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Por Thelma Mejía
Tegucigalpa.- Si las extradiciones de presuntos narcotraficantes son un hecho irreversible en Honduras, identificar los ligues políticos y económicos con quienes transaban estas supuestas redes criminales parece ser el paso obligado que deben dar las autoridades hondureñas, luego de la expectativa creada con la entrega de dos de los integrantes del llamado grupo de Los Cachiros ante la justicia estadounidense.

Ese paso, que puede ser doloroso si se sacuden las piezas del ajedrez de estas honduras, marcará sin duda la administración del presidente Hernández, empecinado hasta ahora en golpear estos carteles en sus movimientos como transportistas de drogas, expulsarlos del país para ser juzgados en Estados Unidos y golpear su patrimonio con impresionantes incautaciones de bienes.
 
Es la lucha contra las drogas que parece moverse simultáneamente en esos tres frentes: incautaciones, extradiciones y cierre al paso del transporte. De este último, los expertos señalan que la puesta de un kilo de cocaína de una frontera a otra en América Central puede costar entre dos mil y dos mil quinientos dólares.
 
La revista especializada en análisis sobre crimen organizado Insight Crime, citando fuentes estatales en Washington que pidieron anonimato, señala que la entrega de Los Cachiros a las autoridades estadounidenses es producto de una especie de negociación en la cual los presuntos narcotraficantes hondureños estarían dispuestos a revelar sus conexiones políticas y económicas en Honduras, a cambio de bajar las penas carcelarias, entre otras prebendas.
 
Insight Crime en su análisis está poniendo el dedo en la llaga. Hasta que Estados Unidos los designó como un cartel de narcotráfico y lavado de dinero, Los Cachiros, no eran famosos públicamente en el resto del territorio hondureño, a excepción de la zona donde operaban, ahí su nombre era susurrado suavemente entre los pobladores que conocían sus andanzas.
 
Los agentes antidroga hondureños, incluso recomendaban a los periodistas no citar ni el nombre de sus integrantes, mucho menos el alias con que se les conocía, aduciendo que su capacidad para dar con quienes hablaran o escribiera sobre ellos, era impresionante. Se creó así un mito en torno al clan de Los Cachiros.
 
Cuánto de ello será verdad o cuánto mentira, solo el tiempo lo dirá. Su centro de acopio, la floreciente ciudad de Tocoa, será una de las que verá el impacto con el resquebrajamiento del clan de Los Cachiros, que se presume daba empleo a unos cinco mil lugareños. Es probable que Tocoa sufra su propia “depresión económica” si el gobierno no tiene respuestas efectivas para amortiguar los efectos.
 
La entrega de dos de los hermanos Rivera Maradiaga representa mucho más que otra gestión por resultados en la lucha contra las drogas y el narcotráfico en Honduras, cuya historia se remonta a la década de los setenta para caer en una especie de punto muerto en los años ochenta y noventa para florecer nuevamente entrado la década del dos mil.
 
Si como afirma Insight Crime, los hermanos deciden revelar lo que saben, el próximo paso entre las extradiciones serían “los piqueteros”, la gente famosa como se les llama en los pueblos. Pero habrá que ver hasta dónde ese paso que podría darse al develar las elites políticas y económicas en este negocio, alteran los niveles de gobernabilidad en este país, pues los piqueteros también tienen fuertes aliados y alianzas en la autoridad.
 
De hecho, ya la ex embajadora estadounidense, Lisa Kubiske, había advertido que el país entraría tarde o temprano a esta nueva etapa al indicar que después de los narcotraficantes, seguirían sus socios que les han ayudado a lavar su dinero.
 
Esa fase no será fácil para el presidente Hernández y su equipo de inteligencia. Ellos lo saben  y tendrán que hilar fino de la mano de Washington, quien al final será el eje articulador de la información en su poder, misma que no siempre comparten como las naciones y sus gobiernos quisieran.
 
En términos de penetración de las elites de poder, Los Cachiros son quizá el grupo que más lejos ha llegado en su relación con estas redes en el país, al menos esos son los decires. Su entrega obliga a Honduras a escalar un nivel más en esta guerra que no buscamos, no compramos ni es nuestra, pero estamos adentro.
 
No sé si el próximo paso será rápido, no sé si será lejano, pero estoy segura que no será fácil. El presidente Hernández debe medir los riesgos más allá del entusiasmo. Como dicen, no por madrugar primero, es que amanece más temprano.
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