La UNAH y la luz del Siglo XXI

Por: Armando Euceda

La dinámica que estremece los campus de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras ofrece escenarios que tienen un espectro de lectores y críticos, con ópticas tan variadas como variado es el espectro de colores que tiñen el escenario político nacional.

Eso en saludable y útil para entender a la universidad pero es probable que no sea suficiente.

Los científicos en los siglos XIX y XX al tratar de entender la naturaleza de la luz,  encontraron no solo que los lindos colores del arcoíris eran apenas una pequeñísima parte del gran espectro electromagnético sino que éste en su mayor parte era invisible a los ojos de los humanos. No solo eso -quizás lo más importante- descubrieron que la luz tenía una doble naturaleza, como onda y como partícula, y que las herramientas teóricas hasta entonces utilizadas para entenderla, eran no solo incompletas sino imposibles de transformar a partir de la ciencia hasta ese momento conocida.

Quizás lo mismo está ocurriendo en la UNAH. La estamos tratando de entender con una óptica muy reducida. Algunos añoran, defienden y ponen de ejemplo a la Unah de los 60, 70 o los 80. Otros la quieren tranquila, sin meterse en líos con el gobierno de turno, con su profesor de pie dando cátedra, transmitiendo (no importa en que frecuencia), con sus alumnos sentados en silencio, en filas de pupitres tal como ocurrió en las primeras universidades europeas hace unos 800 años. Y aún hay otros que la prefieren con una cadenita al cuello, siguiendo la dinámica del mercado laboral, sin complicarse más que lo necesario con esa cosa que los académicos llaman las humanidades.

La universidad del siglo XXI es otra cosa. Solo podemos entenderla y construirla si primero entendemos la dinámica con la cual se genera el conocimiento humano en este siglo, en el que las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones ponen a nuestro alcance el espectro del conocimiento en todo su esplendor.

La generación de estudiantes que actualmente estudia en nuestras universidades nació, en promedio, después del Internet, usaron el teléfono cuando eran niño, tiene necesidades y competencias que muchos rectores y docentes del siglo pasado no comprendemos a cabalidad. Pero hay un problema con la gran mayoría de ellos: vienen de un sistema educativo que los preparó para escuchar al docente enseñar su verdad mientras ellos -con complacencia y agrado- toman notas.

Sin los docentes no hay reforma. Eso nunca ha sido posible. Pero solo influyen positivamente en la reforma aquellos que son estudiosos, creativos, innovadores y muestran buenas prácticas. Esto va acompañado usualmente de la acreditación de estudios y grados académicos del más alto nivel. Y aunque hay excepciones, así son los estándares internacionales del mundo universitario.

La reforma sin una política académica no tiene un norte. Evitar este problema es tarea de las autoridades universitarias y los organismos de gobierno. Pero estas políticas, traducidas en Normas Académicas, deben llegar al aula y pincharla.

En el momento en el cual el aula cambia de ser cuatro paredes, pupitres, pizarras, proyectores y marcadores, para volverse un aula orgánica y estructural, en donde los nodos de comunicación entre pares de alumnos y maestros, con dominio pleno de la tecnología que hoy les da acceso a las fuentes más actualizadas de su disciplina -en ese momento- la universidad comienza a ver la luz del siglo XXI.

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