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Una crónica de la ansiedad

Por: Thelma Mejía

Tegucigalpa. – ¿Es cierto o falso? ¿Cuántos casos hay? ¿Cómo están las colas? ¿Escuchaste la cadena? ¿Cuál de todas? ¿Puedo tomar ibuprofeno?; ¡no, solo acetaminofén! ¿Saben si está abierto el mercadito? ¿Pudisteis registrar tu empresa para obtener el permiso de excepción?: ¡no, hice un trámite, pero me dijeron que me resolverán en tres semanas!

¿Te quitaste los zapatos al llegar a tu casa?: ¡sí lo hice y lavé con cloro, pero casi se me deshacen, ja, ja, ja! Dicen que se agotaron los limones, ¿por la emergencia? ¡No, por la temporada! ¿Compra jengibre entonces, porque eso baja la temperatura? ¿Compraste papel higiénico? ¿Se murió o no se murió?

Así discurre de un tiempo a acá la tertulia entre los hondureños, como parte de las crónicas diarias de la ansiedad ante la llegada incómoda de un inquilino que nos ha quitado la paz para instalar la incertidumbre: la pandemia del coronavirus o covid19.

La información transcurre entre lo real y lo ficticio, entre las falsas noticias y los datos oficiales, coherentes unos, con inexactitudes otros, la duda sigue al ciudadano por el despelote informativo que con frecuencia generan las fuentes oficiales, mismas que decidieron suspender la garantía constitucional de la libertad de expresión ante la emergencia del estado de excepción, del toque de queda absoluto, del toque de queda parcial, y del miedo colectivo en las ciudades y comunidades del interior que como efecto dominó de las últimas medidas opta también por decidir quién entra o quién sale.

La ansiedad se apodera también de los periodistas y de sus familias, pues están también dentro de la primera línea de riesgo—junto a la cadena del sector sanitario—en el manejo y cobertura de esta emergencia. Los niveles aumentaron a partir de la noche del domingo 15 de marzo, cuando se anuncian las primeras medidas drásticas de restricción que horas después avanzaron hacia un estado de excepción.

Desde ese domingo a la fecha, la cobertura informativa se ha vuelto intensa y densa, se informa con la amenaza directa de la censura tras la suspensión de la garantía de la libertad de expresión consignada en el artículo 72 de la Constitución de la República, una medida “desproporcionada” que constituye un abuso y limitante al ejercicio de libertad de expresión, advierte el relator para la libertad de expresión de la OEA, Edison Lanza, quien estuvo recientemente en el país en una gira académica que le permitió tomar el pulso sobre la situación en el país. El Alto Comisionado de las ONU para los Derechos Humanos en Honduras (OACNUDH) ha advertido también del exceso cometido en la suspensión de garantías constitucionales en la emergencia.

Lo conocedores del impacto de estas medidas hacen la advertencia oportuna, conscientes que hay medidas que deben tomarse, pero nunca más allá de lo razonable y lo permitido. En materia de libertad de expresión, la voz la ha levantado la Asociación de Medios de Comunicación, el Consejo Nacional Anticorrupción, Radio Progreso y el Colegio de Periodistas; por los otros derechos suspendidos, ha salido al paso la OACNUDH y algunos reconocidos juristas a título individual. Pero la institucionalidad del Estado, se ha llamado al silencio.

La excitación que vive en tiempos del coronavirus el periodismo hondureño, y en el resto del mundo también, se traslada a las redes sociales y los chats de mensajería instantánea. Ahí la desinformación es brutal, lo real, lo ficticio, lo deseado, lo indeseado, el odio, la ponderación, lo banal, lo esotérico, lo lúdico y lo religioso, se entrelazan en una mescolanza capaz de desintegrar al propio coronavirus. Es una crónica de otro mundo.

En medio de esa pandemia informativa y desinformativa, una realidad que todos quisiéramos ignorar se teje: el impacto post coronavirus en la economía, empleo, salud, educación, cultura, etc. Los escenarios no son alentadores y habrá que sumar muchas voluntades para sacar adelante el país. Voluntades que pasan por liderazgos fuertes y creíbles porque también habrá que rendir cuentas sobre el uso del dinero público, en un país con una ley de secretos y otras leyes que blindan la entrada al mundo de lo corrupto, de lo sucio y de lo impune.

Mientras eso llega, los medios de comunicación nos preparan para sus propios escenarios, los diarios de papel han limitado su circulación impresa solo a sus suscriptores, ¿quién va desafiar el estado de excepción para comprar un diario sino hay canillitas en las calles? Por eso han puesto en sus portales la edición gratuita de su versión impresa en modo digital. El semanario de la iglesia católica Fides, ha sido el primero en anunciar que no habrá versión impresa, solo digital, por la emergencia.

El teletrabajo desde las redacciones se ha impuesto también para disminuir riesgos y contribuir a reducir la expansión del virus si exponen a sus empleados de forma irresponsable. Las decisiones en las redacciones han estado a la altura de los acontecimientos, pero la víspera nos indica que esto no acabará pronto y habrá que buscar formas creativas para informar, educar y contribuir a salvar vidas, mientras las familias se encuentran, unas, y se reencuentran, otras.

En una de sus últimas apariciones, el presidente Juan Orlando Hernández, terminó de aderezar las crónicas de la ansiedad al anunciar que “lo peor” está por venir. Y así estamos, de sobresalto en sobresalto, conociendo que compramos un equipo biomédico, que no es lo adecuado, pero era lo que había; que en las salas de cuidado intensivo los médicos cruzan los dedos porque no se les inunde de pacientes, y que la gente no termina de entender porqué no debe salir a las calles, por qué es importante quedarse en la casa. Estamos pues, atrapados por nuestras crónicas de la ansiedad, de la inseguridad extrema, y con eso, tenemos que aprender a lidiar para identificar lo banal, de lo real y lo ficticio. Son tiempos de coronavirus. ¡Quédense en casa!

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