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650 mil razones para cambiar el rumbo

Por: Javier Franco Núñez

En Honduras, más de 650 mil nuevos votantes, jóvenes de las generaciones Millennial y Centennial, participarán por primera vez en las elecciones generales de 2025. Los Centennials, con edades que rondan entre los 18 y 22 años, y los Millennials jóvenes, que hoy se ubican principalmente entre los 23 y 30 años, no solo representan una fuerza numérica creciente, sino también una expresión generacional profundamente marcada por la desilusión y la conciencia crítica.

Son jóvenes digitales, nativos de la crisis, con un pie en la precariedad y otro en la esperanza de reinvención. Muchos crecieron viendo a sus padres sobrevivir, no prosperar. Han vivido promesas vacías, empleos escasos, y oportunidades limitadas.

Pero esta generación no es una generación vencida. Dentro de ese aparente escepticismo habita una fuerza contenida, casi volcánica, que no ha sido canalizada. Son guerreros silenciosos: inquietos, creativos, intensos. Jóvenes que han aprendido a sobrevivir en medio de carencias, pero que también han descubierto el poder de sus ideas, de su voz y de su capacidad de organizarse.

En ellos habita una energía mental, física y emocional dispuesta a transformar realidades. No quieren ser parte del sistema: quieren rediseñarlo. Su sensibilidad hacia causas sociales, la inclusión, la justicia y la dignidad humana no nace de la moda, sino del dolor. Su acción política no será tradicional: será disruptiva.

Esa misma sensación de desconfianza se refleja en la reciente encuesta nacional de Paradigma, realizada en mayo de 2025. El 69.8% de la población cree que el país va por mal camino. Las emociones más comunes que la ciudadanía asocia con la clase política son el odio (29.3%) y la venganza (27.1%). Este dato no es menor: vivimos en una sociedad emocionalmente herida, donde el lenguaje político ha dejado de convocar y ahora divide. En ese contexto, los jóvenes —los más conectados, pero también los más marginados, buscan una voz que no solo proteste, sino que proponga con altura.

La historia reciente confirma esta desafección: en las elecciones de 2009, la participación fue de apenas el 49.8%; en 2013, subió al 61%, pero volvió a descender al 57.5% en 2017. Solo en 2021, con la promesa de un cambio, se logró una participación del 68.6%. Los picos de abstención no son solo cifras: son un grito silencioso. Por eso, para este proceso, la pregunta no es solo quién encabeza las encuestas, sino quién puede emocionar, quién puede convocar sin odio, sin revanchismo, sin repetir el ciclo.

En este panorama, la figura de Salvador Nasralla representa ese liderazgo distinto: firme en sus principios, disruptivo frente al sistema, y coherente con el sentimiento de cambio que domina a una mayoría social. Según la encuesta de Paradigma, encabeza la intención de voto con 25.6% en mayo (un aumento respecto al 21.9% de marzo), superando a los nombres tradicionales. Su discurso, su trayectoria y su independencia lo convierten en un referente natural para quienes desean un rumbo distinto, especialmente entre quienes votan por primera vez.

Pero hay más en los datos que confirma esta conexión con el sentimiento ciudadano: el rechazo hacia los partidos tradicionales, el incremento del “ninguno” o “no sabe” en las encuestas, y el ambiente emocional en que el odio y la venganza predominan, reflejan una demanda clara por un liderazgo que no solo se oponga, sino que represente algo nuevo, algo limpio, algo posible. En ese sentido, Nasralla no es simplemente un candidato que encabeza cifras: es la figura que, a los ojos de muchos, puede romper la narrativa del resentimiento y ofrecer un horizonte de sensatez, inclusión y rumbo.

Si esa energía dispersa que hoy habita en los jóvenes logra canalizarse a través de un proyecto que los convoque con coherencia, la política hondureña no solo vivirá una elección más: vivirá una reconfiguración cultural. La generación que llegó con desencanto puede ser la que nos devuelva la esperanza.

Los jóvenes no requieren gritos, sino escucha. No más trincheras, sino puentes. Y en medio de esta crisis emocional y estructural, solo un liderazgo que entienda la urgencia del alma colectiva, y no solo del cálculo electoral, será capaz de unirnos.

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