Reflexionnes sobre la dimensión social de la ciencia

Por: Dr. Ramón Romero 

Somos herederos de la tradición científica universal. Al menos dos procesos nos confieren con legitimidad tal herencia: primero la occidentalización iniciada en la colonia y pagada por nuestros pueblos originarios con los más grandes sacrificios; luego en el siglo XX, el reconocimiento del acceso de todos los seres humanos al conocimiento, en tanto patrimonio común de la humanidad.

Hemos heredado la filosofía griega, la lógica de Aristóteles, la matemática de Pitágoras y Averroes, la medicina de Hipócrates y Avicena, la astronomía de Copérnico y Galileo, la física de Newton, la genética de Mendel, la teoría de la evolución de Darwin, el valor-trabajo de Marx, el psicoanálisis de Freud, la relatividad de Einstein, la fisión nuclear, la cibernética y la informática. Estos y muchos otros son los conocimientos fundantes, sobre los que se edifica el mundo actual, con su despliegue de tecnologías y soluciones a tantos y tan diversos problemas.

Por mucho tiempo compartimos la idea ingenua que heredar la ciencia era entrar en posesión de bienes que solo producen beneficios. Sin embargo, el sangriento siglo XX y lo que va del siglo XXI muestran que esa herencia también conduce a grandes tragedias y provoca inmensos riesgos.

No se trata solo de las armas atómicas usadas desde 1945 o de los aviones no tripulados que en estos días llevan muerte a miles y miles de personas en el medio oriente. Muchos usos actuales de las ciencias y tecnologías conducen a graves niveles de destrucción ambiental, a graves inequidades y condiciones de subdesarrollo y miseria, a formas de vida que impiden el florecimiento de valiosas capacidades humanas de millones de personas. Y esto sucede cuando tenemos la capacidad científico técnica para eliminar el hambre, la ignorancia, la miseria, la guerra, la opresión, curar muchas enfermedades, y reparar daños ambientales y económico-sociales.

El uso que se haga del conocimiento científico, de las técnicas y tecnologías no depende en lo fundamental de la propia ciencia. Son las decisiones políticas que emanan del poder y en última instancia los intereses económicos hegemónicos los que determinan la función social que se dé al conocimiento.

Sin embargo, en contextos interesados en mantener condiciones de inequidad y privación, hacer ciencia, generar conocimientos y aplicaciones para resolver problemas de la población es siempre caminar por vías diferentes y abrir avenidas de beneficio social. Por ello la importancia de que en todas las sociedades y naciones haya siempre producción científica.

La historia social de la ciencia muestra que esta es mucho más que conocimientos utilitarios. De poco sirve la ciencia si se acude a ella en busca de conocimientos orientados a solucionar problemas sin alterar el orden dominante o los paradigmas establecidos.

La ciencia, como la filosofía, tiene una tendencia permanente a la transgresión, a superar lo dado, a alterar paradigmas, a construir nuevas explicaciones y alternativas. Es portadora de una capacidad transformadora permanente.

La interpretación de los fenómenos y su transformación sobre bases científicas, filosóficas y técnicas no se detiene en los tratamientos superficiales y las respuestas convenientes que se asumen desde el poder político y el interés económico. El saber científico-técnico se orienta a entender los problemas desde su causalidad, en el marco de sus múltiples y complejas relaciones, con enfoques integrales y aportando tratamientos y soluciones desde las raíces.

El poder y los intereses hegemónicos han sabido desde mucho tiempo atrás que impulsar la investigación y construcción de conocimientos científicos es transgredir lo dado y por ello suele resultarles peligroso. No en balde los curas de la inquisición se negaron, en el siglo XVII, a observar a través del telescopio de Galileo, como muchos religiosos del siglo XXI se oponen a la enseñanza de la biología en las escuelas, especialmente de los estudios sobre la evolución de la vida. En forma parecida, desde el Estado y otras estructuras de poder se desconfía de las ciencias sociales, particularmente de disciplinas como la crítica de la economía política, la filosofía social y la sociología crítica.

Esta realidad explica en parte que, en condiciones de restricción de libertades, la actividad científica se debilita. También explica porque la investigación científica y la prioridad del saber racional y objetivo se vuelve más plena en condiciones en que el Estado garantiza mayores libertades democráticas.

Siendo las universidades instituciones por excelencia dedicadas a la ciencia, estas, de manera particular la Universidad Latinoamericana ha vivido largos períodos de obscurantismo, que coinciden con el predominio de ejercicios autoritarios del poder del Estado. También han experimentado estas instituciones aperturas democráticas en sus sociedades, que se traducen en fortalecimiento de la actividad académica.

América Latina vive en lo que va del siglo XXI una etapa democratizadora y sus universidades fortalecen la academia. En ese marco, nuestra Universidad experimenta un período de elevación académica, dinamizado por la reforma universitaria en ejecución. Ello se evidencia en el potenciamiento de la investigación científica.

Es tiempo oportuno para intensificar la investigación. Los conocimientos que de ella resulten son necesarios para avanzar por mejores vías en la construcción del desarrollo nacional. Producir conocimientos, formular explicaciones rigurosas sobre la realidad compleja y encontrar en ellos el fundamento para la construcción del futuro, para la generación de propuestas en todas las áreas de la vida colectiva es prioritario.

En parte es responsabilidad de las instancias académicas que a la base de la toma de decisiones sobre lo público haya interpretación científica, conocimiento sustantivo que sustituya los criterios arbitrarios, voluntariosos, interesados y prejuiciados con que se suele decidir desde el poder. Ejercer esa responsabilidad puede conducir a evitar errores, que a su vez generan graves consecuencias en la vida de la mayoría pobre de la población.

En Honduras es prioritario investigar sobre pobreza y exclusión, sobre educación, salud, trabajo, seguridad, ambiente, economía y migración, sobre niñez, juventud, mujer y tercera edad, sobre el Estado, el poder y el desarrollo, sobre la información y la cultura, sobre la corrupción y la impunidad, sobre las relaciones entre grupos, sectores y clases en la nación, sobre la integración regional, la constitución de bloques y sobre las relaciones económicas y políticas con el mundo es prioritario. Es tarea nuestra poner conocimientos científicos sobre estos y muchos otros temas a disposición de la sociedad, el Estado y los sectores productivos.

Como lo enunció el filósofo británico Francis Bacon en los inicios de la modernidad, y como es más y más evidente en el mundo actual, el conocimiento es poder. Hoy, desde la era del conocimiento se experimenta de múltiples maneras que este es en sí mismo una fuente de gran poder. Es una herramienta cada vez más necesaria para la transformación de la realidad y la construcción del futuro.

Además es claro que el conocimiento tiene consecuencias sobre el poder político y económico. Ni el estado ni los sectores hegemónicos pueden ser totalmente indiferentes a las propuestas y orientaciones que surgen de análisis, interpretaciones, estudios y reflexiones sistemáticas. Tampoco pueden serlo quienes se oponen al desorden establecido y pretenden transformarlo.

Es evidente que el carácter transformador de la ciencia no deriva de matrices ideológicas de base, sino de la capacidad explicativa y predictiva que posea. No es con dogmas ideológicos, de cualquier signo que sean, sino con conocimientos racionales y objetivos que se construyen mejores condiciones de vida para los distintos sectores sociales.

Esto es razón suficiente para afirmar que los conocimientos resultantes de los procesos de investigación científica han de ser divulgados ampliamente y puestos al servicio de todos. La ciencia no se produce solo para otros científicos, como la poesía no se dirige solo a otros poetas. Tampoco es de uso exclusivo y restrictivo de algunos sectores. Es oportuno recordar a uno de los mayores cientistas sociales del siglo XIX, Karl Marx, afirmando que “los que tienen la suerte de poder dedicarse a una labor científica han de ser los primeros en poner sus conocimientos al servicio de la humanidad.”

Para corresponder la elevada importancia que para la humanidad tiene el conocimiento científico, la comunicación de tales conocimientos está llamada a ser múltiple. Dirigida a la comunidad científica pero también a los funcionarios públicos, a las organizaciones sociales, a los sectores productivos y a la ciudadanía en su más amplio sentido.

Poner el conocimiento científico a disposición general es parte de la responsabilidad académica por asumir. Se trata de una responsabilidad compartida entre los investigadores, los profesores dedicados a la docencia, los responsables de la vinculación de la universidad con la sociedad y los distintos órganos universitarios de difusión del conocimiento.

Esta ha sido hasta ahora una tarea postergada y quizá poco valorada. Se tiende a pensar que la tarea acaba con el reporte final escrito en lenguaje técnico. Quizá para el investigador así sea, aunque mal hace quien no divulga suficiente su trabajo o se preocupa únicamente porque sea publicado en revistas indexadas del extranjero.

Divulgar es casi tan importante como producir. Esta, como la producción misma es una tarea social, que compete a la universidad entera. Crear versiones especializadas y versiones para el público amplio es una vía para hacer que el conocimiento sea menos exclusivo, menos excluyente y consecuentemente más útil. Esta tarea se facilita en parte con los avances tecnológicos que hacen disponibles los conocimientos para todos en línea. Es urgente asumir esta dimensión del trabajo científico.

Para cerrar permítaseme recordar una esclarecedora idea de Antonio Gramsci sobre la función social del conocimiento, formulada en la década de 1930. Decía Gramsci: “Llevar a los hombres a pensar de manera racional su presente real es un hecho filosófico más importante que mantener el conocimiento en unas cuantas cabezas aisladas.”

Muchas gracias.

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