“Black” Febrero

Por: Julio Raudales

Tegucigalpa.- Uso un vocablo en inglés para nombrar parcialmente del título de estas líneas, debido a que siempre la leemos en la prensa cuando se dan caídas estrepitosas en los mercados financieros mundiales, cómo la de aquel lunes aciago de 1987 en Wall Street y peor aún, la de marzo del 2008, que marcó el inicio de la crisis económica (no solo financiera) más grande que el mundo ha vivido en lo que va del milenio.

Pues bien, el mes de febrero de este año nos sorprendió desde sus inicios con una fuerte caída en el valor promedio de las acciones de la Bolsa de Valores de Nueva York, la más grande del mundo. Ya la semana anterior había sido mala, la peor de los últimos 2 años. Pero el lunes 5, el índice industrial Dow Jones cayó más de mil puntos, ¡el peor desplome de su historia en un día! Esto puso las alertas al rojo vivo entre los inversionistas, es decir, entre quienes compran y venden acciones o bonos para sostener a las grandes corporaciones mundiales.

Desde marzo de 2009, es decir, unos días después del inicio del gobierno de Obama en los Estados Unidos, Wall Street había iniciado una escalada sostenida y acelerada, lo cual fue un elemento fundamental para la recuperación económica luego de la catástrofe del año anterior.

Como sucede siempre en economía, este tipo de señales exacerban la confianza (o el temor si es al revés) de todos los agentes económicos: Industria, comercio, transporte, agricultura, telecomunicaciones, energía, etc, demostrando así que, para bien o para mal, el sector financiero es un claro determinante del bienestar de la gente.

Para decirlo en lenguaje que se entienda, imagínese usted que si en marzo de 2009 hubiera comprado mil dólares en acciones de la empresa Amazon.com, para el 4 de febrero de este año, esa cantidad se habría convertido en 15,000 dólares sin que usted haya hecho nada, es decir, ¡usted sería 15 veces más rico! Sin embargo, al día siguiente, es decir el lunes 5, con la caída en el indicador de Dow Jones, usted habría perdido el 10% de esa riqueza. ¡Qué miedo!

Con ese nivel de inversión, Los estados Unidos han vivido una era de expansión económica comparable a la de los tiempos de Bill Clinton en los 90’s. El desempleo que al empezar 2009 era de 10%, bajó a 4%, el crecimiento económico supero todas las expectativas y los norteamericanos viven hoy una etapa de bienestar como pocas. Y aunque Trump con sus tweets estrepitosos nos tenía algo asustados, las cosas en su administración no han hecho sino mejorar.

Fue gracias a la solidez que estas variables “fundamentales” de la economía norteamericana, que el desplome de la bolsa no se transformó en desasosiego y por ello, todo parece indicar que lo del lunes 5 fue solo un “mal día”. Es evidente que la confianza y predictibilidad constituyen el elemento clave en la sostenibilidad del bienestar en las sociedades.

Esa es quizás la razón principal por la que el febrero de los hondureños parece ser menos halagüeño que el de los estadounidenses. En nuestro patio continúa la incertidumbre política y la desobediencia descarada al estado de derecho.

Por más que las autoridades se empeñen en propiciar un ambiente amigable para el emprendimiento y con ello la generación de puestos de trabajo de mejor calidad, las señales que verdaderamente aprecian los mercados siguen siendo ambiguas y sobre todo incoherentes.

Un esquema impositivo desordenado y sin objetivos de política claros –no digo que no se deba ampliar la base tributaria, ya que un país con las necesidades sociales de Honduras necesita del financiamiento obligado de toda la ciudadanía para generar buenos servicios públicos- pero pareciera que hay en quienes diseñan las leyes tributarias, un desconocimiento total de la “economía política” tan necesaria en la buena política económica.

Un gasto público regresivo, expansivo y desordenado, que no llena las altas expectativas de una población cada vez más decepcionada y pobre; una política comercial sin una agenda complementaria, que no permite el desarrollo del pequeño productor nacional, una política monetaria contractiva, que no permite alicientes al sector financiero y un servicio público cada vez más obsoleto, son la carta de presentación del Gobierno a los mercados. ¿Qué podemos esperar?  

Y por último y no menos importante: las acciones para combatir la corrupción, quizás la mayor amenaza al desarrollo económico, parecieran encaminadas a consolidar el latrocinio. Febrero es pues, el mes de la desesperanza frente a un mundo que se abre ante nosotros lleno de oportunidades. ¿Qué hacer?

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