obra la modernidad, el color, las líneas», explica a EFE Anna Campo, mediadora de la exhibición.
La muestra arranca con una serie de retratos de la familia Morozov y sus amigos, en su mayoría pintados por el ruso Valéntin Sérov, quien en ocasiones les asesoraba en sus compras de arte.
De Monet, Toulouse-Lautrec, Picasso o Renoir se fijaron en sus retratos, pero también en sus naturalezas muertas -lienzos que en ocasiones tenían que pintar para vender algo y poder comer-.
UNA RELACIÓN FRANCO-RUSA
Además de seguirlos, los Morozov se convirtieron en mecenas de artistas como Matisse, Pierre Bonnard o Maurice Denis, e introdujeron en Rusia a Picasso, Van Gogh o Gauguin, permitiendo su descubrimiento a jóvenes pintores como Malévich o Kandinsky y otros creadores de la vanguardia rusa.
Los empresarios abrían su casa cada vez que compraban una obra y permitían la entrada de estudiantes y pintores para ponerlos en contacto con lo que se hacía en Francia, país en el que hicieron buena parte de su colección y al que vuelve ahora como conjunto.
La Revolución rusa y la incautación de todas sus propiedades en tiempos de Stalin amenazaron la integridad de la colección -los daños en un lienzo de Cézanne dan muestra de ello- pero los grandes gestores culturales del país lograron impedirlo.
La monumental exposición sirve de relevo a una primera que la Fundación dedicó ya en 2016 a Serguéi Shchukin, otro empresario ruso, coetáneo de los Morozov, que pasó a la historia por su colección de arte y su labor como bienhechor, aunque sin duda con un ojo más inversor.
Con ella, la Fundación quiere rendir homenaje a los grandes iconos del arte del siglo XX, aunque resulta difícil no ver un analogía un tanto indiscreta con otros empresarios textiles más actuales, que han dirigido parte de su fortuna a construir templos del arte en París, como es el caso de Bernard Arnault, propietario de LVMH.
La exposición abre sus puertas con seis meses de retraso y esto obliga a que algunas pinturas tengan que ser descolgadas antes de tiempo, aunque la gran mayoría quedarán expuestas hasta el cierre, el 22 de febrero de 2022.
De momento, y antes de que se permita la entrada al público general este viernes, unos 5.000 invitados del imperio Vuitton han acudido a verla, entre ellos grupos de influentes y celebridades, aunque el visitante estrella ha sido el presidente Emmanuel Macron, que la preinauguró el martes.
«La Colección Morozov, iconos del arte moderno» ha sido además un acaecimiento diplomático entre Francia y Rusia, que hoy expone estas obras entre San Petersburgo y Moscú.
Pese a las discrepancias entre Macron y Vladimir Putin, el presidente ruso, que debe firmar la salida de los cuadros de Rusia ante cualquier exposición, ha sido uno de los principales impulsores del proyecto de la Fundación, según contó Jean-Paul Claverie, consejero de Arnault, en el diario Le Parisien (propiedad de Arnault).
«Para él, la cultura debe ser siempre una puerta abierta», dijo Claverie en sintonía con el discurso de Macron: «Aquí vemos que hay una comprensión del alma francesa y el alma rusa. Tenemos proyectos en común con Rusia, por encima de lo que nos separa».
(ir)